Análisis

Crónica de una negociación fracasada

Kevin Ary Levin/ Nueva Sion

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Desde los inicios de la acción militar israelí comenzada hace un año a partir de la brutal masacre realizada por Hamas en el sur de Israel, nos preguntamos cuándo y de qué forma concluirá esta guerra definida en torno a dos objetivos todavía incumplidos: el regreso de los inicialmente 251 secuestrados a sus hogares y la meta mucha más difusa de “victoria total” contra Hamas.

El espíritu revanchista y tal vez excesivamente optimista sobre las capacidades militares de Israel frente a Hamas, que eran tan predominantes al comienzo de la guerra, fue reemplazado hace ya tiempo por la opinión, hoy mayoritaria en Israel, de que Hamas no podrá ser derrotado de forma definitiva por la vía militar -al menos durante esta guerra- y que la contienda tendrá que ser concluida mediante la firma de algún tipo de acuerdo: idealmente, uno que permita el retorno de los secuestrados, ofrezca una respuesta a las preocupaciones de seguridad de los ciudadanos israelíes, que habilite el regreso de los desplazados de ambos pueblos a sus hogares y abra un nuevo capítulo en la vida de los palestinos que incluya la reconstrucción política y económica de Gaza.

Siendo éste un conflicto permeado por la propaganda permanente, a veces escuchamos que no hay negociación posible entre Israel y Hamas. La historia demuestra que esto simplemente no es cierto: de los cuatro operativos militares israelíes en Gaza dirigidos a Hamas desde fines de 2008, tres (Pilar Defensivo en 2012, Margen Protector en 2014 y Guardián de las Murallas en 2021) concluyeron con un acuerdo de cese al fuego negociado junto a terceras partes, con Egipto como el moderador común en todos los casos y apariciones ocasionales de Estados Unidos, Qatar y las Naciones Unidas. Sólo la primera operación militar en Gaza desde que Hamas tomó el poder del enclave, Plomo Fundido -producida entre fines de 2008 y principios de 2009- concluyó con un cese al fuego unilateral decidido por Israel tras una serie de promesas de Estados Unidos.

A pesar de esta serie de acuerdos, como afirma la organización Israel Policy Forum en un dossier especial sobre el tema: “Estos acuerdos de cese al fuego no alteraron el statu quo ni atacaron las condiciones subyacentes que llevaron a estas escaladas recurrentes: el deseo a largo plazo de Hamas de destruir a Israel, la reticencia israelí a tolerar provocaciones y amenazas de Hamas y las condiciones humanitarias degradantes en Gaza como consecuencia del bloqueo israelí y el régimen represivo de Hamas”. De este ciclo de escaladas cíclicas de violencia y operaciones puntuales sin una salida que genere otra realidad política, sumado a un contexto de creciente escepticismo sobre las posibilidades de una solución diplomática al conflicto en ambas partes, nació y se popularizó la tesis de administración del conflicto, que explotó el 7 de octubre pasado cuando el conflicto se demostró inadministrable a largo plazo.

Si esto probablemente terminará en un acuerdo, ¿por qué entonces se está demorando tanto, produciendo trágicas consecuencias sobre la vida de docenas de secuestrados, cientos de soldados y millones de civiles? Para esto corresponde hacer un recorrido por lo que sabemos (que es, debemos aclarar, información parcial) sobre la dinámica de las negociaciones desde que comenzó la guerra.

En las primeras semanas de la guerra, la propuesta que había trascendido de parte de Hamas era un acuerdo caracterizado por “todos por todos”: en otras palabras, la liberación de todos los secuestrados el 7 de octubre por los más de 5.000 prisioneros palestinos bajo custodia israelí en ese momento. Esta propuesta no fue tratada seriamente, tanto por la cantidad como por las características de varios de los prisioneros a liberar, particularmente de terroristas con “sangre en sus manos”.

Las promesas de extraer a los rehenes mediante operativos militares sólo se reflejaron en la realidad en el caso de 8 rehenes (que incluyen a los argentinos Luis Har y Fernando Marman), mientras que esta idea fue gradualmente reemplazada por otra estimación que llegaba a resultados similares: si encontrar y recuperar a los rehenes por la fuerza era imposible, de todas formas la guerra podía generar “presión militar” sobre Hamas para mover al grupo terrorista a demandas más aceptables para Israel, posibilitando así una negociación fructífera.

El 22 de noviembre se produjo el único éxito diplomático desde que comenzó la guerra: un acuerdo de liberación negociado por Qatar, Egipto y EE.UU. Allí se estipulaba un cese al fuego de cuatro días y la liberación de 50 secuestrados israelíes a cambio de 150 prisioneros palestinos, pero el plazo fue extendido hasta fin de mes y permitió la salida de 105 civiles (81 israelíes, 23 tailandeses y 1 filipino). Ambas partes terminaron acusándose mutuamente de romper el cese al fuego, impidiendo la extensión del acuerdo.

A partir de este episodio, Hamas comenzó a plantear que la liberación del resto de los secuestrados llegaría sólo tras un cese al fuego definitivo. Este planteo, y la imposibilidad de una extracción militar que a la fecha ha producido más muertos que rehenes liberados, obliga a Israel a elegir entre los dos objetivos declarados de la guerra: la liberación de sus ciudadanos o la victoria sobre Hamas. En este impasse diplomático, se lanzaron iniciativas para presionar a Israel a detener la guerra a través del Consejo de Seguridad de la ONU (vetadas tres veces por EE.UU.) y de la Corte Internacional de Justicia por una petición presentada por Sudáfrica exigiendo varias medidas, que en esa parte específica fue rechazada por el tribunal.

