Si hay algún dirigente de la izquierda que aún tiene alguna duda sobre qué factura política pagarían con la desunión, que mire el ejemplo de Huesca. Cuatro partidos de izquierdas (Podemos, IU, Cha y Equo) en cuatro listas distintas, todas ellas un poquito por debajo del 5% que necesitaban para entrar. Suman el 18% en total y, de ir juntos, habrían logrado cinco concejales. No ha sido así. Todos esos votos se van a la basura y la conclusión de este dislate es que gobernará el PP con Vox.
También puede mirar a Granada: otra miríada de partidos de izquierda, con programas electorales indistinguibles entre sí. Y por primera vez desde 1979, no habrá un solo concejal en la ciudad a la izquierda del PSOE. Vox tiene dos.
O Puertollano. Donde la división de la izquierda entrega otro ayuntamiento al PP y Vox. Y, de rebote, es determinante para que la derecha gane la Diputación de Ciudad Real. O que mire lo que ha ocurrido en Cádiz: varias listas de izquierda se quedan fuera… y por eso el PP gobernará.
Son solo algunos ejemplos. Hay muchos más. En estas municipales y autonómicas, la división de la izquierda ha pasado una factura enorme. Y no solo por el coste matemático de la división, que es el daño más visible.
Hay otro factor, algo más difícil de medir, pero que sin duda explica una parte de la pérdida de votos: la bronca interna en la izquierda. ¿Cuánto ciudadano progresista se ha quedado en casa, asqueado por esas descalificaciones o incluso insultos de la izquierda contra la izquierda? ¿A quién han beneficiado estas campañas de descrédito –especialmente cruentas en las redes sociales– donde quien no votara exactamente lo mismo era, como poco, un traidor?
El coste electoral de la división de la izquierda al mismo tiempo que se reagrupaba la derecha ha sido enorme. Y es uno de los principales factores que explican este dominio del PP en el poder local y regional. En política, las normas de reparto de la ley electoral no se pueden ignorar. Porque hacerlo tiene las mismas consecuencias que olvidar la ley de la gravedad: que te estrellas. Y si esa ley es estricta en las municipales y autonómicas, en el caso de unas generales es aún peor.
Algunos datos básicos que todos deberían recordar. En unas generales, los escaños se reparten entre 52 circunscripciones –las provincias, más Ceuta y Melilla–. Y casi la mitad de ellas –24 circunscripciones– tienen 5 escaños o menos. En la práctica, esto supone que es muy difícil entrar en estas provincias pequeñas y medianas con menos del 15% de los votos.
Esta es la teoría. Vayamos a la práctica. Si la izquierda ha logrado en estos últimos años una ventaja en el Congreso de los Diputados sobre la derecha ha sido en parte porque su voto estaba más concentrado, mejor optimizado, que el voto conservador. Todo esto ha cambiado con el fin de Ciudadanos: este martes, el partido ha anunciado que, en estas generales, ya ni siquiera se presentará. La derecha española se ha reagrupado en dos partidos y, además, sale mucho más fuerte. Así que en estas elecciones, la unidad es imprescindible. Porque la izquierda no se puede permitir otra cosa: al menos si el plan es reeditar un nuevo Gobierno de coalición.
Lo he explicado en artículos anteriores. Pese al pesimismo generalizado, creo que la izquierda aún tiene una oportunidad de resistir. Una más pequeña que la que acerca a La Moncloa al PP con Vox, pero que aún existe. Y que menguará sensiblemente si Sumar y Podemos, en los pocos días que quedan de plazo, no cierran un pacto electoral.
Pablo Iglesias anunció este lunes que las primarias ya no son un requisito: “No da tiempo”, aseguró. Tampoco parecen ya muy necesarias, teniendo en cuenta que las urnas han puesto a cada partido en su lugar y han dejado claro el tamaño relativo de cada formación. Y también quiénes son los partidos que más votos y escaños pueden aportar a la futura coalición. Que ya no es Podemos: son Más Madrid, Compromís y los comuns.
