Opinión

El día que el mundo casi termina

30 de octubre de 2022 00:02 h

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 Hace sesenta años, por esta época, la humanidad estuvo a un paso del fin. En octubre de 1962 estuvimos al borde de una guerra termonuclear entre dos potencias –EEUU y la Unión Soviética– cada una de las cuales tenía suficientes ojivas como para destruir el planeta entero más de una vez. La mayoría de las personas que recuerdan esta historia la recuerda según la versión distorsionada que difundió una de las partes. La narrativa sería más o menos así: la Unión Soviética comenzó a instalar secretamente misiles atómicos en Cuba, por entonces gobernada por su aliado Fidel Castro. Cuando descubrió tamaña amenaza emplazada a pocos kilómetros, el presidente de EEUU, John F. Kennedy, reaccionó enérgicamente con un bloqueo y amenazas militares sobre Cuba y sobre los barcos soviéticos que intentaran acercarse. Por un momento cualquiera de los dos países pudo haber oprimido el botón rojo. Intimidados por su rival, finalmente los malvados soviéticos, que habían comenzado la temeraria provocación, se retiraron. Punto para Kennedy. El mundo, salvado.

En verdad, la historia real fue algo diferente. Y aquí es donde entra la importancia de la periodización, algo que los historiadores conocemos bien. ¿Desde qué punto se empieza a narrar una historia y cuándo se decide que ya terminó? El tiempo fluye de manera continua, sin comienzos ni finales: es nuestra decisión establecer cuándo empezamos a contar un acontecimiento y cuándo lo declaramos cerrado. Y esa decisión tiene consecuencias directas sobre el sentido que le damos. Lo saben también los niños que se pelean: establecer quién la empezó es crucial para repartir responsabilidades. 

Para contar bien esta historia el comienzo debe adelantarse algunos meses. La crisis de los misiles en Cuba había comenzado silenciosamente un poco antes, muy lejos del Caribe. En 1961 EEUU había empezado a desplegar misiles nucleares balísticos de alcance medio en Italia y también en Turquía, es decir, en un país limítrofe de la Unión Soviética. Si lo de Cuba era una provocación, también lo era la de Turquía. Y era previa. Ese mismo año fue, además, la invasión de bahía de Cochinos, una operación militar financiada y apoyada por EEUU por la que paramilitares cubanos exiliados intentaron sin éxito acabar con la Revolución en la isla. Fue como réplica simétrica a aquella amenaza que la Unión Soviética decidió llevar sus misiles a Cuba, país que los albergó porque tenía buenos motivos para sentirse igualmente amenazado. Si comenzamos a contar la historia un poco antes, el panorama cambia y se complejiza delimitar héroes y villanos y saber a quién agradecer que el mundo no llegara a su fin.

Que hubiesen sido los primeros en llevar armas nucleares tan cerca de su rival (y, de hecho, quienes las desarrollaron en primer lugar y los únicos que hasta ahora las usaron contra seres humanos) no fue por supuesto obstáculo para que los estadounidenses se sintieran provocados y entraran en pánico. Desde que descubrieron los misiles en Cuba se dio una sucesión de eventos acelerados que en días nos colocó al borde de una guerra nuclear total. Kennedy no sabía qué tramaban los soviéticos y viceversa. El conflicto escaló y EEUU comenzó preparativos para una guerra total.

Si ese no fue el desenlace, fue gracias al lado soviético. Fue la Unión Soviética la que inició contactos secretos con el gobierno de Kennedy para proponer una salida diplomática. La intervención personal de Nikita Khrushchev, secretario general del Partido Comunista y hombre fuerte del país de los sóviets, fue decisiva. Fue él quien hizo llegar una emotiva carta secreta a su par estadounidense en la que le recordaba los costos humanos terribles que tendría una guerra entre ambos y proponía los términos de un acuerdo, devolviéndole la calma que estuvo a punto de perder.

El acuerdo, que permaneció en su momento en secreto, incluyó el compromiso de EEUU de no invadir Cuba y el de ambas partes de levantar los misiles que las amenazaban, los de Cuba y los de Turquía e Italia. Pero con un gesto de generosidad extra que permitía a Kennedy quedar como el ganador: mientras que la Unión Soviética desmantelaría los suyos inmediatamente y de manera pública y notoria, a EEUU le darían tiempo para hacerlo más tarde y discretamente. Khrushchev aceptó el costo de quedar como villano y de haber retrocedido ante EEUU.

EA

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