Los cuadernos de otoño

Mientras la ciudad duerme

5 de junio de 2021 00:01 h

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Alberto Girri tenía la costumbre de agregar sobre el final de sus libros algunas versiones traducidas de otros autores. Hay un librito publicado por Corregidor -Versiones- que tiene una compilación de estos trabajos. Moscas de largas zancas es un poema de W.B. Yeats que Girri tradujo y al que siempre vuelvo. Empieza de una manera notable, con esa fuerza punk típica del poeta esotérico irlandés, que se va a acentuar en sus últimos poemas: “Para que la civilización no se hunda perdida la gran batalla…”. Y después el poema va a estar compuesto de cuatro estrofas que muestran distintos momentos en el tiempo de la civilización occidental y de la vida privada y cada estrofa está unida por este estribillo demoledor: “Como una mosca de largas zancas sobre el río/ su mente se mueve en el silencio”. 

Hoy me acordé de este poema porque me levanté a las cuatro y media de la mañana. Estaba oscuro en la calle y mi mente, como una mosca de largas zancas, pasaba de un tema a otro mientras la ciudad dormía. Una especie de fluir de la conciencia a la par que hacía cosas moviéndome por la casa iluminada contra la oscuridad moral de la noche. Lo primero que me vino a la mente era el recuerdo de un amigo al que llamábamos El depredador del lenguaje y, después, porque era muy largo el mote, solamente: Depedreitor. Una vez lo escuché decir, gritando: “Es un crimen de 'Esa' humanidad!”. Y en otra ocasión me recomendó un disco del Turco Bain, el cantante de Nirvana. 

No sé por qué, pero estas frases de Depedreitor me hicieron traer la imagen de un ostracón que una vez vi en un museo en Londres. Un ostracón era una vasija de cerámica en la que, en la antigua Grecia, se inscribía el nombre de la persona que iba a tener que tomárselas de la polis, es decir, que era condenado al ostracismo. Y de ahí salté a pensar en esas frases que a veces nos marcan la vida. 

Por ejemplo, cuando Elvis Presley nació tenía un hermano gemelo que murió en el parto. La madre -a quien Elvis amaba- le decía siempre que, si él cantaba muy fuerte, en las noches de luna su hermano, donde estuviera, iba a poder escucharlo. Como sabemos, Elvis cantó como nadie. Recuerdo lo que anota Nick Carraway y dónde estaba yo cuando lo leí, al comienzo de El Gran Gatsby: “Una vez mi padre me dio un consejo que no he podido olvidar, cuando te veas inclinado a criticar a alguien, recordá que no todos tuvieron las mismas oportunidades”. Ese comienzo me impactó y siempre, cuando alguien emite opiniones contundentes, me viene a la mente. Hace poco una amiga me dijo que la madre solía decir, sin darse cuenta que ella estaba escuchando, muy chiquita aún: “Ella no me preocupa, va a saber arreglárselas siempre”. Lo cual la marcó a fuego. Mi papá me insistía mucho que su madre le había dicho que “tenía que ser bueno”. 

Estaba pensando en estas frases que a veces conducen una vida, cuando me acordé de las bajadas extremadamente largas de un suplemento de cultura. Lo que siempre me extrañó de estas bajadas era que para recomendar a un autor o autora emergente se hacía hincapié en que a éste lo conocía Patti Smith, o que “era el secreto mejor guardado” de cierta aristocracia intelectual; siempre en vez de contar lo que la persona que se quería promocionar hacía, lo que se mostraba era la metonimia de poder que circulaba sobre nombres célebres que la/lo citaban y que eran contraseña para que uno valore a alguien. Un prospecto snob. 

Y después me vino a la cabeza, como un ramalazo, las fotos de desaparecidos que aparecen en un diario, con el nombre y el lugar donde fueron secuestrados y alguna frase familiar que los recuerda. Creo que me chocaba la superficialidad de las bajadas del suplemento de cultura con la potencia de haiku de esos obituarios. Y recordé que en la esquina de mi casa hay un cartel recordatorio de una víctima de un accidente automovilístico que sólo tiene un nombre: Mario. Y a veces alguien pone flores en este cartel similar a una señal de tránsito con una estrella amarilla en la cima y un largo palo de metal que lo separa del suelo donde andaba cuando lo arrollaron, Mario. 

¿Qué tienen que ver, qué constelan estas tres cosas? No sé. Entonces, para esperar el amanecer puse un disco de Andrés Calamaro. Es una recopilación de grabaciones encontradas. Una de las canciones dice: “Ese manicomio estaba lleno de problemas de fronteras”. Pero yo siempre había escuchado: “Ese matrimonio estaba lleno de problemas de fronteras”, lo cual lo volvía muy inquietante.

FC