Ensayo General Opinión

La belleza más absoluta

13 de noviembre de 2022 00:01 h

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Pienso muy seguido en de dónde vienen las ideas; en realidad, para ser más precisa, siento muy seguido esa pregunta. Me hace ruido en la panza y en el pecho y en los peores días en la garganta. Me pasa todos los sábados, cuando me pongo a ver qué de todas las cosas que fui anotando a lo largo de la semana puede convertirse en una columna y siento que ninguna. Me pasa cuando me acerco al final de un trabajo, una obra de teatro o un libro o un guion o lo que sea, y empiezo a sentir el mordisqueo en los talones, la pregunta de qué voy a hacer después, de si tengo efectivamente algo para hacer después. Me pasa cuando alguien me pregunta qué estoy haciendo, qué estoy escribiendo, en qué estoy trabajando. Casi siempre tengo algo para decir, pero aún así, la sensación es que se trata de algo provisorio: que ese estado de gracia que es la creatividad no puede durar para siempre, o al menos, puede no durar para siempre. Que si un día se me acaba voy a tener que buscarme otra cosa que hacer o dedicarme a buscar novelas para adaptar, a “comprar IPs”, como dicen los corporativos. No creo en eso del 90 por ciento de transpiración y 10 por ciento de inspiración; entiendo el punto, estoy de acuerdo con la reivindicación del trabajo duro, pero sencillamente no me parece cierto. Se puede dedicarle muchísimo trabajo a una obra de mierda, y eso será moralmente meritorio para algunos, pero no hará que la obra sea ni un ápice mejor de lo que es. En el mundo del arte, la rosca cultural  y las credenciales se puede triunfar sin gracia ni ideas a base de un combo de estrategias y prepotencia de trabajo; nada de eso va a convertirte, creo, en un gran artista. La frase de la inspiración y la transpiración supone, también, que tener ideas es fácil, que todos las tenemos; lo difícil sería concretarlas, juntar la voluntad para sentarse a trabajar. No lo veo así, para nada: siento que parece una reivindicación del escritor profesional (tiemblo de solo escribirlo) que se sienta a escribir ocho horas todos los días para demostrar que lo que hace es serio, como si el único estándar de seriedad posible al que el arte pudiera aspirar es el de semejar un trabajo de oficina. Yo no me siento a escribir todos los días; hay semanas enteras en que no escribo nada, meses en los que no tengo de qué escribir, y me angustio, pero no sé qué hacer, más que sentir ese vacío en el cuerpo con toda la intensidad de un abandono, de un amante en el que una sabe que no se puede confiar pero que así y todo es el único que te gusta. 

La madriguera de internet que recorrí esta semana fue el sitio whosampled.com. Llegué allí buscando una musiquita que sonaba en “The Glorious Land” de PJ Harvey y me sonaba de varias películas, y resultó ser una melodía que usan los militares para reunir a las tropas. La página registra todas las veces que una canción aparece en otra canción dividiendo esas apariciones en dos grandes grupos, covers y samples. El concepto de cover es relativamente sencillo; el de sample, en cambio, parece abarcar muchos tipos de alusiones distintas. En algunos casos se trata de pedazos de música que aparecen en otras canciones, como la musiquita militar en PJ Harvey; ese podría ser el caso paradigmático, un sample de otra melodía deliberadamente “pegada” en una canción. Hay otros ejemplo de referencias claras, trocitos de música que reenvían a quien la oye a un recuerdo, quizás a un recuerdo emotivo: pienso en “Chinese Cafe/Unchained Melody”, canción en la que Joni Mitchell parece usar frases del clásico “Unchained Melody” para resolver problemas de una forma inesperada.  Otros casos son más confusos, como el de “Creep” de Radiohead y “The Air that I Breathe” de Albert Hammond, que es prácticamente un robo que la propia banda tuvo que admitir en una corte. Hammond aceptó una porción pequeña de las regalías porque Radiohead reconoció la inspiración de la canción; el que roba con amor tiene cien años de perdón.  

El muchacho que me pasó este sitio me comentó que a él le daba una suerte de tristeza, alguna decepción minúscula, descubrir que el origen de una canción que le gustaba o lo había conmovido no era el que había creído en un principio. Uno se siente un poco engañado, como enterarse de que la carta de amor que te mandaron se escribió con la ayuda de un amigo. Pienso dos cosas sobre esto. La primera: nos importa el origen de la belleza, como nos importa el origen de la bondad. No sé por qué, pero es así. Nos importan los autores; será que somos modernos, pero el hecho es que no logramos soltarlos. La segunda: nos importa que las cosas sean bellas y que sean nuevas, pero quizás hay una tensión entre esas dos importancias. Pienso en los chicos chiquitos y la repetición, escuchar el mismo cuento todas las noches y enojarte cuando te lo cuentan distinto: se habla de que los algoritmos que trabajan con nuestras preferencias hacen que terminemos eligiendo aquello que ya nos gustaba, pero aunque eso sea cierto creo que es darle demasiado crédito a las plataformas. La relación entre la belleza y lo conocido es anterior. Cuando escuchás una canción (o la inventás) y sentís que es preciosa muchas veces también sentís que ya la conocés, como si esa melodía ya hubiera estado en algún lugar de tu cuerpo y solamente te la estuvieran recordando. Y las cosas auténticamente nuevas, por el contrario, a veces nos producen un rechazo instintivo. Tamara Kamenszain solía decir que ella no iba a buscar belleza a la poesía contemporánea; si quiero leer algo bello, decía, me pongo a leer a Viel Temperley, que es bellísimo, y ya sé que es bellísimo. A la contemporaneidad voy a buscar otra cosa. Pensé en ella, y en todo esto, el jueves que vi a Björk en el Primavera Sound. Cuando sonó “Hyperballad” lloré de belleza, pero entiendo que ella hace años está buscando otra cosa, esa otra cosa de la que hablaba Tamara. Extraño sus canciones, pero lo puedo entender, y hasta apreciar, aunque reconozco que las partes que más aprecio son, justamente, las que reconozco, aquellas en las que encuentro el principio o la posibilidad de la belleza más allá de la novedad.

Vuelvo a los samples y las citas, los guiños y las referencias. Siento que lo que me gusta de ellos es que existen en otra temporalidad, en una que no va siempre hacia adelante, siempre hacia lo nuevo, sino en una especie de Olimpo de la música o de la literatura o de cualquier arte en el que las cosas duran mucho más de lo que parecen. No digo nada nuevo, pero siento que cada tanto hay que repetirlo: el arte no es noticia. Puede envejecer, pero no como los diarios ni como las frutas, ni siquiera como la ropa vintage que siempre nos recuerda a una época distinta (otra vez: el negocio de la nostalgia, o el business de la nostalgia, para usar una palabra que es en inglés pero que uso no por eso sino porque es un poco más amplia, porque un business es un negocio pero también es un asunto). El sample puede recordarnos a algo que no es una época pero que tampoco tiene el olor del presente; algo que tiene otra espesura, como un bosque o una selva densa de la cual la gracia no es lograr salir.

TT