Opinión - Panorama de las Américas

Cumbre en clave de B: Biden, Brasil, Bolsonaro, Bochorno

11 de junio de 2022 07:12 h

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No se conocían, y casi se desconocían. Se vieron cara a cara por primera vez en Los Ángeles, en la Cumbre de las Américas, y se reconocieron. Uno preside en el Norte el cuarto país más grande del mundo, y tercero por su población; el otro, en el Sur, el quinto país por sus habitantes y sus kilómetros. Uno está al frente de la mayor economía mundial y el otro de la mayor de las latinoamericanas. Los dos son católicos, los dos presiden un Estado federal, los dos ganaron las elecciones gracias a un voto repudio, los dos son conservadores (aunque sólo el brasileño lo puede hacer valer). Uno perdió un hijo militar de resultas de la guerra de Irak, el otro es un capitán del Ejército. Los dos son antiguos legisladores de carrera, hábiles para la negociación en el Congreso. Los dos respiran a pleno pulmón el aire un tanto enrarecido que es la atmósfera de dos ciudades monumentales. Capitales de los Estados Unidos de América y de la República Federativa de Brasil, Washington y Brasilia son centros urbanos especializados en alojar a los poderes del Estado y a su personal político y administrativo y que sin el tubo de oxígeno del presupuesto nacional, que les asegura su respiración artificial, no sobrevivirían.

Para el gusto de Joe Biden, Cuba, Nicaragua y Venezuela son inconvenientes autocracias; para Jair Messias Bolsonaro, son autocracias convenientes como fábula con moraleja en un año electoral: si en octubre votan en las presidenciales a Lula en vez de reelegirlo a él, ese será el destino terrible que tocará a Brasil. Los dos gobernantes detestan el comunismo y aborrecen la pobreza de esas tres naciones coribeña. Los dos vienen de familias que vivieron más frecuentes estrecheces que desahogos económicos. Tienen códigos: respetan la renta que asegura el petróleo, por más bolivariano que sea, como respetaban a los ricos del barrio. Muy escaso respeto, en cambio, reservan para la miseria, esa penuria que induce al mayor mal y el mayor peligro (electoral, para Biden), migrar. Las migraciones incontroladas de la América central e insular que chocan contra la frontera sur de EEUU, sin la guerra en Ucrania y el nuevo sistema de equidistancias que esta obliga a componer, habría sido tema y problema exclusivo (para Biden) de esta Cumbre, la primera celebrada en suelo norteamericano desde 1994.

Biden y Bolsonaro son los dos de origen social pobre, o de familias con economías estrechas, y tienen códigos: respetan el petróleo venezolano, por más bolivariano que sea, como respetaban a los ricos del barrio.

Cuando Joe Biden llegó a la presidencia en enero de 2021, los medios norteamericanos, sus ecos latinoamericanos, y desde luego la Casa Blanca, y antes la campaña demócrata, repitieron una y otra vez, sin jamás hartarse, y, más logradamente, sin jamás hartar, el número 16, el de los viajes que Biden había hecho a América Latina, en su mayoría como vicepresidente y promotor durante dos períodos de la política amistosa de Barack Obama. En su primer día en el Salón Oval, Biden ya era el presidente norteamericano que más se había movido por el proverbial patio de atrás de EEUU. Derivar de esos vuelos regulares saber y sagacidad era una infererencia inválida desde el punto de vista de la lógica. Un predecesor de Biden en Washington había sido también promovido desde la lateralidad a la primera magistratura, por haber actuado antes de ladero de una figura mayor. Si Biden era el vicepresidente de Barack Obama, el vice de Franklin Delano Roosevelt había sido Harry Truman. Un camisero del interior rural, que jamás había salido de EEUU, salvo cuando en la Primera Guerra Mundial combatió como soldado en Francia. La faltó pasaporte, no diplomacia. Negoció todos los frentes de la Guerra Fría y articuló Plan Marshall y OTAN con Europa y Turquía sin que la paz armada jamás se le desarmara ni se frustrara la coexistencia pacífica con la URSS. Tres cuartos de siglo más tarde, las grandes esperanzas atlantistas del gobierno de Kiev, aliado no siempre obediente de Washington, desafiaron a Moscú y acicatearon la intervención militar de Rusia en Ucrania. Han pasado más de cien días de un sanguinario conflicto cuyo fin se entrevé lejano. Más cercanas sus consecuencias, como el hambre que sufrirá África, cortada del suministro de baratos cereales y fertilizantes rusos y ucranianos, trabado el comercio internacional de Rusia por las sanciones de Europa y EEUU e inutilizado el transporte en barco de granos y trigo. La marina mercante no puede zarpar del puerto de Odessa, porque Ucrania minó las aguas del Mar Negro.