Un nuevo episodio emergió en mayo, cuando Joe Biden anunció una propuesta de acuerdo conformado por tres etapas. En la primera, de seis semanas, se preveía la liberación de los rehenes prioritarios a cambio de un cese al fuego, el regreso de palestinos desplazados y la liberación de cientos de prisioneros palestinos; en la segunda, la liberación de todos los rehenes y la negociación de un cese al fuego permanente; la tercera contemplaba la reconstrucción de Gaza en condiciones que no permitieran el rearme de Hamas.

En su análisis para Foreign Affairs sobre el fracaso de esta propuesta, Eric Min llega a un motivo fundamental: a pesar de la tragedia provocada por la guerra, ninguna de las dos partes había cambiado su demanda fundamental. Israel no estaba dispuesto a aceptar un futuro para la región con Hamas todavía vivo, y Hamas no estaba dispuesto a dejar de ostentar el control político y militar de Gaza. Esta incompatibilidad fundamental en las posturas de las dos partes no dejaba espacio para acuerdos, al menos todavía, particularmente porque ambas partes entendían que estaban ganando la guerra: Hamas podía sostener este argumento viendo el creciente aislamiento internacional de Israel y el supuesto ascenso de la agrupación dentro de la opinión pública palestina; pero Israel también podía verse como victorioso, juzgando las reiteradas victorias militares en Gaza y, particularmente, el progreso de su operación en Rafah.

Tal vez por este último motivo, hacia mediados de año comenzaron a aparecer nuevas demandas que no eran parte de la conversación al comienzo de la guerra. Una de ellas fue la exigencia por parte de Israel de mantener una presencia permanente en el corredor Filadelfia, el nombre con el que Israel designa a una angosta franja de tierra paralela a la frontera Gaza-Egipto. Netanyahu plantea que el control sobre esta zona es una condición inclaudicable para Israel, a pesar de que todos los líderes del aparato de seguridad e inteligencia expresaron que hay alternativas para asegurar el control de la frontera (como negociaciones con Egipto) y que no se ha detectado ni un túnel activo durante los últimos años ahí. Otra exigencia fue la de instalar puestos de control en el centro de Gaza, para monitorear el movimiento y evitar un posible repliegue de Hamas hacia el norte del enclave, en teoría hoy liberado. No es difícil pensar que estas nuevas condiciones, perjudiciales para las chances de un acuerdo y para la liberación de los rehenes a los que se les acaba el tiempo, llegan en realidad para tapar una ausencia abrumadora: la de un proyecto político para el futuro de Gaza. Hasta que se defina, por ejemplo, si la Autoridad Nacional Palestina o una nueva entidad (o una coalición internacional, o lo que sea) regirá el futuro de Gaza en caso de que Hamas pierda el control territorial definitivo, Israel se verá obligado a tratar Gaza como un campo de batalla de una guerra sin final posible. Y eso es suponiendo que se pueda sostener la guerra el tiempo suficiente como para sacarle a Hamas el control del territorio.

Aunque la intransigencia de Hamas en todo este proceso es un factor clave, y no podemos desestimar su responsabilidad por iniciar esta guerra, los cambios en las condiciones en los momentos en que más cerca se veía un acuerdo indican que Netanyahu no puede renunciar públicamente a las negociaciones, pero que hace lo posible para boicotearlas, sabiendo que poner fin a la guerra ahora representaría (como han anunciado Smotrich, Ben Gvir y otros aliados) el quiebre de su coalición gubernamental y la realización de nuevas elecciones. A partir de trascendidos mediáticos en Israel, que reflejaban la desesperación del equipo negociador y las críticas de la mayoría de las familias de los rehenes, Netanyahu replicó en agosto: “Yahya Sinwar (el jefe de Hamas) ha sido y es el único obstáculo para un acuerdo de liberación”.

Nos encontramos ahora ante una etapa de pesimismo aún mayor. La realidad de Gaza está ahora opacada por las tensiones entre Israel y Hezbollah, que amenazan con abrir un nuevo frente de guerra total y lanzar a la región hacia una guerra regional. Ya antes, el 31 de agosto, la aparición de seis jóvenes rehenes asesinados había resaltado la desesperación del reclamo y llevado a cientos de miles de israelíes a las calles en la mayor movilización popular de la historia de Israel. La exigencia no es sólo a Hamas: es también a su propio gobierno, a quien acusan de ostentar prioridades políticas por sobre la liberación, a veces bajo el pretexto de condiciones de seguridad a futuro que no resisten el análisis. Las ejecuciones de estos 6 secuestrados eran recientes. Sabemos hace tiempo por testimonios que los miembros de Hamas tienen instrucciones de ejecutar a los rehenes si perciben el acercamiento de las fuerzas de seguridad israelíes. Como dijo ante la Knesset el 2 de septiembre Udi Goren, primo del secuestrado ya asesinado Tal Jaimi: “la presión militar los está matando”. Netanyahu podrá tener todo el tiempo del mundo, pero para los demás ese tiempo tiene un costo altísimo.

Esta nota fue publicada originalmente en la revista Nueva Sion.

DM