Opinión

La depresión, cobardía moral

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La depresión es una forma de sufrimiento muy propia de nuestra época. La manera más común de transitar los conflictos hoy en día es depresivamente. La pregunta es: ¿qué se puede hacer con la falta de ganas?, ¿qué se hace para tratarla? 

Quisiera comenzar este artículo con una distinción, entre lo depresivo y lo deprimido. Porque, en efecto, hay actitudes depresivas que pueden ser muy virtuosas. La tristeza, por ejemplo, la capacidad de estar triste, es un afecto depresivo, pero que en el transcurso de un duelo es absolutamente productivo. Poder estar triste durante un tiempo y que la tristeza quede parcialmente ubicada como un afecto de transición es hasta un afecto didáctico, en el sentido de que enseña algo

La tristeza es el afecto didáctico por excelencia: pasar por un momento, un rato, en el que se está triste. Una persona me decía, después de haberse separado de su esposa con quien estuvo muchísimos años, que la había extrañado y que se había puesto triste por extrañarla. Al principio no, le llamaba la atención que en los primeros meses no la había extrañado y eso es comprensible –porque los primeros meses estuvo concentrado en sobrevivir. Él siempre tuvo mucho temor a la posibilidad de separarse, porque sentía o pensaba que no iba a poder vivir sin ella. Y, efectivamente, cuando llegó el momento de la separación, se encontró con que en realidad podía mucho más de lo que pensaba, de hecho, pudo reorganizarse en varios aspectos. Y le llamaba la atención que, dado que venía estando tan bien y no había sufrido tanto los primeros meses, ahora estaba triste. En un primer momento necesitaba poner a prueba sus propios recursos narcisistas vinculados con su estabilidad, con sentir que no se iba a morir. Ahora que sabe que no se va a morir, puede conectar con algo de la tristeza, de haber perdido esa relación que representa una pérdida: el momento en el que va a empezar un duelo. Es un duelo que no empieza inmediatamente cuando se separa, a veces lo hace mucho tiempo después, y la tristeza va a ser ese afecto de transición, de pasaje, que le va a permitir pasar a otra cosa. 

Poder estar triste durante un tiempo y que la tristeza quede parcialmente ubicada como un afecto de transición es hasta un afecto didáctico, en el sentido de que enseña algo.

Esta idea caracteriza lo que en general llamamos –en psicoanálisis– trabajo psíquico, y que el psiquismo, la mente, trabaje es una idea muy potente. Freud muchas veces usa la palabra trabajo, dice: “Trabajo del sueño”, “trabajo del chiste”, “trabajo del duelo”. Para Freud las operaciones psíquicas se nombran como un trabajo. Y el trabajo implica siempre el pasaje de una cosa a otra: se trabaja para producir movimiento. El trabajo del duelo, por ejemplo, trabaja con la tristeza, es decir, permite ese “pasar a otra cosa”, que es lo sano, por decirlo así. 

¿Qué es sano?, ¿qué sería ser una persona sana? Una persona sana no tiene una cantidad de propiedades o rasgos que lo vuelven sano, sino porque tiene la capacidad de pasar de una cosa a otra, tiene la capacidad de desplazarse, de trabajar mentalmente, aunque eso le represente algún tipo de sufrimiento. El sufrimiento por sí mismo no es indicador de insania o de enfermedad: a veces la manera en que nos curamos es sufriendo, o el sufrimiento es lo que permite que se produzca ese trabajo que, luego, posibilitará ese pasaje. 

Por otro lado, está lo deprimido. Ahí la depresión impide un trabajo; frente a una determinada situación, una opción es deprimirse como una forma de estancarse, de quedarse quieto, de que no haya pasaje, de que no haya movimiento, de que no haya todo ese trabajo psíquico. 

El deprimido es aquel que queda detenido, fijo, en su lugar, y eso se ve sobre todo en relación con las ganas: la manera en que el deprimido objeta el trabajo anímico, el trabajo psíquico, es perdiendo las ganas. Esta es una posición impotentizada; si alguien dice: “No tengo ganas”, no puede hacerse nada; es la forma más radical de plantar bandera. En ese punto, se corta amarras con cualquier empuje, con cualquier acción, con cualquier movimiento. Se escucha generalmente cuando alguien dice: “Podría ir al gimnasio, pero no tengo ganas” o “podría salir a caminar, pero no tengo ganas”. Ahí se ve lo más propio del deprimido, que no es el depresivo, sino que es todo un mecanismo de relacionarse con los actos a través de las ganas o, mejor dicho, hacer que los actos fracasen porque se los quiere sostener en las ganas. 

