Hace ocho años en Damasco, cuando estallaban las protestas por la democracia en las calles de Siria, hombres armados aparecieron en el apartamento del Ali Mustafa, padre de Wafa, y se lo llevaron en un coche. Esa fue la última vez que alguien supo de él. “En apenas unos instantes, nuestra familia fue destruida”, dice Wafa. “Fue el final de nuestras vidas y el comienzo de otro tipo de existencia”. Wafa tenía 23 años. “Muy joven, es cierto, aunque no me sentía así en aquel momento”.
Hoy tiene 31 años y han pasado más de 3.000 días desde que habló por última vez con su padre. “Para mí, haber perdido a mi papá se siente como haber perdido una parte de mi alma. Después de que nos lo quitaran, me di cuenta de que mi vida entera, todo, giraba alrededor de impresionarlo o imitarlo. Él era una fuerza poderosa y esencial. Sin él, pasé años sin siquiera saber quién era”.
La impotencia de no saber qué le sucedió a Ali ha sido “como una especie de muerte”, dice. “Hemos hecho todo lo que hemos podido. Hemos acudido a abogados y hecho uso de cada conexión. Hemos pagado sobornos y derribado cada puerta, pero solo ha habido silencio”.
La búsqueda de su padre domina la vida de Mustafa, que se ha convertido en una incansable activista por la liberación de todos los detenidos en Siria y que lucha por asegurarse de que sus familias no sean olvidadas.
Desde el comienzo de las protestas en Siria en 2011, se estima que más de 150.000 civiles han sido desaparecido en centros de detención o han sido torturados o asesinados por el régimen de Bashar al-Asad u otros grupos armados involucrados en el conflicto que ha separado a millones de familias.
“Lo que estamos atravesando es una tragedia colectiva. Dudo que haya en Siria una sola familia que no haya tenido a un ser querido detenido, secuestrado o desaparecido. No me importa si estaban a favor o en contra de la revolución. Abogo por la libertad de todos”.
La familia de Mustafa está segura de que aquellos que se llevaron a Ali actuaban bajo las órdenes del régimen militar de Asad. Ali era un duro crítico del régimen y apoyaba la revolución siria, que entonces parecía tener la fuerza suficiente para derrocar al dictador.
“Las paredes oyen”
“Mi padre vivía en un vecindario que estaba bajo estricto control del régimen, pero aun así había un apoyo generalizado a la revolución y muchos arrestos y secuestros de parte de las fuerzas del Gobierno. Se lo llevaron junto a su mejor amigo, cuya familia después supo que lo habían asesinado bajo tortura en un centro de detención del Gobierno”, cuenta.
La familia de Mustafa proviene de Masyaf, una ciudad de diversidad religiosa y política situada en el noroeste de Siria, a tres horas de Damasco. Antes de su desaparición, Ali ya había sido arrestado, detenido y torturado por el Gobierno debido a su activismo por los derechos humanos y a sus creencias políticas.
“Cuando fue detenido, la gente hablaba de él, pero jamás sentí vergüenza. Quería que la gente lo supiera. Estaba orgullosa de quien era él”. La pasión de Ali por la política y por la libertad para Siria marcó la infancia de Wafa. “Él era un verdadero héroe para nosotros. De joven era muy apuesto e intenso. Había ido a luchar por la causa palestina. Siempre tuve esta idea muy romántica de él como un luchador por la libertad de Palestina, muy apasionado en el amor y en la pelea. Él llenaba la casa de música, política y gente”.
Durante su niñez y adolescencia en Masyaf, Wafa siempre decía que quería ser corresponsal de guerra. “Quiero decir, eso era cierto, pero solo porque sabía que aquello impresionaría a mi padre. De verdad, todo lo que quería era ser como él”.
Ali animaba a sus hijos a pensar por sí mismos, a pesar de las restricciones a la libertad de expresión bajo el régimen. “Crecimos escuchando la frase ‘las paredes oyen’. Todo el mundo tenía miedo, pero nada estaba prohibido en nuestra casa. Ni mi madre ni mi padre nos ocultaban sus ideas políticas. Querían que fuéramos libres”.
A sus diez años, su padre la llevó a su primera manifestación, una protesta por Palestina y la guerra en Irak. En aquella época, el régimen permitía que la gente se desahogara por las causas políticas consideradas seguras. “Pero, incluso en aquel entonces, sabía que cuando cantábamos por la libertad para Palestina, también estábamos reclamando por nuestra propia libertad”.
