columna nómade

Los delirios del Mariscal

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El tachero mira la calle y sabe quién es remisero y quién no. El Rana mira el mar que le toca custodiar y mira quién está nadando y quién hace agua. El Rana tiene una cara media stone, también algo de Roberto Mouzo y algo de todos los bañeros del mundo: su rostro es un aleph de un pibe de barrio que sobrevivió como tantos otros a la dictadura, las Malvinas y el sida. Y hoy está parado desde hace miles de temporadas, mirando el mar, como bañero, guardavidas, como quieran decirle.

Hoy el mar está roto, dice el Rana, y eso significa que la playa está complicada. Igual él se acaba de meter a nadar mas de trescientos metros hacia el horizonte, y desde lejos parece que los brazos se le salieran o se le alargaran. Tiene, como esos héroes de Marvel, algo que los hace insuperables cuando están en su elemento: El Hombre Antorcha, Ben, la roca, El Hombre Elástico, etc. El elemento del Rana es el agua. Y la amistad. Con él están viviendo en su carromato -una casa media circense- que tiene al lado de la casa donde vive en el invierno y que alquila en el verano. En el carromato hay lugar para todos: Está Jean Pierre -pelo blanco, largo, cortado como Bon Jovi- cincuentón, que es conocido en la playa del Rana como El Hombre más Lento del Mundo.

Jean Pierre vivía al lado de la cancha de Vélez y podés creer que nunca llegaba a ver los primeros quince minutos del partido, dice el Rana. A veces cuando volvíamos del partido él pensaba que Vélez había empatado porque se había perdido el gol que habíamos metido en el comienzo.

La otra noche, Jean Pierre me salvó el asado, le digo al Rana. ¿Por qué?, me dice. Porque sabe distribuir bien las brasas, le digo. Yo estaba haciendo un asado nocturno para muchos y la parrilla estaba oscura y decidí hacer un fuego inmenso primero para ver dónde carajo estaba y después para que hubiera fuego para todo. El fuego interminable, gracias por el fuego, fuego amigo. Todos los fuegos el fuego. Y para ponérmela difícil vino un tipo que tenía la cara de Benjamín Vicuña y la voz de Al Capone y trajo pollo, lo más difícil de asar bien. Y entré en desesperación porque ya tenía el asado en la mitad. Pensé en mi amigo Rucho, que puede hacer el asado a su antojo, con los ojos cerrados, de espalda. Pero yo no. Y entonces entró Jean Pierre, es cierto, una hora tarde, y me dijo: Fijate acá las brasas, correlas así, ¿puedo? Sí, sí, le dije. Y la rompió, El Hombre más Lento del Mundo. Lentamente reacomodó el asado como si fuera una larga página de Saer describiendo cómo un tipo se lleva la cuchara a la boca. Jean Pierre se mueve como si hiciera tai chi.

El Rana tiene puesto un piluso negro y anteojos negros y mientras le hablo mira el mar. Se ríe por lo que le cuento de Jean Pierre y él me dice que anoche otro de los amigos que viven en su casa en la canícula y que también es amigo del barrio, Hernán, llegó del trabajo en el balneario con mucho hambre y cansado y el Rana ya le había preparado la cama y unos fideos. Hay que cuidar a los amigos, me dice el Rana, no cuesta nada. Hernán es El Hombre que Tropieza Siempre con la Misma Piedra, me dice el Rana. ¿Qué tipo de piedra?, le pregunto. La misma, la que quieras, me dice el Rana, pero es siempre la misma. Por eso necesita más atención que Jean Pierre, me dice el Rana. Le digo que debe ser una versión del mito de Sísifo. ¿Qué es eso?, me dice el Rana. Le cuento. Parecido, dice.

El Mariscal es el más grande de todos, en todo sentido. Es setentón, alto, calvo, pelo blanco, un galán maduro con una voz hermosa y una cabeza política puesta siempre alerta. El Mariscal me cuenta su vida mientras tomamos unos tragos al lado del bosque. Yo le digo que el bosque es mi lugar preferido, me acabo de dar cuenta recién a los cincuenta y siete años. Más que la playa, la montaña, la cuadra de mi casa: el bosque. El silencio del bosque, el ruido del bosque, los senderos del bosque, ese lugar tan hermoso que también puede ser fatal si te perdés. No hay ningún lugar hermoso si no tiene peligro. Por eso Victoria es hermosa. El Mariscal me cuenta sus planes, la casa que va a vender, la que va a construir, lo que va a hacer con su viejo auto. A veces, cambia de tono y para expresar algo teórico imita la voz de Perón y dice una frase del General. Eso me encanta.

Estamos el Rana, Jean Pierre, Victoria, el Mariscal, Hernán, y escuchamos en Spotify una canción increíble. Le digo a Victoria que me diga cuál es, pero cuando va al celular para fijarse no la encuentra. Es La Canción más Hermosa del Mundo. Al otro día, en la playa, les digo que la canción decía en un parte la frase “corazón partido” y todos me dicen que era de Alejandro Sanz. Pero yo les digo que no. El Mariscal dice que tal vez la Canción Más Hermosa del Mundo sea de Víctor Manuel. No sé, le digo. Pero era increíble, el estribillo. ¿Te acordás? ¿Cómo era el estribillo?, dice el Rana. No sé, le digo. Me lo olvidé, pero me queda la sensación. Le digo al Mariscal que le quiero hacer una remera con la tapa del segundo disco de Crucis, Los delirios del Mariscal, una tapa tipo las de Yes, pero criolla, con boleadoras. Yo no digo delirios, me dice el Mariscal.

Es de noche y estamos fumando con Victoria. El Bosque está echado a los pies. En silencio. Le pido que busque, tranquila, cuál puede ser La Canción Más Hermosa del Mundo, en el playlist que escuchamos el día anterior. La encuentra! Es un tema de Piero que se llama “Tengo la piel cansada de la tarde”. No sé puede creer lo increíble que es.

FC