En ese sentido, el deprimido es alguien vengativo porque le cobra a los demás su falta de ganas: no solo no tiene ganas, sino que, al mismo tiempo, el deprimido testimonia su falta de ganas: “Estoy acá, tirado, y no tengo ganas”. Lo que está dicho entre líneas es: “Y vos no podés nada para que yo tenga ganas”. También hay que ubicar una distinción muy importante entre lo que se llama depresiones reactivas y depresiones endógenas. 

Las depresiones reactivas son propias de ciertos momentos, responden a una situación, pueden tener un tratamiento mucho más propicio desde el punto de vista psicoterapéutico. Las depresiones endógenas son muchísimo más complejas, más difíciles de tratar. Se suele hablar más precisamente de psicosis maniaco-depresivas, ya que nombra un cuadro clínico especifico y no una depresión reactiva, más común. Aparece también el término bipolar que se usa para todo, en cualquier espectro entre lo depresivo, lo deprimido y los tipos de depresiones. Por ejemplo, hoy en día se puede diagnosticar a alguien de bipolar sin problema. 

Lo importante es ubicar que las depresiones reactivas son aquellas que tienen un conflicto, que nacen de una situación, como puede ser una separación. Una mujer, después de la separación con su pareja, vive con sus hijas y hace girar su vida en torno a ellas. El momento de consulta aparece cuando una de las hijas, mayor de edad, le plantea que se va a ir a vivir sola. Algo de esa unidad que se había armado, ese marido que había sido reemplazado por la relación con las hijas, se rompe y ella empieza a debilitarse, a deprimirse. El conflicto en cuestión es cómo reformular para ella su posición a partir del momento en el que le cambia la vida. Pierde la relación con las hijas y en particular con la más grande, que es la que se va a vivir sola. Ella interpreta, en ese irse a vivir sola de la hija, que lo que se representa es una pérdida del vínculo: que la hija la deja. No es que la hija se va; la hija la deja, la abandona. El conflicto se vive a través de una fantasía específica de abandono, y la respuesta de ella es deprimirse. 

Entonces, deprimirse es la manera más radical de rechazar ese conflicto. El deprimido, con su falta de ganas, lo que responde es: “No voy a hacer nada para cambiar la situación”. Muchas veces las personas deprimidas no están tristes, el signo o el síntoma más común es el enojo; son personas sumamente irascibles, enojadas. Todas las ganas de hacer cosas se transforman, se desplazan, hacia el enojo.

El terapeuta, en ese momento, podría entrar en una vía de: “¿Cómo hago para que una persona que no tiene ganas tenga ganas?”. De hecho, ahí aparecen los tratamientos farmacológicos y los antidepresivos o estabilizadores del ánimo. En algunos casos funcionan, pero, desde el punto de vista psicoterapéutico, lo peor que podría hacer un psicoterapeuta es tratar de incentivar a un deprimido: es como tirar nafta en un fuego. Porque el deprimido más se va a afincar en su posición de deprimido si el terapeuta trata de convencerlo de vivir o de que la vida tiene un montón de cosas lindas para aprovechar. Así, más se va a empecinar en su estado deprimido y más va a rechazar el tratamiento o va a tener una reacción negativa a este. Por eso, el punto no es cómo hacer para que quien no tiene ganas tenga ganas, sino ubicar el modo puntual en que, para ese paciente, la falta de ganas, el sacrificar las ganas, cumple un papel protector, y muchas veces la envoltura de esa protección que es el enojo. 

El reverso de la falta de ganas es la forma de objetar el lazo a través del enojo. Por eso mencioné anteriormente que las personas deprimidas son personas muy enojadas y que, más que tratarlas por la falta de ganas, hay que ubicar cómo responden a una situación perdiendo las ganas, las ganas de comer, las ganas de lo que sea. Hablar de ganas es hablar de la voluntad, es decir, quien pierde las ganas pierde la voluntad, pierde las ganas de comer, pierde las ganas de bañarse, pierde las ganas de levantarse de la cama, pierde las ganas de salir con alguien. Lo que hace dramático el síntoma depresivo es que la falta de ganas impacta directamente en la voluntad y no se puede hacer nada, por eso se nombra como un tipo de impotencia. 

