LOS CUADERNOS DE VERANO

Todas las cosas del mundo están explicadas en El Padrino

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Estaba en segundo grado. Entraba muy temprano, a la mañana. Recuerdo a mi madre peinándome los rulos frente al espejo del baño. Lo hacía con tal precisión que, durante muchos años, pensé que tenía el pelo lacio. Pero tenía rulos, como ella. Las madres pueden ocultarte cosas, moldearte a su gusto. Mientras escribo esto llueve a granel, lo cual me pone de buen humor. Y estoy escuchando a Led Zeppelin. Me gusta escucharlos mientras escribo: música clásica, no? Me da endorfinas. Una vez que estaba acicalado, mi mamá me transfería a mi tía Teresa, quien me llevaba hasta el colegio. Eran pocas cuadras -tres- y yo llegaba puntual. Nunca voy a olvidar esas mañana con Teresa, su amor incondicional, su entrega por mí. Una clase de bondad difícil de encontrar. Cuando pasó el tiempo y ella murió, yo tuve que ir a buscar sus pertenencias en el hospital en el que había estado internada. Un vestido, y un aparatito pequeño que era su marcapasos. Lo tenía que devolver a la obra social. Me acuerdo que lo sostuve en mi mano, sentado en uno de los asientos individuales del colectivo y pensé: esto que ahora está en mi mano es lo que hacía latir tu corazón. Tu corazón inmenso que tanto amor me dio.

Teresa me dejó puntual en el colegio y cuando formamos y entramos al aula faltaba Paladino. El narigón de la clase. Politis era el gordo, yo era el negro de pelo lacio. La maestra María José -que llevaba una falda muy corta y unas medias transparentes que nos volvían locos- nos dijo que había fallecido el padre de Paladino. Hubo un silencio. ¿De qué hablaba? ¿Cómo podía pasar eso si todos estábamos ahí y nos habíamos levantado y lavado la cara y el mismo colegio estaba en su lugar? Por la tarde, después de almorzar fuimos al velorio. Ahí estaba Paladino, llorando. Nosotros nos reíamos, por la presión social.

Lo que pasó con el padre de Paladino me hizo pensar. Él manejaba un camión de La Serenísima y un día se metió -por la misma ruta que hacía para dejar las mercadería y que conocía a la perfección- en contramano. Anduvo así varias cuadras hasta que lo paró la policía. No pudo explicar por qué lo hizo. Lo explicó el médico. Tenía un tumor cerebral. Eso lo pude escuchar en el velatorio. Se me ocurrió que tal vez Dios no existiera y sólo fuéramos una piedra inmensa girando al tuntún en la negra y fría oscuridad del universo. Me dio terror. Esa noche, toda mi familia veía El fugitivo en la tele tirados sobre la cama matrimonial. Pero yo no podía fijar la mente en esa serie que tanto me gustaba. Antes de dormir, cuando mi mamá vino a darme un beso de las buenas noches, le dije que quería hacerle una pregunta. Le pregunté si Dios existía. Se quedó de piedra. ¿Por qué me preguntás eso?, me dijo. Por lo que pasó con el padre de Paladino. Hizo silencio, un largo silencio. Y me dijo que me iba a contestar, pero que no quería que estuviera pensando esas cosas, que esas cosas te hacían mal. Y que por eso me iba a contestar esta vez y no íbamos a hablar más sobre el tema. Entonces me dijo: Sí. Dios existe y todo lo que pasa, aunque nos parezca extraño, está explicado en su infinita sabiduría. Me volvió el alma al cuerpo. Nos abrazamos. Y pude dormir.

Me di cuenta de la mentira de mi mamá muchos años después cuando vi por primera vez en el cine Lara de avenida de mayo El Padrino. Una obra maestra descomunal. Después también vi El Padrino dos, otra obra maestra ¿Cómo lo lograba Coppola? Todas las cosas del mundo están explicadas en El Padrino. La mentira de mi mamá, por ejemplo, es esa escena en que la mujer de Michael Corleone -que sabe perfectamente quién es su marido- le pregunta si alguna vez mandó a matar gente. Y Michael le dice, te voy a contestar esto por única vez: No. Y la mujer cae en sus brazos agradecida por la mentira letal.

El Padrino también te dice que en momentos muy tensos una buena comida te puede levantar el ánimo

El Padrino también sirve para entender el suicidio de Yabrán, por ejemplo. En la segunda parte de la saga, un arrepentido que está custodiado por el FBI porque va a atestiguar contra Michael, es visitado previamente en la cárcel por el consigliere -gran personaje de Robert Duvall-. En esa escena magnífica no hablan nunca de nada explícito, pero mientras fuman un habano y caminan le recuerda que los romanos solían suicidarse cuando estaban atrapados políticamente y que sus rivales, a manera de agradecimiento, cuidaban de sus descendientes. Se despiden con un apretón de manos y el tipo se suicida.

El Padrino también te dice que en momentos muy tensos una buena comida te puede levantar el ánimo. Ellos están en la cocina de la casa. Acaban de atentar contra el Don y la situación es provisoria. Entonces uno de los pistoleros le enseña a Michael -que está a punto de tener la conversión- cómo preparar un buen tuco. Vean esa escena y hagan la receta porque es muy buena. El pistolero le dice a Michael que alguna vez va a tener que cocinar para muchos y que es bueno que sepa hacerlo. De alguna manera le está anticipando su destino.

Hace poco fui a un cumpleaños donde un nenito malcriado se la estaba haciendo pasar mal a todo el mundo. Los padres ni se inmutaban. Me acordé de esa escena de El Padrino en que en una de las fiestas familiares, con orquesta y baile -en El Padrino, como en las novelas de Tolstoi, el drama se cocina en las fiestas- la mujer de Fredo está descontrolada y éste no mueve un pelo. Entonces Michael le dice: Sos mi hermano y te quiero Fredo, pero si no podés controlar a tu mujer le voy a tener que pedir a uno de mis hombres que lo haga.

El Padrino tres -la más floja de todas- iba a terminar en el guion original con la muerte de Michael y quien iba a asumir el rol del Don iba a ser el personaje de Robert Duvall, el consigliere. Pero Duvall pidió la misma guita que Al Pacino: Coppola se negó a dársela y tuvo que cambiar el guion. En nuestro país, por una triquiñuela genial de Cristina Kirchner, gobierna el consigliere. Se ve que Máximo Kirchner no vio El Padrino. Si no no se entiende.

FC