Se nos fue Jorge Eduardo Rulli. Y con su partida perdemos a uno de los hombres más lúcidos, valientes e íntegros que ha parido el movimiento nacional. Las múltiples implicancias de su figura son difíciles de calibrar para quien escribe estas líneas en estos momentos de dolor e incertidumbre colectiva. Lo cierto es que con él se va una parte sustancial de la historia de nuestras luchas populares. Porque gracias a hombres como Rulli, ese formidable fenómeno conocido como peronismo sobrevivió en sus momentos más difíciles. Las llagas indelebles de aquéllas batallas decisivas eran visibles en su cuerpo, y sin dudas templaron ese espíritu irreductible que lo caracterizó. Su vida fue una epopeya en sí misma.
Desde la precocidad de sus quince años no trepidó en salir a “cagarse a trompadas” por Perón frente al asedio de los temibles comandos civiles. Eran pequeñas manadas de adolescentes que se movían como lobos salvajes en las calles del microcentro allá por 1955, después del derrocamiento de Perón. La mítica Juventud Peronista (así, con mayúsculas) y su Santa Trinidad: Envar El Kadri, Héctor Spina y Jorge Rulli (sí, para algunos académicos hubo otra Juventud Peronista antes, pero la que quedó en la memoria militante fue la que creció “desde abajo”). Eran pibes, muy pibes, que se convocaban junto a otros en la esquina de Corrientes y Esmeralda, aquélla mítica intersección en la que confluían ese pasado que no muere y el destino de la patria, sacralizada en El hombre que está solo y espera de aquél otro místico prócer sacrificial: Raúl Scalabrini Ortiz. Una foto de Perón y Evita como señuelo en una esquina del centro en tiempos de proscripción para atrapar gorilas y “cagarlos bien a palos”. Eventualmente se sumaban pibes lustrines y prostitutas a colaborar solidariamente con los golpes, hasta que llegaban esos cancerberos civiles de la dictadura (muchas veces armados) para salvar al gorila escarmentado por estos pibes rebeldes, que se replegaban para esconderse y tener una vida más para volver a atacar. Aprendieron así el arte de la lucha callejera, hasta que el poder de fuego de los comandos civiles los obligó a evaluar opciones más sofisticadas, como los célebres “caños”. “Por lo menos a esa batalla la ganamos”, evocaría con una sonrisa aquel Jorge de Los Malditos Caminos (2001), un documental fundamental de Luis Barone.
El tránsito de “ni vencedores ni vencidos” a “mártires y verdugos” (tal fue el título del célebre libro de Salvador Ferla) ocurrió en un santiamén. Tras el derrocamiento de Lonardi y la asunción de Aramburu, el accionar represivo del antiperonismo recrudecería. El proceso de “desperonización” manu militari de la sociedad se expresó a partir del famoso decreto 4161/56, la ley marcial (10.362/56) y pena de muerte (10.363/56) y la materialización de los fusilamientos de junio de 1956 (que terminaron con la vida de los generales Valle y Cogorno, entre otros oficiales, así como con la vida de militantes en los basurales de José León Suárez), la lucha pasaría a otra etapa. Nace el “Comando Juan José Valle”. No es necesaria la aclaración del homenaje. Rulli recordará de esta etapa sobre todo las reuniones en la casa de Susana Valle (hija del general-héroe-mártir) y aquéllas que se realizaban en el local de “Palabra Argentina”, aquél semanario dirigido por el recordado Alejandro Olmos, desde el cual se organizaron las “marchas del silencio” para pedir justicia por los fusilados. Este activismo lo llevará a vincularse con el Tuli Ferraris, los hermanos Gustavo y Alberto “Pocho” Rearte, y con quien después sería su esposa, una dirigente peronista acaso olvidada, Beatriz “Bechi” Fortunato.
