Cuando en una clase de historia, el profesor nos preguntó si habíamos escuchado alguna vez la palabra “coyuntura”, uno de mis condiscípulos respondió que un tío suyo -que tenía artritis- solía quejarse de dolor en las “coyunturas”. Otro contó que un amigo, al que había presionado en una fiesta para que se animara a abordar a la chica de sus sueños, le contestó que estaba esperando “la coyuntura”. Ambos usos son correctos, nos explicó el profesor, pero -añadió- para nuestra materia la coyuntura es el tiempo medio entre la larga duración y los acontecimientos concretos.
Dos candidatos se enfrentan este domingo en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales peruanas para el período gubernamental 2021-2026. En el vertedero de injurias desatado por la contienda en la prensa y las redes sociales chocan las afrentas racistas contra uno de ellos. De acuerdo a los grandes medios de prensa, Keiko Fujimori (Fuerza Popular) y Pedro Castillo (Perú Libre) encarnan, respectivamente, la “democracia” y el “comunismo” (aunque ni aquella represente lo primero -más bien al contrario-, ni este -¡ay!- lo segundo).
Ante ese esquema dualista, algunos han señalado en sus proyectos puntos en común: en un país golpeado por el impacto ambiental de las actividades extractivas, ninguno muestra interés en problemas medioambientales, y en determinados temas ambos son igualmente conservadores (“no hay derechos 'de género', no hay lugar para agendas percibidas como feministas o lgbt+, no hay derechos reproductivos ni de interrupciones voluntarias del embarazo para este defensor de la familia”, escribe Alfredo Grieco y Bavio sobre Castillo).
Pero, más allá de las diferencias y coincidencias en sus programas (y de los intereses de los sectores que los respaldan), esos denuestos, cargados del poder simbólico de un imaginario que opera sobre los hechos con fuerza de realidad, ilustran el peso de la larga duración en la coyuntura. Revelan también la presencia viva, en estas elecciones, de los fantasmas de la historia de una nación que -como todas las naciones latinoamericanas- ha mantenido a cuantiosos sectores de su población fuera de la esfera pública y abandonados por el Estado.
En los procesos de desarrollo y expansión del capitalismo, la “patria” ha sido parte vital del discurso hegemónico que lo naturaliza, y que en Latinoamérica sostiene los grandes mitos fundacionales de independencia que legitimaron a las élites dirigentes desde el inicio. Son mitos caros tanto a la derecha como a la “izquierda” tradicional, generalmente defensora de un -a mi juicio, paradójico- “nacionalismo solidario”, de una nación que integre esos sectores: el mundo rural, el mundo indígena, el de los socioeconómicamente más desfavorecidos.
Para muchos, Pedro Castillo encarna esa posibilidad (lo cual debe ponernos en guardia contra el nacionalismo, cuyo apetito de figuras autoritarias ha desviado de su recto curso los grandes procesos revolucionarios de la Edad Moderna). Por esa misma razón, genera rechazo en otros. Primero en la Colonia, y después en las repúblicas independientes, el poder político y económico de las élites dirigentes ha descansado en gran parte en su imagen de civilizadas y civilizadoras, imagen en la cual el racismo, como la campaña contra Castillo lo confirma, sigue siendo fundamental.
El verdadero Perú
“No forman el verdadero Perú las agrupaciones de criollos i extranjeros que habitan la faja de tierra situada entre el Pacífico i los Andes”, dice Manuel González Prada en el Discurso del Politeama: “La nación está formada por las muchedumbres de indios diseminadas en la banda oriental de la cordillera”. Las palabras de González Prada permiten entender lo que representa la candidatura a la presidencia de Perú de un maestro rural, un profesional mal pagado, que sufre el abandono del Estado aunque suela ser el único agente del Estado que llega a las comunidades andinas. Un rondero, miembro de esas organizaciones campesinas, las rondas, que, creadas en la década de 1970 para combatir el abigeato y la complicidad de la policía y el Poder Judicial con los abigeos, hacen justicia al margen de un Estado ausente y corrupto, históricamente criollo y limeño, centralizado y racista (un Estado insuficiente en ese sentido y que, además, se ha visto reducido por las políticas neoliberales del fujimorismo -y no solo del fujimorismo-, como se palpa en las escuelas que se caen, la impunidad de los abusos empresariales, la falta de postas médicas, etcétera, reducción que la crisis sanitaria y social desatada por la pandemia de Covid-19 ha vuelto trágica).
