Mi abuela decía: siempre hay que dejar algo en el plato.
Mi tía: no hay que sacar los pies del plato.
Para mí, plato era dos cosas:
a) Lo obvio: el recipiente donde se sirve la comida.
b) Algo gracioso, muy divertido.
Hacerse el plato es una frase que surge en la tele y se instala en el habla de los argentinos, a partir de su uso en un programa cómico de la tele de fines de los 50 titulado Qué plato. Lo animaban Carlitos Balá, Jorge Marchesini y Alberto Locati, y auspiciado por El emporio de la loza, un bazar donde, justamente, vendían platos u otros enseres de cocina. “Para casi todo el mundo”, decía el slogan. Claro, había que tener dinero para comprar allí, además de mirar las vidrieras de reojo, sin alcancía, pero con antojo.
Sin dejar ni quitar nada.
¿Qué significaban las frases que repetían mis parientas?
La primera, la de la abuela, un signo de finura o fineza, casi una implicancia en una categoría social elevada. “Si se deja algo en el plato es porque no estoy desesperada, ni voraz, no soy pobre, ni angurrienta”, parecía decir.
El otro imperativo, el de mi tía, que había respetar los límites impuestos, sean cuales fueran. Atenerse/detenerse ante la norma.
Límites, límites es amor, dicen los psicólogos y educadores. Muy bien, pero ¿qué clase de límite? ¿de qué estamos hablando cuando hablamos de límite?
No es sencillo. Veamos algunas definiciones y/o ejemplos.
En una publicidad de jabón para lavar la ropa, leo: “Poner límites es mantener a nuestros hijos a salvo de peligros y adaptados al medio social”.
Extremo que pueden alcanzar lo físico y lo anímico. Llegó al límite de sus fuerzas. Dice en una de sus acepciones la Real Academia Española. Línea real o imaginaria que separa dos terrenos, dos países, dos territorios, señala otra en el mismo volumen.
Un recorte a un presupuesto o la baja de un derecho, ¿también es un límite? El gobierno reduce a la mitad los meses de ayuda económica del Programa Acompañar y pone como requisito la denuncia policial o judicial, en el único plan nacional de contención y apoyo concreto a las víctimas de la violencia machista. La reciente medida, que ya venía siendo recortada por la gestión libertaria, pone en mayor riesgo a mujeres y diversidades que conviven con su agresor, ¿es una barrera amorosa?
Límites es amor, dicen. Pero si de amorosidad se trata el estado preservaría las normas de protección. En algunos casos al otro se registra, en otras se lo arrasa y desaparece.
No se trata de evaluar la posibilidad personal de poner límites, sino de volver sobre cierta racionalidad que considere su uso social.
¿Es fácil marcar una separación, subir o bajar amorosamente una barrera, poner una distancia afectuosa en un sistema social que todo el tiempo impone el consumo voraz de objetos y personas?
¿Cómo parar, reflexionar, elaborar, es decir poner un límite, mediar, ante la compulsión de la publicidad, el consumismo, la vida digital?
Marina_nutricion instagramea un reel a propósito del Cris Morena Day que se hizo en un teatro del centro hace unos días y del que mucho se estuvo hablando. Recuerda allí con fragmentos de imágenes televisivas de los 90 y 2000 “cuánto nos perjudicaron las series en niñeces y adolescencias”, donde se soltaba la lengua sin límite.
Imperativos categóricos, eso eran algunos diálogos de las ficciones con las que crecieron distintas generaciones, acunadas por Chiquititas y Rebelde Way. Casi siempre, además, las que hablaban eran chicas, mirándose al espejo o confrontándose con amigas.
- Un rollo, no lo puedo creer.
- ¿Nunca vieron a una ballena con un poncho encima?
- Mami, me probé el vestido negro y parezco una momia, ¿me puedo poner otro?
Y respondía la progenitora:
- El negro te favorece porque te hace menos gorda, yo quiero evitar que digan de vos lo que dicen tus compañeros, Hijita, dejame cuidarte…
Bulling, discriminación, violencia estética, conductas alteradas de la alimentación. Era dejar en el plato las sobras de un desamor, desplegar maltrato, nada de hacerse el plato (aunque muchos se hicieran el plato, que horror)
Y sigue sucediendo.
En La vida extraordinaria, que puede ir a verse al teatro del Picadero en el marco de los festejos por los veinte años de la revista Llegás, Lorena Vega y Valeria Lois protagonizan una obra en que vida y muerte están bordadas, ineludiblemente, como la fragilidad y la fortaleza. El final, la mortalidad, es seguramente el límite más terrible con el que los humanos tenemos que convivir.
Dos vidas normales, simples las de Aurora y Blanca, amigas toda la vida. Una es docente, se muda de Ushuaia a Buenos Aires, tiene un hijo, un amante, un marido, escribe poesía. Blanca es modista, vive con su madre, que se muere, tiene un novio, luego otro, luego otro, sufre siempre. Escribe poesía. Dos vidas comunes, ordinarias con la amistad y la literatura entrelazadas con lo extraordinario, como el estallido del origen, el big bang. Un milagro.
Escribo mientras escucho a Mariana Falco cantar “Celador de sueños”. “Para hacerte reír no me digas que no”, dice su voz de amplio, sutil y potente registro. Y sigo navegando por IG donde se pregunta acuerpada: ¿El peso nunca es el problema? Y ¿Por qué me siento mejor cuando bajo de peso?
Pesa el peso e importa porque es parte de quienes somos y altera tu relación con el mundo. La cuestión, lo que se combate, es la idea de que se lo puede controlar a gusto. El peso, los kilos que tenemos no son un factor modificable por deseo o voluntad. Los mismos médicos gordofóbicos admiten que el peso que pierde la mayoría de las personas en situación de dieta luego se recupera.
Esperar bajar de peso viene de la misma creencia de que se puede elegir tener o no acné, tal talle de calzado, fiebre después de vacunarse o Covid con determinados síntomas. No es algo que se decida por deseo ni voluntad, no hay evidencia científica que demuestre que se puede controlar.
Es uno de los límites del movimiento antigordofobia, como el derecho a ser respetado en la consulta médica, la oferta de talles, el buen trato social.
¿Se puede acaso controlar que te salgan o no las canas?
Dejemos que cada uno llene o vacíe el plato como le plazca y exijamos que todos los platos estén llenos, en un país donde millones de niñeces se van a dormir con hambre.
LH/MF