Cuando los egipcios comenzaron a protestar en la plaza Tahrir al inicio de la llamada Primavera Árabe, a comienzos de 2011, Mustafa y Ali hacían turnos frente al televisor para ver los telediarios. La primera vez que Mustafa vio a su padre llorar fue cuando el presidente egipcio, Hosni Mubarak, renunció.
“Creo que comprendía lo que significaba para los sirios: una revolución estaba en camino. Cuando comenzaron las protestas en Siria, él cambió. Estaba muy calmado. Me dijo: ‘toda la vida esperé que esto sucediera, pero nunca creí que lo vería. Incluso si no llego a ver la victoria del pueblo sirio, ya es suficiente haber estado aquí cuando comenzó”.
La revolución hizo que Wafa pasara de la política al activismo. Salía a las calles a protestar a diario. Su madre estaba aterrada, pero incluso tras su arresto –pasó semanas en una prisión federal donde la golpearon y la interrogaron–, su padre continuó apoyando su participación en la revuelta.
“Mi madre me apoyaba por completo, pero le asustaba que me pasara algo en las protestas, mientras que mi padre siempre decía: ‘Haz lo que creas que es lo correcto’. Pienso que se necesita un tipo de fuerza muy especial para ver a tus hijos ponerse en peligro por lo que creen y aun así apoyarlos de todo corazón”, dice.
En 2013, mientras el conflicto iba en aumento, uno de los amigos más cercanos de Wafa fue asesinado en un bombardeo que las fuerzas del régimen realizaron en un barrio civil, y ella se desmoronó. “Había salido a protestar cada día de los últimos dos años. Me habían expulsado de la escuela por mis ideas políticas. Había sido detenida e intimidada. Pero cuando perdí a esa persona, me quebré”.
Para aquel entonces, vivía en Damasco con su padre Ali, ya que era demasiado peligroso para él permanecer en Masyaf. “Mi padre estaba ahí a mi lado, cuidaba de mí y me ayudó a atravesar ese momento tan oscuro. Éramos solo nosotros dos. Sin él, no hubiera logrado superarlo. Unos pocos meses después, él ya no estaba”.
El 2 de julio de 2013, la madre de Wafa, que se había quedado con su hija más pequeña en Masyaf, iba de camino a Damasco para visitar a su esposo tras meses de estar separados.
“Mi padre y mi madre tuvieron una historia de amor épica. Ella conserva cartas de él que no nos deja leer. Para ellos, estar separados era muy duro, pero ella seguía manteniendo todo bajo control por mi hermana. Aunque viajar era muy peligroso en aquel momento, decidió visitar a mi padre y estaba a solo 15 minutos de distancia de su apartamento cuando lo llamó para decirle que estaba por llegar. Cuando llegó al apartamento, él ya no estaba”, cuenta.
El arresto de su padre marcó el final de la vida de Wafa en su tierra natal. “Nunca pensé que me iría, creía que me quedaría por siempre luchando por una Siria justa, pero mi padre siempre nos decía: ‘Si me arrestan, debes llevarte a tu madre y a tu hermana y escapar, porque vendrán a buscarlos a ustedes también’. Entonces eso fue lo que hicimos. Dejamos a mi padre en Siria y huimos para salvar nuestra vida”.
Sin nada más que sus pasaportes, Wafa, su madre y su hermana más pequeña se embarcaron en una escapada terrorífica y cruzaron la frontera con Turquía protegidas por la oscuridad de la noche. Allí vivieron como refugiadas durante tres años. Wafa llama a ese período “la época más oscura”.
“Estaba muy deprimida y desanimada. En Turquía me sentía como si apenas estuviera viva. Resistí solo porque sabía que tenía que cuidar a mi madre y a mi hermana”. Wafa comenzó a documentar las atrocidades de ISIS en Siria junto al colectivo de periodistas “Raqqa está Siendo Masacrada en Silencio” (RIBSS, Raqqa is Being Slaughtered Silently), dedicado a reportar abusos de derechos humanos cometidos por ISIS y otras fuerzas que ocupaban la ciudad al norte de Siria. Pero, uno por uno, sus colegas en Turquía fueron asesinados por la agrupación terrorista. Tiempo después, trabajó para una estación de radio siria y como reportera para el sitio web New Arab.
“Pienso en él todo el día”
En 2016 se le otorgó asilo en Alemania y huyó hacia allí, dejando a su familia en Turquía. Están separados desde entonces. Su madre y su hermana más pequeña están en Canadá y su otra hermana, en Estados Unidos. “Estar separada de mi madre es otra adversidad difícil de afrontar”, dice.