La guerra sigue, y seguirá. Porque Biden ha acusado a Putin como a un genocida. Como al autor presunto de crímenes contra la humanidad. Una expresión que nació cuando los armenios fueron masacrados en Turquía en tiempos de aquella Primera Guerra que conoció Truman. El imperio zarista llamó a estas atrocidades del imperio otonamo 'crímenes contra la cristiandad'; sus aliados franco británicos procuraron evitar enemistarse con el Islam, y acuñaron para esos crímenes la nueva fórmula humanista, humanitaria, de violación de DDHH. Con un crimiinal de guerra no se negocia, como tampoco se Invita a una cumbre democrática a dictadores o autócratas, como la administración demócrata define a las autoridades de La Habana, Managua y Caracas. Con el sucesor de los hermanos Castro, con Ortega, con Maduro, no hay foto satisfactoria en Los Ángeles.

Las musas en Los Ángeles

El demócrata Biden, defensor del sufragio, las mujeres, el aborto, la libertad de prensa, encuentra ahora en Arabia Saudita una monarquía que vale la pena visitar; Bolsonaro encontró en Rusia una Federación que valió la pena visitar, y rindió homenaje en Moscú a la tumba de los soldados del Ejército Rojo. Los dos son menos rígidos en sus conductas de lo que resuenan en sus declamaciones.

En la radio pública norteamericana, comenzaron sardónicamente el podcast político diario sobre la Cumbre de las Américas con una macrcha nupcial. Biden, el viajado presidente, perdió credibilidad por no haber entendido la importancia capital que en América Latina tienen las listas de invitados a las bodas. Si no invitan a todos, no voy yo, como es obvio, avisó, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, que no traiciona nunca, él, ciertos principios, o tradiciones nacionales. Mandó a su ministro de Exteriores, con “un abrazo”, buenas noches y buena suerte, para Biden. Lo que es peor, para la Casa Blanca, arrastró las deserciones de los presidentes de Guatemala, Honduras y El Salvador, que eran interlocutores clave para tratar el tema de la migración.

Jair Messias Bolsonaro se felicitó de haber concurrido a la Cumbre del enemigo de su amigo el republicano Donald Trump, con quien rutinariamente lo comparan. Y Biden lo felicitó por haber concurrido. El demócrata campeón de la ecología y de la epidemiología -dos bastiones de la doctrina centroizquierdista, embanderada en la ciencia contra el oscurantismo y la ignorancia- lo felicitó al brasileño por su empeño en el Amazonas, le evitó reproches por la gestión de la crisis sanitaria, y consagró a Brasil como democracia espléndida. Según daba prueba suficiente su sola asistencia a la Cumbre que reunía al club de las que plenamente lo son. Por ello mismo, el proceder y las palabras que la oposición argentina reprocha a su presidente, aun si fueran desubicadas e injustas, no son autolesivas. No habrá ingratitud de la administración demócrata que enfrenta elecciones legislativas en noviembre, si el único nombre propio pronunciado, con desfavor, fue 'Trump'. Pero sobre todo, porque cualquier daño se esfuma ante el solo hecho que cuenta para la Secretaría de Estado. Que en la foto losangelina figure un señor presidente, Alberto Fernández, y no sólo el canciller Santiago Cafiero.

AGB