Cuando se habla de lo polifacético que era Benjamin Franklin, uno de los “padres fundadores” de los Estados Unidos, se suele venerar su faceta de inventor: creó el pararrayos y los lentes bifocales. Pero Franklin también inventó algo que usamos de manera muy naturalizada: la lista de pros y contras para tomar una decisión. Cuando su amigo inglés Priestley le pidió que le aconsejara si aceptaba o no un nuevo trabajo, él le contestó que en vez de decirle qué haría, le regalaría un método para que el decidiera. Y le propuso que agarre una hoja de papel, trace una línea en el medio y escriba en la columna de la izquierda por qué lo aceptaría, y del otro lado, por qué no. Después de varios días debía mirar esa hoja de papel con sus dos columnas y sopesar cuáles argumentos eran más significativos para él. Ocurrió en 1772 y es todavía un método tremendamente persuasivo para organizar la información que tenemos para tomar una decisión.
El Congreso de la Nación decidió esta semana volver a discutir un tema importante para la democracia argentina: el cambio de la forma de votar. Desde que comenzó a usarse en 1856 en Australia, la boleta única es el sistema más usado para votar en el mundo. En nuestro país, hay experiencias de boleta única desde 2011 (en Santa Fe y luego Córdoba por ejemplo) y análisis rigurosos de su impacto.
La principal ventaja de la boleta única nace de la pregunta central que nos tenemos que hacer ante una reforma: ¿qué busca solucionar? La boleta única les asegura a los votantes que al momento de votar puedan tener todas las opciones a su disposición y que eso no dependa de la capacidad logística o de los recursos de los partidos para que esa opción esté en el cuarto oscuro. Un votante tiene el mismo derecho de elegir libremente quién quiere que sea su próximo presidente esté dentro de un cuarto oscuro en Trelew, González Catán o Palermo. El sistema actual no lo garantiza y eso viene a solucionar la boleta única y por eso es el método más utilizado en las democracias. Le quita a las agrupaciones políticas esa responsabilidad y se la otorga al Estado. Algunos sostienen que “son pocos” los votantes a los que les ocurre esto y que el problema “no es significativo para cambiar el resultado de la elección”. Es difícil medir el robo de boletas pero afortunadamente es cierto que no hay evidencia de que su magnitud altere el resultado final. Ahora, en un sistema democrático y republicano, ¿garantizar la igualdad es una cuestión de cantidad o un imperativo? Si el nuevo sistema lo garantiza y el anterior no, ¿por qué nos opondríamos al cambio?
Además, la boleta única no solo garantiza la igualdad de condiciones entre los votantes, no importa dónde vivan ni a quién voten; también garantiza la igualdad entre las agrupaciones políticas. Vale para un partido chico o grande. Si pasó todos los requisitos para presentarse a la elección, está en la misma condición que cualquier otro partido o alianza de estar ahí, esperando ser votado.
Este argumento sobre la igualdad de condiciones es su ventaja central pero la boleta única también tiene otras tres ventajas adicionales relevantes: es un sistema mucho más económico, es más sustentable con el ambiente y le quita privilegios a unos pocos que hacen negocios con la impresión de boletas.
¿Qué hay en la lista de Franklin en la columna de los contras de la boleta única? La mayoría de las desventajas que se aducen se refieren a desafíos de la implementación. Por ejemplo, que el tamaño de la boleta sería muy grande o que por la falta de conocimiento del sistema en el debut, algunos votantes podrían anular su voto de manera involuntaria o que el escrutinio sería algo más lento que con un sistema que hace décadas es el mismo y todos conocemos de memoria. Sí, es cierto. Son riesgos ante cualquier cambio y hay que mitigarlos. Siempre hay desafíos de implementación. Si más de 180 países pudieron implementar algún tipo de boleta única, los argentinos deberíamos poder hacerlo también, más allá de todas las excepcionalidades de nuestro sistema político. El desafío es importante pero lo que seguro no podemos hacer es eliminar la transición. De lo contrario, nunca cambiaríamos ni mejoraríamos nada. ¿Son estos desafíos más importantes que garantizar el derecho a elegir y ser elegido?
Me atrevo a decir que la única desventaja sustantiva de la boleta única que he escuchado estos días es acerca de cómo impactaría la disminución del efecto arrastre en nuestro sistema político. El argumento para rechazar la boleta única sería que la boleta partidaria (es decir la que usamos hoy) hace más difícil para el votante elegir a una agrupación para la Presidencia y a otra para el Congreso (porque requiere que “corte la boleta”) y eso le da a los presidentes mayorías legislativas más robustas. Efectivamente cómo se diseñe el instrumento de votación tiene impactos y por eso se busca que el diseño minimice los sesgos del instrumento. La boleta única con la opción de “lista completa” como se usa en Córdoba y se propone en varios proyectos de ley facilitaría la elección de la misma agrupación política para todos los cargos en juego. Eso aseguraría mantener ese efecto, haciendo palpable para el votante su decisión de votar la lista completa. Es probable que aún así “se pierda” algo del efecto arrastre de aquellos votantes que en el sistema actual ponen la boleta entera en el sobre de manera automática, sin tomarse el trabajo de cortarla.
¿Pero es eso lo que querríamos? ¿Votantes cautivos de los partidos? No se me ocurre una peor forma de buscar fortalecerlos. El cambio en la forma de votar nos da una oportunidad de subirle la vara a la democracia argentina, de hacer una mejora sustantiva en un contexto de profunda desesperanza. No deberíamos desaprovecharla, y mucho menos lo debería hacer un gobierno que se autodefine como ampliador de derechos. En esta reforma electoral tiene una clara manera de demostrarlo.
CC