Algunos han sindicado a Jorge Rulli como una suerte de “anarcoperonista”. Acaso esa filiación obedezca no sólo a la metodología de la lucha la Resistencia y de la reticencia por parte de aquélla primera Juventud Peronista al electoralismo. No suscribían la táctica de la “rosca” que ellos juzgaban estaba propiciada por John William Cooke (con la anuencia de Perón, claro, puesto que Cooke era su delegado-representante) para brindar el apoyo del peronismo a la candidatura presidencial de Frondizi en las elecciones de 1958. Polémica olvidada, fue el factótum de la ruptura del “Bebe” Cooke con quien fuera acaso su más respetado referente: César Marcos. Referente del Comando Nacional de la Resistencia –recordado por muchos por su rol como actor en Los Hijos de Fierro (1972) de Pino Solanas, personificando a Pardal, arquetipo del burócrata sindical– este “viejo vizcacha” del peronismo histórico (injustamente olvidado, pero también muy escurridizo de las fuentes documentales) fue quien desde las páginas del diario “El Guerrillero” y con el seudónimo de “Juan Caracas” (no queda claro si en honor al exilio venezolano del General, o una ironía por el locus de la rosca, o ambas cosas), se dedicaría a fustigar a Cooke, a “correrlo por izquierda” (sí, al máximo referente del peronismo revolucionario). Perón terminaría de confirmar a través de sus cartas la aprobación de esta táctica electoral, que incluía acuerdos muy atendibles. Esta polémica puede leerse en clave cuantitativa y cualitativa: es el origen del considerable votoblanquismo peronista expresado en las elecciones de 1958 y es, al mismo tiempo, una característica generacional que Rulli llevaría marcada de por vida: su adhesión a la “vía insurreccional” y una marcada desconfianza por las tácticas partidistas.
En el libro El Guerrero de la Periferia de Juan Mendoza (2011), el autor recoge algunos pensamientos de Rulli respecto a esta primera etapa de la Resistencia Peronista (1955-1958). La presidencia de Frondizi y la Revolución Cubana marcarían el inicio de una nueva era en muchos sentidos. Lo concreto es que ante los incumplimientos de Frondizi (denunciados por el propio Perón) y ante el embate represivo del Plan CONINTES, la nueva etapa lo encontraría formando parte del grupo que ejecutaría la primera acción de la guerrilla urbana en Argentina en marzo de 1960: el asalto a un puesto de guardia de la Aeronáutica en Ciudad Evita para aprovisionarse de equipamiento militar. Rulli evoca en sus memorias a Bechi bordando los brazaletes rojinegros para la operación con las siglas EPLN: Ejército Peronista de Liberación Nacional. Las reminiscencias de la lucha anticolonial argelina no son casuales: el propio Rulli (tema para investigar) refirió en varias oportunidades que el modelo de lucha argelino había inspirado a aquélla primera expresión armada del peronismo. Todavía reinaba en la Juventud Peronista cierta suspicacia respecto a la Revolución Cubana y a la figura de Fidel Castro, habida cuenta de la visita de éste a la Argentina en 1959, celebrada por el antiperonismo (pues comparaban la caída de Batista con la caída de la tiranía de Perón) y repudiada –a los bombazos, claro– por aquéllos pibes.
Rulli terminaría siendo uno más de los presos políticos en el marco del CONINTES, y su padre Eduardo Rulli junto a Oscar Spina (padre de Héctor) organizaron la Comisión de Familiares de Detenidos (COFADE), el primer organismo organizado por familiares de víctimas de la represión estatal. Sus días en la cárcel profundizaron su vínculo con Beatriz Fortunato, con quien terminaría casándose en 1963 tras haber sido liberado por la amnistía del presidente Illia. En el marco de la estrategia insurreccional para facilitar el retorno de Perón a la Argentina, Rulli recibiría entrenamiento militar en la China de Mao Tse-Tung con El Ejército Popular de Liberación (EPL). Allí coincidiría con dos importantes referentes del Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara (un desprendimiento “radicalizado” de la Tacuara original): Joe Baxter y José Luis Nell. El primero terminaría siendo parte del ala más radical del PRT-ERP (hasta su muerte en 1972) y el segundo, mítico cuadro militar del peronismo combativo, sería jefe militar de la Columna Sur de Montoneros y sería gravemente herido durante los sucesos de la Masacre de Ezeiza (1972).
