PANORAMA DE LAS AMÉRICAS

Centroamérica, Balcanes y Volcanes

5 de junio de 2021 12:45 h

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Quienes de América Central conocen mucho el mapa, menos el territorio y poco su ‘geohistoria’, suelen coincidir en una composición de lugar que sólo podemos enmendar después de una prolongada renuncia a la tolerancia por las generalidades. Cuando nos sorprenden tantas naciones entre Panamá y México, olemos un artificio. E imaginamos una explicación simple, completa y coherente.

Fronteras antinaturales, términos de una balcanización, feudalismo de señores presidentes que partió y repartió en republiquetas bananeras una unidad y fraternidad política anterior, mayor, mejor, y perdida. Un divisionismo favorecido, parar reinar poderosas sobre sus despojos, por las potencias neocoloniales y EEUU la primera. Tal imagen holística y solidaria, aunque racista y condescendiente, es de las más difíciles de desechar. Conforma una narrativa ni lógicamente inválida ni de por sí históricamente imposible. Pero falsa en todo y en parte.

“No es cierto que haya existido un punto de partida común o que un destino geopolítico compartido de consuno haya vuelto homogénea la política del poder en Centroamérica”, escribía en 1975 el sociólogo guatemalteco Edelberto Torres-Rivas. Ya antes de la emancipación de España en 1821, se encontraban representadas en ese espacio reducido las más diversas y distintas prácticas de gobierno que correspondía a estilos de dominación política propios de lo que sería cada tradición nacional. Estilos que favorecieron el desarrollo, primero, de la estabilidad o de la anarquía, y, después, de la democracia o de la dictadura. La vida política de Honduras y Nicaragua quedó marcada por el encono de dinastías caudillescas y oligarquías locales, que en la anécdota fue una competencia homicida entre conservadores y liberales cuyas líneas de fuerza, que no eran fatales, pero no fueron estructuralmente sustituidas, llegan hasta hoy.

A EEUU tantos países, en un espacio geográficamente no sólo reducido, sino también anómalo, un estrecho istmo entre dos océanos que une las enormes masas de continentales de Sudamérica y Norteamérica, sólo le sirvió de manera absoluta en el caso de Panamá, creado por la urgencia de construir el Canal.

Hoy, la variedad de situaciones contrastantes  impacienta a la Casa Blanca y a la Secretaría de Estado.

La niña de Guatemala

El secretario de Estado Antony Blinken viajó a Costa Rica para reunirse con sus pares regionales y con el canciller mexicano Marcelo Ebrard. La vicepresidenta Kamala Harris viajará el domingo, y visitará Guatemala y México. El mayor interés de EEUU se une con la mayor vulnerabilidad del gobierno de Joe Biden: las masas de migrantes de Centroamérica, de menores sin acompañantes, de solicitantes de asilo que marchan desde los países del largo istmo hacia la frontera sur. Los primeros anuncios de Biden presidente inmediatamente después de asumir tuvieron como tema y lucimiento la humanidad que la administración demócrata desplegaría en contraste con la animalidad cruel de la administración republicana de Donald Trump.

El solo anuncio del buen trato, y después la restauración de la vigencia de acuerdos internacionales sobre refugio político bastaron para que las marchas migratorias aumentaran su caudal y velocidad. Se desbordaban las posibilidades de hospitalidad o resguardo digno y seguro de números cada vez más grandes de naturales de Centroamérica, a quienes se reconocía derechos humanos antes suspendidos, pero este reconocimiento obligaba al país anfitrión a onerosidades y despliegues de recursos humanos (administrativos, judiciales, militares, policiales, asistenciales) que prefería no hacer, que la oposición republicana había elegido como tema favorito para señalar la ampulosidad bienpensante unida a una derrochona improvisación que a sus ojos caracterizan al Partido Demócrata cada vez que gobierna para desgracia de los contribuyentes.

Esta semana, una serie de noticias políticas nacionales propias llevaron a diversos estados de la América Central a ocupar un lugar menos invisible o rutinario en los medios y en la atención de las cancillerías que el más habitual. En Nicaragua, la  detención domiciliaria el miércoles de Cristiana Chamorro, candidata presidencial opositora, con el corolario de la proscripción política. En Guatemala, un esperado análogo al ‘juicio a las juntas’ (iniciado el miércoles), 12 militares, antiguos cuadros de la cúpula de las FFAA, en el caso 'Dossier de la muerte', por los crímenes de lesa humanidad de la guerra civil de la década de 1980. En El Salvador, sanciones del Ejecutivo contra las empresas de telecomunicaciones Tigo y Claro por bloquear la cadena nacional de la noche del lunes, el discurso del presidente Nayib Bukele por cumplir dos años de gobierno.

Todos estos temas habitualmente interesarían a la Casa Blanca, pero ahora parece dispuesta como nunca antes a interesarse por ellos el mínimo indispensable, según el cálculo que toda omisión de intervención llevará al mejor éxito de sus intereses en la cuestión que monopoliza su política exterior. Está el gobierno de Biden dispuesto a llevar vacunas, equipos, instituciones, servicios y a repartir enormes cantidades de dinero distribuido en programas, planes a mediano, corto y largo plazo, créditos, acuerdos comerciales y económicos bilaterales o multilaterales: todo lo que dé rédito en el objetivo de inmovilizar a la población centroamericana.

Basta con pensar que un tercio de los ingresos de El Salvador, por ejemplo, son remesas que le llegan de la diáspora asentada en EEUU, y que gracias a ellos es la tercera economía de la región, para advertir que el objetivo de Secretario de Estado y Vicepresidenta no puede ser compartido más que con un frío entusiasmo, porque no lo enciende la llama luminosa del interés. Es significativo que los destinos de Harris sean Guatemala y México: en el límite entre estos dos países existe un muro anti-migrante que precede al de Trump, y que le sobrevivirá. Es en Guatemala y México que confía Harris (y Biden, que hizo promesas personalizadas y customizadas de planes de vacunación) para detener a la migración mucho antes de que tenga a la vista la frontera sur de EEUU.

En la Constitución norteamericana, el cargo de la vicepresidencia no tiene descripción ni funciones, más que presidir el Senado. Hasta el demócrata Jimmy Carter, había sido una posición en el Ejecutivo cuyo máximo protagonismo le llegaba cuando, como el argentino Julio Cleto Cobos, desempataba una votación antagonística en la Cámara alta. Walter Mondale fue convertido en la mano derecha de Carter. Dick Cheney también tuvo todo el lucimiento internacional que le dio George W. Bush: las funciones de la vicepresidencia son las que le asigna la presidencia. Biden fue dos veces el vice de Barack Obama, pero su actuación quiso ser cristianamente discreta. Cuando aceptó el cargo la primera vez, dijo que le había puesto como condición al primer presidente negro de la Casa Blanca que el vice fuera siempre el último, y nunca el primero, en ser consultado al tomar una decisión. La promoción de Harris a una posición que Biden nunca quiso para sí, la expone como nunca lo estuvo él. El vice del primer presidente negro no parece desvelado porque Harris sea la primera presidenta mujer de EEUU. 

AGB