Brasil, los desnudos y los muertos

“Ni muerta ni presa”. Dicen que decía Jaime Durán Barba. Que se lo repetía al primer presidente macrista. Al primero y único. Y el argentino le hizo caso al ecuatoriano, porque la recomendación era superflua. Desde luego, como titular del Ejecutivo nacional, el ingeniero Mauricio Macri no podía dictar sentencias condenatorias. Ni siquiera sugerir a la Justicia que apurara causas abiertas, o que abriera nuevas. Mucho menos matar, ni insinuar la conveniencia de una muerte. Ni siquiera la de su predecesora Cristina Fernández de Kirchner, que a ella se refería el jefe victorioso de la triunfante campaña cambiemita. En 2016, la grieta era más honda que ancha, un abismo que no reclamaba ni labores ni gasto de dragado o mantenimiento. Las dos orillas enfrentadas se miraban, desde bordes nítidos de aristas cortantes. En cada espacio político y en cada coalición electoral las jefaturas eran reconocidas y aceptadas sin más cuestión por propios y ajenos. Parafraseando al Vicario de Cristo que veía ahora la situación con esas luces y esas tolerancias que provee la distancia que separa a la Ciudad del Vaticano de la de Buenos Aires, la sociedad de la República del Plata era cada vez más pobre, pero así cada vez más igualitaria. Las masas, los votos, daban números en apariencia semejantes para el ábaco de cada orilla. Lucía aceptable el corte al medio del electorado argentino, a ojo de buen Salomón.

En la historia política de Brasil, esta confrontación de dos fuerzas políticas comparables tanto en la masa crítica de sus votantes como en la violencia de dos adhesiones militantes antagónicas, cuyos liderazgos piden el voto como dos duelistas piden armas bien caragadasa sus padrinos, sólo se conoció en la elección presidencial de octubre de 2022.

De quién (no) son las calles

Aun el pontífice romano Francisco I, que tiene un pie en la eternidad, reconoce cuán turbias bajaron las aguas, cómo anegaron aquel malparido esbozo de edén bipartidista, que sólo pintaba tal para quienes ni un lápiz tocaron del dibujo. En 2023 todo aquello es un recuerdo. O la reconstrucción de una construcción que en 2016 podía hacerse en el horizonte del año del Bicentenario de la Independencia.

Por detrás del resultado de las presidenciales argentinas de 2015 había dos largas duraciones. Por detrás del resultado del balotaje brasileño de 2022 hay dos trayectorias biográficas y de formaciones políticas cuya asimetría es uno de los primeros datos inquietantes. La larga historia de militancia de izquierda del PT, desde la dictadura hasta hoy, con un Lula por tercera vez en Planalto que planea un cuarta postulación como candidato presidencial en 2026. Por detrás de Bolsonaro, ex capitán del Ejército, ex diputado federal derechista por Río de Janeiro durante 19 años, candidato presidencial del derechista Partido Liberal (PL), un maverick, un político con trayectoria pero sin partido, que surfeó una ola de movilizaciones de derecha que carecían de liderazgo hasta que lo eligieron a él.

Longitudes de onda

Por detrás de la derrota del candidato oficialista Daniel Scioli en el balotaje de diciembre de 2015 estaba la derrota o la insuficiencia de la victoria del Frente de la Victoria en las legislativas de 2013 para dotarse de una mayoría tal como para reformar la Constitución reformada en 1994 y permitir una tercera candidatura presidencial de una presidenta que había ganado su segundo mandato con un irrefregable 54% de los votos y más de 15 puntos por encima del segundo candidato más votado. Esa carencia decisiva había sido obra del cisma de Sergio Massa que dividió la bancada peronista en el Congreso y el voto peronista en las presidenciales. Reintegrada su grey reformadora al gran rebaño para asegurar que el vencedor de 2015 fuera el vencido que en 2015 perdió su reelección consecutiva, el cismático será en octubre el candidato presidencial de la fórmula de todos los peronismos y kirchnerismos. Pero por detrás de la victoria del candidato opositor estaba la larga marcha del empresario millonario hijo de empresario multimillonario que de mandar en la Bombonera pasó a mandar sobre el Colón, los dos símbolos -las dos empresas- culturales más internacionalmente reconocibles de la Ciudad Autónoma de la que fue elegido y reelegido Jefe de Gobierno gracias a las urnas propicias de una demografía rica, sobre todo en años.

Ni muerto ni preso, proscrito

En algo coinciden peronismo y PT. En que son movimientos que nacieron como dueños de la calle, y después la perdieron. En algo difieren macrismo y bolsonarismo. Macri llegó a movilizar en las calles protestas de quienes eran ya sus simpatizantes. Bolsonaro llegó al poder gracias a protestas que tomaron, en fenómeno inédito en Brasil, las calles urbanas para la derecha, en un ciclo que este junio ha cumplido diez años. La derecha mató la segunda presidencia de Dilma Rousseff con el impeachment de 2016 y encarceló a Lula en 2018 con la persecución judicial apresurada y sin pruebas del ex juez federal Sergio Moro.

Ahora el despeje de la cancha ha sido simétrico, pero inverso. Es posible que el hoy senador derechista Moro vea revocado su mandato, acusado por el PL de haberse bajado de la carrera presidencial, pero gastado para su campaña senatorial como si estuviera aspirando a la presidencia. Gastando los fondos que el Gobierno federal da a los partidos para hacer campaña. Además, si pierde los fueros, lo espera una investigación en curso de la Justicia criminal ordinaria por cientos de millones de reales del Lavajato que no se encuentran. En cuanto al Bolsonaro, el Supremo Tribunal Electoral ha determinado que recién en 2030 recuperará sus derechos políticos, en castigo por abusar del poder. Ni muerto ni preso, proscrito.

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