Una vez regresado al país, comenzarían a organizarse como FAP (Fuerzas Armadas Peronistas. Pero, durante los carnavales de 1967, Rulli sufriría una emboscada (en la localidad de Ramos Mejía) diseñada por la Policía Federal. Una vez aprehendido, y herido de bala, fue torturado brutalmente y estuvo durante muchos meses en estado gravísimo en el Hospital Italiano. El crudo relato de este episodio fue reflejado en el libro Historia de la tortura y el orden represivo en la Argentina (1985) de Ricardo Rodríguez Molas y fue íntegramente reconstruido como crónica periodística por el escritor uruguayo Eduardo Galeano, publicado en su libro Nosotros decimos no: Crónicas 1963-1988 (1989). La tragedia personal coincidiría cronológicamente con el asesinato del Che Guevara en Bolivia y con el declive irreversible de la salud mental de Beatriz Fortunato, su esposa y madre de su hija María Eva (fallecida en 1989).
Viajaría a Cuba para recuperarse. Su estadía coincidiría brevemente con el Padre Carlos Mugica, quien lo había acompañado durante su recuperación en Buenos Aires y según recuerda Rulli, le había obsequiado el libro de Régis Debray, Revolución en la Revolución. Su estadía en Cuba le permitió conocer un poco más en profundidad la historia de la Revolución Cubana, y caer en la cuenta de que la versión oficial de aquélla gesta no se condecía con la llamada “Teoría del Foco” sacralizada en el libro de Debray y que formó parte central del corpus ideológico de aquélla etapa de radicalización política. Esta interpretación (muy similar a lo que expresara Juan Gelman en 1987 en el libro Contraderrota, de Roberto Mero) le alejaría de la táctica de las organizaciones armadas que empezarían a formarse en la Argentina durante los años sesenta y afirmaría aún más su perspectiva insurreccionalista, que a diferencia del foquismo, no colocaba a la conducción política del proceso revolucionario dentro del dispositivo militar. Como afirmaba Perón, la conducción estratégica debe estar separada del campo táctico. La pretensión de manejar la estrategia desde la táctica, es decir, organizar lo político desde lo militar, fue en la interpretación de Rulli, el germen de la disputa que se abriría entre Perón y Montoneros. Acaso esa sensación a la que refiere Juan Manuel Abal Medina en su libro Conocer a Perón (2022) de un problema de fondo irresuelto entre el General del retorno y la juventud también coincida con esta interpretación.
Rulli tuvo oportunidad de entrevistarse con Perón en Puerta de Hierro a fines de los sesenta. Allí corroboró que Perón no estaba muy consustanciado (al menos, en ese momento) con el lenguaje político derivado de la lucha armada. Regresó al país con la certeza de cierto desencuentro entre su formación y el pensamiento de Perón. El inicio de los convulsionados años setenta lo encontraría organizando a la Juventud Peronista de La Matanza, lugar en el que se formó con un pensador que cobró actualidad gracias al Papa Francisco I: Rodolfo Kusch. Intelectual “maldito”, su obra gira en torno a la necesidad de concebir un pensamiento situado en América Latina. Reconocido por intelectuales como Walter Mignolo como precursor del llamado “giro decolonial”, en Kusch se pueden encontrar algunas de las claves relacionadas con las actuales críticas a los modelos de desarrollo de base extractiva, tan caros a los debates sobre el medio ambiente en la actualidad.
