LOS CUADERNOS DE OTOÑO

El brasileño blanco

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Estoy sentado con mi amigo Martín en una sobremesa. Le pregunto por su hermano menor que vive en Brasil y que vino a pasar unos días por acá. Le pregunto si habrá cambiado mucho físicamente ya que la última vez que lo vi fue hace más de ocho años cuando era muy joven y en esa época se parecía bastante a Messi, de hecho le decíamos Messiño, porque el hermano de Martín es brasileño ya que el padre de Martín se separó de su madre, se fue a Brasil sin un mango y ahí tuvo una nueva familia en la que nació Messiño.

Cuando el padre se fue a Rio, Martín no lo vió por mucho tiempo mientras el tipo trataba de ganarse la vida y conseguir un lugar para vivir y plata para mantenerse. A veces parece que la vida es cuesta arriba y que va a ser imposible conseguir escalarla. Una montaña ripiosa que uno sube sin arnés de seguridad, sólo agarrándose de pequeños ripios en las paredes rocosas y tratando de no mirar para abajo para no caerse de trompa. Y muchos caen como moscas, esa es la verdad. Martín me contó una imagen que a mí me quedó grabada para siempre. Por algún motivo, el padre llamaba sólo los domingos a la noche a la casa de su madre, la abuela de Martín. Y la mamá de Martín lo llevaba a esa casa el domingo para que él pudiera hablar con su padre que estaba viviendo en otro clima y otra lengua. ¿Porqué no llamaba a la casa donde vivía Martín? ¿Estaría enojada la madre de Martín con el padre y por eso éste no llamaba ahí? Las parejas están hechas de un engranaje misterioso y cuando se rompen eso sigue andando un rato largo, a veces con la inercia del rencor.

Un brasilero blanco es una anomalía. Algo que no encaja con el estereotipo.

Pero la imagen que Martín me transmitió fue esta: la casa de la abuela, los domingos a la noche, estaba toda oscura, sólo iluminada por el televisor que él y su abuela miraban mientras esperaban que sonara el teléfono con la llamada del padre. Cuando sonaba, Martín hablaba con su padre un rato largo y el domingo cambiaba de tono, se volvía menos melancólico. Pasó el tiempo y el padre se asentó en Brasil. Y Martín viajó varias veces para verlo. El padre tenía una nueva vida, una nueva pareja, un nuevo hijo: Messiño. Hay una foto de Martín con el padre que es genial: son dos gotas de agua, cada una en una edad diferente. El padre jugaba al fútbol en la playa, descalzo, una costumbre que a Brasil le ha dado varios campeonatos del mundo. Un día los equipos de Martín y el padre se enfrentan en un partido chivo. Martín mete un gol y cuando el padre va a sacar del medio lo mira fijo. Unos segundos después el padre se desvanece y se muere de un ataque cardíaco. Mucho tiempo después Martín publicó una novela que se llama “Pálido reflejo” donde narra este hecho. Pocas veces leí tan bien contada una escena de un infarto, la muerte de un padre en medio de una situación cotidiana, un partido de fútbol. Cuando leí eso, pensé que Martín era un narrador notable.

“Mi hermano está bien, no para de tomar cerveza, es un brasilero blanco”, dice Martín. Y esa adjetivación me queda en la cabeza. Un brasilero blanco es una anomalía. Algo que no encaja con el estereotipo. Un brasilero es negro. De hecho, yo viví en el Amazonas seis meses cuando tenía veintiún años y antes, a los diecisiete, estuve en el primer Rock en Río y cuando pienso en esas épocas no recuerdo brasileros blancos: en mi memoria todos son negros o mulatos. Muchos de los brasileros blancos que sobresalen son parte de la sociedad acomodada. Emerson Fittipaldi es blanco y fue campeón del mundo de Fórmula Uno. Kaká, cuyo verdadero nombre Ricardo Izecson Dos Santos Leite, es casi un modelo que podría estar en la lata de Toddy. Su hermano, que no podía pronunciar bien la palabra Ricardo, le puso el apodo que lo inmortalizó: Kaká. El jugador del Milan también venía de una familia acomodada. Era otro brasileño blanco. Un jugador descomunal. Pero cuando llegó al Milan todos esperaban un negro. Como Pelé, Ronaldo. Cuentan que cuando Carlo Angelotti, el entrenador del Milan, lo vio por primera vez, se quedó tieso: “Anteojos, buen chico. Dios Mío, hemos contratado a un estudiante universitario, no un jugador brasileño”.

 Ayrton Senna venía de una familia acomodada y si bien era de raza blanca, era más Moreno. Se sabe que cuando llovía, Senna era letal y corría mejor que nunca bajo el pavimento hídrico del peligro. Yo sé que no lo podíamos ver en ese momento por el casco, por el traje , por la máscara que se ponen debajo del casco, pero en ese momento, Senna se volvía negro. 

FC