Castillo viene de ese otro país de “las muchedumbres de indio” del que habla González Prada y cuyas demandas en Lima sistemáticamente se desoyen, y viene a hacerse cargo de ese Estado que le ha dado la espalda desde su nacimiento.
Castillo tiene el apoyo de Verónika Mendoza, representante de una “izquierda” -el término está sujeto a tantas disputas y tan variadas definiciones que debo usar comillas tanto en este caso como en el anterior- de clase media progresista, con su idea del Estado como garante de derechos conforme al modelo socialdemócrata que frenó el avance del comunismo en Europa durante la Guerra Fría. Pero las concesiones -cuya conveniencia supieron entender las élites dirigentes europeas del siglo XX- son impensables para las élites dirigentes peruanas del siglo XXI, forjadas en la impunidad de las prerrogativas (del abuso laboral a la evasión tributaria) que históricamente han constituido su modo de vida.
Que el racismo sea un pilar de ese orden político, económico y social explica la vigencia de conceptos anacrónicos para la biología actual (aunque respaldados, desde Gobineau hasta bien entrado el siglo XX, por los mitos interesados de la ciencia moderna): siguen cumpliendo su función ideológica. Al menos desde el siglo XV, justifican procesos de dominación con una superioridad asociada a diferencias culturales y rasgos fenotípicos y una inferioridad resumida en términos como “cholo”, que sobreviven a la reconstrucción del genoma humano porque en realidad, antes que una “raza”, designan un lugar en una jerarquía social y un sistema de dominio político y explotación económica.
Ser “indio” en el Perú, luego de la Independencia, supuso soportar cargas tributarias y trabajos forzados de origen colonial con nuevo nombre, respaldados por un nuevo orden jurídico y en beneficio de una nueva élite, minoría dueña en la práctica de lo que en teoría se llamó una “nación”. Esas palabras permitieron poner el vino viejo de las estructuras de poder coloniales en los odres nuevos de las repúblicas independientes. Las injurias racistas (más allá de esta contienda, constantes en la sociedad peruana) delatan los temores de un país en el cual la posición de vastos sectores de la población laboralmente en desventaja, económicamente explotados, socialmente marginados y políticamente excluidos del manejo de la cosa pública quedó legitimada mediante su representación injuriosa. La dominación (no solo en Perú: tal como en Europa los siervos feudales fueron liberados por la burguesía para volver a ser esclavizados con el trabajo asalariado, en todas las repúblicas americanas los “indios” fueron emancipados de la Corona española para ser explotados por las nuevas élites criollas) no fue abolida, sino legalizada.
Lejos de pertenecer a un negro pasado colonial, el racismo -mecanismo ideológico de control del acceso a determinadas posiciones en la estructura social y en la división del trabajo- es la médula de la sociedad republicana. En las actuales elecciones, las mencionadas tácticas de guerra sucia abrevan de desigualdades históricas que remiten, en última instancia, al terreno de la producción y que indican la pertinencia de pensar por fin, en este siglo XXI, en Perú y en el mundo, en lo no realizado por la modernidad de las revoluciones burguesas y las independencias coloniales.
Montserrat Álvarez nació en España pero vivió hasta los 20 años en Perú, y desde los 20 en Paraguay. Su primer libro de poemas es Zona Dark (Lima, 1991), el más reciente es Bala perdida (México, 2007) y el próximo, Nómade, será lanzado en Buenos Aires este 2021. Dirige el Suplemento Cultural del diario ABC Color de Paraguay desde el 2013.
MGF