Desde su llegada a Berlín, un sitio relativamente seguro, la vida de Wafa ha estado dedicada a la búsqueda de su padre. “Se ha transformado en una crisis existencial diaria. Pienso en él todo el día, todos los días, pero hace ocho años que no escucho su voz. Es lo primero en lo que pienso por la mañana. Es como si estuviera en todas partes y en ninguna al mismo tiempo”.
“Las desapariciones forzadas, los secuestros y las detenciones acaban rompiendo a las personas que quedan detrás. Es una forma de prisión en sí misma. Pasas tu vida en un estado de suspensión, completamente impotente e incapaz de ir hacia delante”, dice.
En videoconferencia desde Berlín, Wafa impresiona con su elocuencia y su inteligencia feroz. Es evidente que se está transformando en una activista aguerrida. “Entregué toda mi energía a luchar por una Siria libre y pacífica. Ahora estoy luchando por él”.
Desde 2016, a medida que finalizaba sus estudios y trabajaba como periodista, Wafa también ha trabajado con Familias por la Libertad (Families for Freedom), un grupo en defensa de la liberación de las víctimas de desapariciones forzadas.
Su activismo condujo a que se tuvieran en cuenta las peticiones de los familiares de los desaparecidos sirios en las esferas más altas del poder político y diplomático. En julio de 2020 fue convocada para dar un discurso sobre las desapariciones forzadas como crímenes de guerra en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, en el que pidió por la liberación de aquellos que permanecían detenidos en Siria.
“Fue una experiencia surrealista porque en la misma reunión se encontraba el representante de Asad en la ONU. Tuve que escuchar todo su discurso y después de eso, temblaba. Pensé: ‘Está bien, si puedo superar esto, sabré que soy fuerte’”. Su campaña hizo que las detenciones arbitrarias recibieran una amplia cobertura en los medios internacionales.
En abril del año pasado, Wafa participó de una vigilia individual a las puertas del tribunal en Koblenz, Alemania, donde dos exagentes de la inteligencia militar siria –Anwar Raslan y Eyad al-Gharib– se enfrentaban a un juicio de alto perfil por las supuestas torturas y asesinatos amparados por el Estado en un centro de detención en Damasco. Wafa se sentó sola rodeada de 121 fotografías de personas desaparecidas, incluyendo a su padre.
“Lo sentía como una pesada carga porque estaba sola allí sentada, rodeada por todas esas fotografías de gente que jamás conocí. Pero también me sentía muy fuerte porque estaba en representación de esas familias, permitiendo que todos se enteraran de que no seríamos silenciados y de que no nos rendiríamos hasta encontrarlos”, dice.
Wafa es el rostro de la búsqueda de los desaparecidos en Siria y mantiene contacto permanente con las familias que buscan a sus seres queridos. “Es una enorme responsabilidad. ¿Ha logrado mi campaña que liberen a mi padre? No. ¿Ha logrado que liberen a cualquier otro desaparecido? No. Pero si no grito lo más fuerte que puedo por lo que les ha pasado a 150.000 personas, ¿cambiará algo? Seremos olvidados. No permitiré que eso ocurra. Puedo mostrarles que hay alguien allá afuera luchando por ellos”.
La activista dice que es inconcebible que alguna vez deje de intentar averiguar qué le sucedió a su padre. “No voy a despertar un día habiendo olvidado a mi padre o habiendo logrado hacer las paces con el hecho de que no está. No. Haré esto hasta alcanzar la verdad, incluso si tengo que hacerlo por el resto de mi vida”. Sabe que el cansancio resultante de atravesar el dolor causado por la ausencia de su padre, día tras día, le ha endurecido y deteriorado. “Algunos días me miro al espejo y no me reconozco. Me siento vieja, aunque solo tenga 31 años”.
¿Cree que su padre sigue vivo? “Sí, lo creo, con todo mi corazón”, dice asintiendo con determinación. Cuenta que conoce a mucha gente cuya familia la daba por muerta hasta que fue liberada y enviada a casa años después de su desaparición. “No tengo evidencia que demuestre lo contrario. Y sí, quizá nada de lo que estoy haciendo tenga sentido, pero no tengo otra opción más que intentarlo”.
A veces le preocupa que su activismo perjudique cualquier posibilidad de que su padre sea liberado. “Pero sé que mi padre no querría que me quedara callada sobre el asunto. Me lo imagino siendo liberado y volviendo a casa, teniendo que explicarle cómo me quedé sentada sin hacer nada por él ni por los otros miles como él. Hago esto porque es lo que quiero hacer, pero estoy segura de que también es lo que él quiere que haga”.
Traducción de Julián Cnochaert (elDiario.es)