Los arcanos
Ella huye a Casablanca. Allí no se despide desde la escalera de un avión sino en el puerto, donde embarca en el “Serpa Pinto” rumbo a América. Ella dibuja mosquitos y pinta carteles publicitarios para el laboratorio Bayer. Ella colabora en un proyecto delirante, los decorados de Marc Chagall para el estreno, en México, de un ballet de la compañía de Diaghilev, con música de Tchaikovsky e inspirado en Pushkin. Ella está sentada, en el Café de Tacuba, junto a otra exiliada, la británica Leonora Carrington, y el poeta Octavio Paz. Conversan, en el invierno de 1941.
Hija de una argentina ultra católica y un andaluz anarquista y devoto del esperanto, había participado de la Guerra Civil Española, y había escapado a París, donde fue encarcelada por los nazis después de la ocupación. Había participado en varias exposiciones en Europa, uno de sus cuadros había ocupado la portada de la revista surrealista Minotaure y mezclaba en sus imágenes feéricas la alquimia, el psicoanálisis y las visiones infantiles de su Anglés natal, en la provincia de Gerona. Ella, Remedios Varo, recién presentó públicamente su obra en una exposición colectiva, en 1955.
John Zorn, saxofonista, ocasional organista, compositor y, sobre todo, fundador de estéticas en varios campos, homenajeó –o mejor dicho tomó para sí– el espíritu de filósofos como Spinoza, escritores como Shakespeare, Jerzy Kosiński o Samuel Beckett, conceptos como el principio de incertidumbre, el cine y su historia o personajes diabólicos y angélicos. Y uno de sus últimos proyectos –especie de equivalente musical de César Aira, sus publicaciones se superponen unas con otras– está dedicado a Remedios Varo. Como en sus otros discos, incluyendo aquellos en que su referencia es el klezmer, esa música popular de los judíos centroeuropeos, las alusiones están lejos de ser literales. De lo que se trata, más que de citas, es de resonancias.
Autor de once volúmenes de escritos teóricos, agrupados con el nombre de Arcana –otro homenaje, en este caso al compositor Edgar Varèse, también fuente inspiradora de Frank Zappa y autor, en 1927, de una obra con ese título–, Zorn argumenta allí acerca de su propia inasibilidad. No hay géneros, dice, sino necesidades del mercado. Ni free jazz, ni vanguardia, ni punk, ni noise, ni ambient, dice, son palabras que sirvan para otra cosa que para desinfectar, envolver y digerir más fácilmente al arte. Pero, si se piensa en palabras y cadenas de referencias, “Arcana” es un término de la alquimia, esa obsesión tan suya como de Remedios Varo, y Varèse, un precursor de la idea del sonido esctructurado en grandes masas en colisión, tomó ese título de Paracelsus y encabeza la partitura con un texto de su tratado de astronomía hermética: “Existe una estrella, más alta que todas las demás. Esta es la estrella apocalíptica. La segunda estrella es la del ascendente. La tercera estrella es la de los elementos; de éstos hay cuatro, de modo que se establecen seis estrellas. Después de esto hay otra estrella, la imaginación, que engendra una nueva estrella y un nuevo cielo.”
Contrariamente a lo que podría anticiparse, Homenaje a Remedios Varo (en español en el original) es un disco directo, casi diáfano, cercano por momentos al rhythm & blues –o la visión del rhythm & blues que caracterizaba las composiciones de Keith Jarrett en los 70s– con gran lucimiento solista del guitarrista Julian Lage, del notable pianista Brian Marsella, de Jorge Roeder –un gran contrabajista nacido en Perú– y del baterista Ches Smith y con giros y veloces pasajes de ajuste milimétrico que avocan algo del rock progresivo de otrora.
Marsella hizo su primera aparición junto a Zorn en el volumen 31 de su Book of Angels, allí con Kenny Wollesen, el baterista de otro de sus grupos actualmente en ejercicio, junto al tecladista John Medeski. Lage estrenó su relación musical con Zorn en Midsummer Moons, de 2017, en un dúo de guitarristas con Gyan Rilley que, en Nove Cantici Per Francesco D'Assisi, de 2019, se convirtió en trío con la presencia de Bill Frisell, un muy antiguo compañero de ruta de Zorn. En todos estos discos, al igual que en Suite for piano, donde aparecen Marsella, Roeder y Ches Smith, y en los tres discos anteriores del cuarteto del Homenaje a Remedios Varo, Incerto, de 2022, y otros dos de 2023, Multiplicities II: A Repository Of Non-Existent Objects y Full Fathom Five, Zorn es el compositor, arreglador y director pero no está entre los intérpretes.
Como con Aira, eventualmente, el mejor método con Zorn –una totalidad inabarcable o, quizás, un universo donde cada parte tiene el bvalor de una totalidad– es el azar. Pero hay, sin embargo, algunas excepciones. Puntos desde los cuales, a la manera de las películas de ciencia-ficción, se inician los viajes al hiperespacio. Algunos de los fundantes, News for Lulu (1987) o Naked City (1989) no se encuentran en plataformas. More News for Lulu, de ese mismo año, puede escucharse por YouTube y no deberían obviarse Tap: Book of Angels 20, con Pat Metheny, A Garden of Forking Paths, con sus alusiones a Paracelsus –nuevamente– y a Borges –“Circular Ruins” y “Orbis Tertius”– y la magistral interpretación de Lage, Riley y Frisell.
Más allá de la larguísima lista de trabajos conjuntos, a lo largo de más de 45 años, hay algo que une a Zorn y a Frisell y es la flexibilidad y la falta de complejos con la que se mueven entre distintas músicos y, lejos del último lugar en importancia, con distintos músicos, provenientes de territorios tan alejados entre sí como el jazz, el experimentalismo sonoro o el country. Y el último disco del guitarrista, publicado en plataformas la semana pasada, es una buena prueba.
Allí toca en trío pero nada más alejado de su habitual relectura del formato, con bajo y batería, que esta extraña alquimia –tan al gusto de Zorn– entre guitarra eléctrica, trompeta y batería. Pero, y esto sí proviene sin lugar a dudas del jazz, no se trata de instrumentos sino de instrumentistas. Y no es lo mismo afirmar que hay una trompeta que decir que quien la toca es Ambrose Aninmusire, uno de los nombres más importantes de las últimas décadas no solo por su técnica y su estilo sino por su búsqueda incesante –que a unos parecerá más interesante que a otros– de un camino que vuelva a suturar las heridas abiertas entre el jazz y las músicas populares afronorteamericanas del momento.
Tampoco es un dato menor que el baterista sea Herlin Riley, un instrumentista alejado de lo que suele identificarse con las vanguardias y cuyos blasones lo unen a los grupos de Wynton Marsalis y a la Orquesta de Jazz del Lincoln Center. El resultado, Owl Song, es extraordinario y logra, sí, una improbable alquimia entre fuerzas divergentes.
Diego Fischerman es autor del blog El sonido de los sueños: https://xn--sonidodesueos-skb.com/
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