Como en 2020, este 5 de junio, Día Mundial del Medio Ambiente, está atravesado por una pandemia que puso de relieve el desequilibrio que ha causado el ser humano en su vínculo con la naturaleza. En las distintas latitudes del planeta se perdieron millones de vidas y también se instalaron nuevas preguntas sobre el futuro inmediato: ¿En qué condiciones vivimos y producimos? ¿Qué comemos? ¿Cómo podemos revertir una tendencia de décadas a la devastación del medio ambiente con sus consecuencias imprevisibles… como la pandemia?
Desde la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Tierra (UTT) el diagnóstico que hacemos es alarmante pero a la vez con muchas aristas de esperanza si logramos instalar en la conciencia social y la agenda política otros modos de vivir, de producir y de alimentarnos en la Argentina. El riesgo más grave, si no se revierte este sistema de acumulación en pocas manos y depredación del entorno natural, es el daño hacia la salud y la vida de nuestras poblaciones, desde la Cordillera hasta el mar y desde la Puna hasta el Estrecho de Magallanes.
Desastres socioambientales que alarman
Desde nuestra organización, que trabaja a diario para garantizar condiciones dignas para las familias campesinas y soberanía alimentaria para las mesas argentinas, vemos con mucha preocupación cómo se ha agudizado un modelo económico extractivista que tiene por lo menos tres décadas de consolidación en nuestro país:
1. El incremento desmedido de las fumigaciones contaminantes que demanda la producción agroalimentaria del campo de los patrones (sin campesinos y sostenida por paquetes tecnológicos dolarizados), que ha superado la barrera de los 500 millones de litros/kilos de agrotóxicos por año (unos 12 litros por habitante).
2. El avance de las quemas de humedales en el Delta del Paraná (afectando en simultáneo a poblaciones de Santa Fe, Entre Ríos y Buenos Aires), con un costo de alrededor de 300.000 hectáreas naturales arrasadas y miles de vidas animales extinguidas a cambio de la expansión de la frontera agrícola-ganadera.
3. Los proyectos económicos de multinacionales que se apropian del agua –elemento indispensable para la producción de alimentos y la conservación de la vida– para instalar la megaminería, el fracking o represas hidroeléctricas como falsas promesas de desarrollo. Las resistencias que se dan en Mendoza, Chubut, Río Negro y Catamarca son prueba de este riesgo que se acelera y multiplica en distintas partes del país.
4. La pérdida de cientos de miles de hectáreas de bosques nativos a raíz de incendios de dudoso origen o desmontes ilegales, como hemos visto en los últimos meses en zonas tan distantes como las sierras cordobesas, la Comarca andina y el Noroeste argentino. No casualmente, detrás de estos episodios asoman negocios inmobiliarios y/o proyectos forestales tanto locales como extranjeros.
5. La persecución y criminalización judicial, política y mediática a las comunidades conscientes que defienden con el cuerpo su territorio frente a la avanzada especulativa. El hostigamiento a las asambleas chubutenses que se oponen a la megaminería; la desprotección de decenas de docentes rurales de Entre Ríos o Santa Fe donde las fumigaciones tóxicas son habituales; y el despojo de las comunidades originarias de El Impenetrable Chaqueño para abrirles paso a megagranjas porcinas, configuran un mapa de conflictos socio-ambientales muy alarmante.
El riesgo más grave, si no se revierte este sistema de acumulación en pocas manos y depredación del entorno natural, es el daño hacia la salud y la vida de nuestras poblaciones
Agroecología y soberanía alimentaria para combatir el cambio climático
Todo este abanico de conflictos desemboca, tarde o temprano, en las mesas argentinas. Porque sin agua pura, ni acceso a la tierra, ni flora y fauna nativas, ni producción de frutas, verduras y hortalizas libres de químicos, ni cría de ganado en condiciones naturales y con animales sanos, ni zonas rurales donde el campesinado pueda vivir y producir dignamente, es imposible acercarnos a la soberanía alimentaria.
Mientras las condiciones medioambientales se empobrecen por el avance de la especulación económica y la falta de control estatal, los sectores populares ven cada vez más lejano el acceso a una alimentación sana, soberana y a precio justo.
La paradoja es que un país que dice producir alimentos para alimentar a cientos de millones de habitantes, muestra una situación de pobreza interna que somete a unas 20 millones de personas, quienes sobreviven comiendo lo que pueden, pero nunca alimentándose y mucho menos nutriéndose.
La UTT nuclea a unas 20.000 familias campesinas que producen alimentos en 18 provincias argentinas, impulsando un modelo agropecuario en armonía con la naturaleza y la comunidad: respeto por los ciclos naturales, apuesta por la agroecología como modo de producir y vivir en los territorios, condiciones de vida dignas para las poblaciones rurales, cadenas de comercialización cortas para que productorxs y consumidorxs se beneficien mutuamente, alimentación sana y soberana con productos frescos.
Es un camino necesario que ya venimos transitando con excelentes resultados. Multiplicamos los nodos de comercialización de productos campesinos y/o de cooperativas. En nuestra gestión del Mercado Central se ha logrado garantizar precios accesibles en un contexto inflacionario, democratizar el acceso a bienes de primera necesidad y reducir los residuos orgánicos generados. Las formaciones en agroecología para compañeros y compañeras se amplían al igual que las hectáreas destinadas a este tipo de cultivos. Estimulamos el arraigo rural, para fortalecer al sector que produce alimentos, que no especula con los precios internacionales y que cuida los bolsillos y la salud del país.
Hace falta un Estado presente con políticas públicas concretas, la multiplicación de mercados de cercanía por todo el país y una comunidad de consumidores conscientes en sus compras (qué se come y a qué precio). Y la agroecología como modelo de desarrollo para revertir la devastación del medio ambiente y el hambre en la población.
Si perseguimos colectivamente este horizonte, es muy probable que el Día del Medio Ambiente vuelva a tener motivos de celebración más que de alarma.
MP