OPINIÓN

Atención flotante

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En Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico, la primera cuestión que Freud destaca es la dificultad con la que los analistas se encuentran en la tarea de “guardar en la memoria los innumerables nombres, fechas, detalles del recuerdo, ocurrencias y producciones patológicas que se presentan durante la cura, y en no confundirlos con un material parecido oriundo de otros pacientes analizados antes o al mismo tiempo. Y si se está obligado a analizar por día seis, ocho enfermos o aun más, la hazaña mnémica que lograrlo supone despertará en los extraños incredulidad, asombro y hasta conmiseración. En todo caso se tendrá curiosidad por conocer la técnica que permita dominar semejante plétora, y se esperará que se sirva de unos particulares recursos auxiliares”. Y entonces refiere que es una técnica muy simple. Que no hará falta un recurso auxiliar -desautoriza, por ejemplo, tomar apuntes-, sino que se va a tratar de “no querer fijarse en nada en particular y en prestar a todo cuanto uno escucha la misma «atención parejamente flotante»”. Y destaca algo que resulta fundamental: se trata de evitar el peligro que conlleva fijarse en algo deliberado. Y ese peligro es el siguiente: “Si en la selección uno sigue sus expectativas, corre el riesgo de no hallar nunca más de lo que ya sabe; y si se entrega a sus inclinaciones, con toda seguridad falseará la percepción posible. No se debe olvidar que las más de las veces uno tiene que escuchar cosas cuyo significado sólo con posterioridad discernirá”.

Porque no se trata de saber anticipadamente qué es importante y qué no, de establecer jerarquías de lo que importa, sino de apostar a lo que se precipita siempre en otro tiempo. Pretender anticipar es anular esa temporalidad tan inédita del análisis que consiste en un espacio que diluye la linealidad del tiempo. No anticiparse, no escuchar ya sabiendo. Freud es taxativo: la atención flotante es un modo de resistirse a lo propio, a las propias expectativas; es un modo de que haya espacio para cuando llegue eso que no se sabía, eso que no ratifica lo que pensábamos, sino que produce sorpresa: un hallazgo -y de esa sorpresa también participa el analista-. No se puede escuchar nada sin esa disposición a no fijarse en nada en particular. No hay escucha posible si se está anticipando un saber, un decir: si se está escuchando desde una perspectiva en particular. Por su parte, Lacan lo dice así: “ponernos en ese estado púdicamente llamado de atención flotante, que hace que justamente cuando el partícipe, el analizante, emite un pensamiento, podemos tener otro muy diferente. Es una feliz casualidad de la que brota un relámpago... y justamente de aquí puede producirse la interpretación. Es decir que a causa del hecho de que tenemos una atención flotante, oímos lo que el analizante ha dicho, a veces simplemente debido a una especie de equívoco, es decir, de una equivalencia material”.

Y es que la atención flotante es, para mí, un modo de la lectura, un modo de lectura. El que se posibilita, el que hace lugar a lo otro de sí a partir de suspender lo que se sabe, sobre todo de lo que sabemos de nosotros mismos. Alberto Giordano lo dice así: Y lo mejor será olvidarnos de lo que sabemos, olvidarnos de nosotros mismos. Porque quien sabe demasiado, quien está demasiado cierto de lo que sabe, no lee”. Giordano cita a Blanchot: “leer, ver y oír la obra de arte exige más ignorancia que saber, exige un saber que invite una inmensa ignorancia y un don que no está dado por anticipado, que cada vez hay que recibir, adquirir, perder en el olvido de sí mismo”. Porque se trata de interrogar un texto suspendiendo el saber sedimentado, pasándolo al olvido para poder desprenderse de un querer-asir y acceder sorpresivamente a una verdad como nueva; verdad que, como tal, terminará escurriéndose. No tentarse con descansar en el confort del sentido que adormece -que incluso inhibe- y que estabiliza religiosamente, sino despertar por la incomodidad, la desorientación y la descolocación que la lectura propicia. Habrá que desvelarse, que estar, como dice Derrida, en “guerra contra sí mismo”.  A veces me encuentro pensando que un analista escucha de la misma manera en la que lee, de la misma manera en la que subraya un texto. No hay un solo modo de leer -y de eso también está hecha una época-. Tampoco hay, entonces, lectura sin olvido de sí: “Precisamente leo porque olvido”, dice Barthes.

Lo que un paciente dice no conforma datos, ni información. Es por eso mismo que podemos recordar un sueño que un paciente contó hace años o una palabra que pronunció especialmente hace meses. Porque la escucha de un analista no pretende retener en la memoria información -cuestión que, por otra parte sería imposible-, sino leer un texto que no está todavía escrito.

El olvido de sí que se pone en juego en la atención flotante es una disposición del cuerpo a dejar pasar, a que pase un decir. Participar del espacio transferencial es tratar las palabras que ahí se dicen no como información, ni como datos, ni siquiera como signos; participar del espacio transferencial es devolverles a las palabras su potencia subversiva. Me gusta pensar la atención flotante como algo parecido a lo que Barthes dice de su relación con Japón: que el signo ahí nunca se naturaliza ni se racionaliza. En Japón, que para Barthes resulta un texto a ser leído, “el signo está vacío: su significado huye, no hay dios ni verdad, ni moral en el fondo en estos significantes que reinan sin contrapartida”.

La atención flotante es el nombre freudiano del acto de extirparles a las palabras sus sentidos adosados mecánica y repetitivamente, esos sentidos que el código estabiliza, normaliza, que aplana y aplasta, que estandariza y que reduce. No se trata del sinsentido sino, como diría Barthes, de hacerle trampas a la lengua.

La atención flotante es el nombre freudiano de un espacio que se abre a la ocurrencia; un espacio que alberga, sin defenderse, también al odio.

La atención flotante es el nombre freudiano para el lugar del analista, ese que no está hecho de una vez y para siempre, ese que se hace -o no- en cada sesión y que nunca está garantizado. La atención flotante es el nombre freudiano de ese espacio que alberga la diferencia, la inquietud, la otredad; es el nombre freudiano de un olvido de sí en el lugar del analista. Olvido de sí que da lugar a otro. Olvido de sí para poder encontrar aquello que no se buscaba. Olvido de sí para que lo que el analizante diga no se choque con el muro imperturbable del narcisismo de la persona que lo escucha y que se cree ser o tener -ser un psicoanalista, tener un saber, por ejemplo-.

En un análisis, desfamiliarizar y extrañar solo serán posibles si hay un espacio que albergue las palabras en su filo, ese que abre y que también corta la continuidad de un olvido imposible.

La atención flotante es el nombre freudiano de ese espacio en el que las palabras se escriben así como dice Adelia Prado en su poema

Antes del nombre -poema al que llegué gracias a Carmen Güiraldes-:

No me importa la palabra, la palabra común

lo que quiero es el espléndido caos de donde emerge la sintaxis

los sitios oscuros donde nacen: de, sino,

el, sin embargo, que, esta incomprensible

muleta que me apoya.

Quien entiende al lenguaje, entiende a Dios,

cuyo Hijo es Verbo. Muere quien entiende.

La palabra es disfraz de una cosa más grave, sorda-muda,

fue inventada para ser callada.

En momentos de gracia, infrecuentísimos,

se le podrá atrapar: un pez vivo con la mano.

Puro susto y terror.

AK