Finalmente, la voluntad entorpece el deseo. En las neurosis, en la clínica habitual, lo que encontramos es que el deseo entorpece la voluntad; sucede al revés por lo general. Supongamos que alguien se propone decir algo, tiene toda la intención, pero viene el deseo y entorpece su voluntad. Un ejemplo clásico sería el de alguien que quiere nombrar a su pareja, la va a llamar por su nombre y le dice el nombre de otra persona. Tenía toda la intención de llamar a su esposa y, en vez de decirle María, le dice Juana: el deseo cortó la voluntad. Incluso, aparece el síntoma que, por supuesto, genera un lazo, porque inmediatamente la esposa dice: “¿Quién es María?” o “¿Quién es Juana?”, y se genera un lazo a partir del deseo. En cambio, en la depresión no tenemos la voluntad entorpecida por el deseo, sino el deseo entorpecido por la voluntad, por la falta de la voluntad. 

El vaciarse de voluntad como manera de mostrar o de impotetizar el deseo y mostrar, de forma más descubierta, el malestar. “Hay un montón de cosas que me gustan, pero no tengo ganas”: se hace fracasar al deseo. ¿El deseo está? Sí, está, porque la depresión es una forma de responder al deseo. Sin embargo, en la depresión o en el deprimido, hay deseo, pero se le pone una plomada; se abomba el deseo. No es que faltan las ganas, sino que perder las ganas es una forma de defenderse de algo. Perder las ganas es una forma enojada de defenderse de algo. 

Eso es algo muy propio de nuestra época: frente a algo que no sale como uno quería, frente a algo que es una decepción, frente a algo que de alguna manera nos desilusiona, la respuesta es deprimirse.

En el caso de esta mujer, la defensa se generó hacia la reformulación de la relación con sus hijas, a tener que expresarse a su edad, a preguntarse cómo se iba a posicionar habiéndose separado; contaba con que no iba a necesitar dedicarse mucho más a su vida porque tenía ese vínculo, que ahora está amenazado. Entonces, el vínculo amenazado con las hijas le produce sufrimiento. Todos los vínculos implican algún tipo de malestar, y uno puede responder al sufrimiento que implican los vínculos sintomáticamente, como suelen hacerlo los neuróticos, o puede hacerlo deprimiéndose. Eso es algo muy propio de nuestra época: frente a algo que no sale como uno quería, frente a algo que es una decepción, frente a algo que de alguna manera nos desilusiona, la respuesta es deprimirse.

Lacan mencionaba a la depresión como una cobardía moral. Porque uno se planta y dice: “No voy a encontrarme con ese conflicto, voy a enojarme y punto, ya está”. Eso es muy propio del discurso deprimido, instalarse en esa posición de “no se puede hacer nada”. ¿Por qué cobardía moral? Porque la moral tiene que ver con las costumbres, con los actos; esta es una cobardía respecto de los actos, es alguien que dice: “Yo ya no voy a actuar, punto”, “me desentiendo del conflicto”. ¿Por qué? Porque me deprimo. Hoy en día es mucho más difícil atravesar un conflicto, hacer el duelo que hay que hacer, perder lo que haya que perder, aceptar que muchas veces nosotros no elegimos las relaciones en las que estamos o las condiciones que las relaciones nos imponen. La respuesta se vuelve más frágil, queda en un nivel de “si no es como yo quiero, entonces no lo quiero”. 

La psicoterapia de la depresión no es un tratamiento que trate de inculcar ánimos o de motivar, no es un tratamiento motivacional. Eso produciría directamente un fracaso. Tiene que ver, en cambio, con ubicar lo artificial de esa pérdida de ganas y cómo muchas veces, detrás de esas ganas perdidas, lo que hay es alguna frustración muy fuerte, o un enojo, o una frustración tratada a través del enojo. El tratamiento apunta a que alguien pueda darse cuenta de que hace fracasar sus ganas, no de que le faltan las ganas. 

LL