Con el retorno de Perón al poder, Rulli trabajaría como Decano del Campo de San Pedro de la UBA hasta 1974. Tras la muerte de Perón a mediados de aquel año, y amenazado desde las páginas de la Revista El Caudillo (dirigida por Felipe Romeo bajo las órdenes de José López Rega), Rulli marcharía a Salta junto a Pelusa (su segunda esposa) y allí trabajaría junto a Rodolfo Kusch en la Universidad Nacional de Salta. Un dato de color: Rulli y Pelusa también armaron un restaurante en la localidad salteña de Cerrillos llamado Puma Huasi, lugar donde durante un tiempo breve el mismísimo Horacio González trabajó como mozo antes de su partida a Brasil.
Tras el golpe de marzo de 1976, Rulli estuvo en condición de detenido-desaparecido en la Cárcel de Villa Las Rosas durante algunos meses. Poco tiempo después fue puesto bajo disposición del PEN en la Unidad 9 La Plata. Rulli recordaría que en aquéllos años trató de encontrar una nueva espiritualidad para poder resistir la tragedia personal y colectiva. De aquéllos años de calabozo recuerda tres lecturas que fueron claves en su activismo posterior: Las Memorias de Don Juan de Carlos Castaneda, las obras de Thomas Merton y la mítica revista Mutantia, publicación dirigida por uno de los pioneros del ambientalismo argentino y “gurú” del rock nacional, el recordado Miguel Grinberg.
Partiría al exilio en 1981. Allí residiría primero en España, y posteriormente en Suecia. De esta etapa surgió el célebre libro “Diálogos en el exilio” junto a Envar El Kadri durante su estancia en Andalucía. Trabajaría junto a referentes indígenas exiliados en Suecia. Y recuerda que la experiencia de Chernobyl, tal y como se vivió en aquél entonces en la Europa occidental, marcó aún más su interés por la Ecología.
Retornó a la Argentina durante la recuperación democrática y por fin encontró serenidad a partir de su matrimonio con la periodista Wanda Galeotti, con quien compartió todos estos años en su chacra de Marcos Paz junto a sus hijos. Durante los años ’90 trabajó en el Ministerio de Agricultura y desde allí organizó, junto a un grupo de notables técnicos (como Adolfo Boy y Guillermo Gallo Mendoza, entre otros) el Grupo de Reflexión Rural (GRR), espacio pionero en la crítica de la instalación del modelo de los agronegocios en la Argentina. Tiempo después condujo el ciclo radial “Horizonte Sur” en Radio Nacional hasta fines de 2009, cuando la dirección de dicha emisora decidió que su programa ya no tenía lugar en la grilla. Proponiendo retomar el espíritu del Mensaje Ambiental a los Pueblos y Gobiernos del Mundo de Perón (1972), sus posicionamientos críticos respecto al modelo sojero y sus corifeos, sus consecuencias socio-ambientales y la falta de una estrategia de verdadera independencia económica acaso motivaron su salida. Buena parte de sus perspectivas al respecto se encuentran reflejadas en el documental Viaje a los Pueblos Fumigados (2018) de Pino Solanas y en sus últimos libros, como Semillas para una nueva conciencia (2022).
Su último legado estará sujeto al dictamen del tiempo. Sin embargo, para quien escribe estas palabras no duda que muchos de sus pensamientos y contribuciones, más allá de su estilo incómodo y confrontativo (porque Rulli era un tipo demasiado temperamental, característica que para algunos lo hacía más querible), se encuentran a la altura de los grandes pensadores nacionales. Fue un militante de acción, pero nunca perdió su condición de irreductible: nunca claudicó al sueño de hacer la revolución. Para él, la “crítica de las armas” no significó renegar de las ganas de cambiar el mundo. Fue el último místico del peronismo. Vivió como predicaba, en sus propios términos, proponiendo un modo de vivir sencillo, en armonía con su comunidad y el entorno natural, en aras de recuperar ese arraigo clave para la formación de la conciencia de nuestra propia soberanía territorial, cultural y nacional.
Maximiliano Mendoza es ex miembro del Grupo de Reflexión Rural (GRR)