Incluso IU, que durante los últimos ocho años ha sido una fuerza más débil electoralmente que Podemos, está hoy más fuerte. En aquellos lugares donde IU ha ido sin Podemos, le ha ido bastante mejor. Y en todas las candidaturas de importancia donde han ido juntos han perdido concejales y escaños a manos llenas. Los ejemplos de Rivas y Cádiz –dos feudos de la izquierda donde la dirección de Podemos rompió la confluencia en el último momento y contra el criterio de sus bases– son muy esclarecedores. En Rivas, Podemos se queda fuera e IU mantendrá la alcaldía –aunque el PP, por primera vez en la historia, será la lista más votada del municipio–. Y en Cádiz, Podemos solo sacó 999 votos: el 1,72%. Cero concejales en uno de los pocos “ayuntamientos del cambio” que aún quedaban, y donde también gobernará el PP por la desunión de la izquierda.
Los tres escollos para un acuerdo
Las negociaciones para Sumar ya han empezado y tendrán que ser mucho más rápidas de lo previsto: cuestión de días. Algunos partidos, como IU y Compromís, se han sumado ya a la coalición. Y el mismo lunes, Ione Belarra y Yolanda Díaz se reunieron de forma discreta y empezaron a hablar.
Los escollos para un acuerdo entre Sumar y Podemos ahora mismo son tres.
El primero, que Podemos pide una relación bilateral con Sumar. No entrar en esta coalición como uno más. Y en Sumar se niegan a que Podemos tenga ese tratamiento especial.
El segundo, que en Sumar piden que el discurso de Podemos en esta campaña no entre en disonancia con el de Yolanda Díaz. Que acepten que sea la candidata quien lleve la voz cantante y lidere los mensajes, sin estridencias.
El tercero, que en Sumar hay varios que creen que Podemos les puede restar más votos de los que aporta, por el rechazo que hoy genera la cúpula de este partido entre una parte de sus potenciales votantes.
Y este último punto es una de las claves de la decisión. Porque sin duda, para el bloque progresista en su conjunto lo que más optimiza el voto es ir en dos listas: PSOE y Sumar. Pero para los intereses partidistas de quienes conforman Sumar, integrar a Podemos puede provocar que una parte de su voto se vaya al PSOE.
No está claro el saldo neto de estas transferencias: si un Sumar con Podemos lograría más votos de los que tendría Sumar en solitario. Pero sí hay algunas certezas.
Que Sumar integre a Podemos beneficia al Gobierno de coalición en su conjunto: aumenta mucho las posibilidades de resistir. Y también beneficia al PSOE, pase lo que pase: tanto si gobiernan como si se van a la oposición.
Para los votantes que no quieren que gobierne Feijóo con Vox, la decisión no tiene estas aristas: sin duda, el acuerdo entre Sumar y Podemos es la mejor opción para intentar frenar a la derecha –aunque puede que ni siquiera así se consiga ese objetivo–. Pero solo entendiendo estos factores se explica también por qué el acuerdo puede fracasar. Especialmente si las exigencias de Podemos son muy altas. Más aún en un momento en que el PSOE busca desplegar una estrategia por el llamado voto útil.
Hay más factores que también complican el acuerdo. Para empezar, las heridas personales que han dejado los durísimos enfrentamientos de los últimos años dentro de ese espacio que una vez fue lo mismo y ahora se intenta reunificar. O la dureza de la campaña electoral de Podemos contra varios de sus potenciales socios, a los que ha dedicado muchos más dardos de los que ha recibido desde la llamada “izquierda cuqui”, como descalificó Ione Belarra a Más Madrid.
En Podemos también saben que, si se quedan fuera de Sumar, corren un serio riesgo de desaparecer. Porque con los votos que hoy tienen no garantizan el grupo parlamentario: como mucho podrían lograr uno o dos escaños. O tal vez ninguno.
Y en la política actual, los partidos que salen del Parlamento nunca tienen una segunda oportunidad.
IE