LOS CUADERNOS DE PRIMAVERA

Dos disparos, de Martín Rejtman a Cristina Kirchner

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Siempre vuelve a leer el cuento “El Diablo”, de Martín Rejtman, que forma parte del libro Tres cuentos, título flaubertiano. Le gusta Rejtman porque es un escritor -y director de cine- que hace funcionar la realidad a su favor. “El Diablo” es un relato sencillo y complejo, narra muchas historias a la vez, pero que confluyen en un embudo de violencia. La historia de dos amigas que viven una en el campo y otra en la ciudad, la historia de la madre de una de esas amigas que da clases de piano y que de pronto se deprime y deja de darlas, la historia de una violación, de una pelea callejera entre un joven musculoso y un hombre común, la historia de cómo se rellenan en la vida cotidiana los huecos que deja El Diablo.

Esa noche se anota mentalmente que quiere ver Dos disparos, la película de Rejtman. Rejtman es joven y está produciendo, lo cual hace pensar que va a haber más películas y más libros suyos. Lo contrario le pasa con Joseph Conrad, que está muerto hace mucho y que ya no puede volver a escribir más. Él tiene un amigo que una vez le dijo que era un macho probado, es decir, que cada tanto tenía relaciones con hombres para darse cuenta de que no era lo suyo, que le gustaban las mujeres. A él le pasa lo mismo con las novelas de Conrad, una vez por año lee una pero a la inversa de su amigo, él descubre que Conrad lo fascina y que tiene que dosificar las novelas y los relatos para que no se le acaben en el tiempo que le toca vivir, que, como sabemos, no es mucho; pero las novelas de Conrad son finitas, se pueden terminar. Hace poco leyó La línea de sombra, una obra maestra.

El día que vuelve a leer “El Diablo” y anotarse que quiere ver Dos disparos -para darle una clase sobre Rejtman a sus alumnos- va a comer a un club, por la noche, un asado con su amigo Duncan. En un televisor que está en el quincho del club muestran una noticia de último momento. Dice: Urgente acaban de atentar contra Cristina Kirchner. Cuando vuelve a su casa, prende la tele y mira los sucesos trágicos en la puerta de la casa de CFK. Ella baja de un auto rodeada por los custodios, hay gente que la está vivando, que le va a dar su apoyo. Y de golpe se ve que alguien se acerca y le tira a la cabeza dos disparos, pero estos no salen. Rápidamente es reducido por los militantes y después por los custodios. Cristina Kirchner -se ve- no se entera de lo que le acaba de pasar y sigue saludando a la gente hasta que, finalmente, se para en la puerta de su casa, tira besos y se va a dormir. Pero no se sabe si finalmente puede dormir cuando le cuentan lo que pasó.

Al otro día se entera que el Gobierno dio asueto para que la gente se pueda manifestar por lo que le pasó a CFK. En el chat de padres del colegio, uno de los padres indignados dice que no está de acuerdo con esta medida, y que sepamos que se le está sacando un día de escuela a su hijo. Ese mismo padre se llevó al hijo en la etapa escolar de vacaciones a Miami y no hubo problemas. Algunos padres piden que no politicen el chat.

Grabois vive para ayudar a la gente que no tiene nada. Su agenda es 24 por 24, difícil estar a su altura. Es implacable. Grabois es como un super yo del Kirchnerismo.

Se descubre la trama escondida detrás del atentado, se pinchan celulares, se rastrea a un grupo de gente que odia a Cristina. Pasa el tiempo. Llega la primavera. Él tiene la sensación de que el intento de asesinato a Cristina Kirchner ya no le importa a nadie. Vive en un país al que le parece normal esto. Se tejen teorías conspirativas. Se rumorea que tal vez CFK organizó su intento de asesinato para producir un efecto clamor. Siempre la palabra Lawfare le pareció el nombre de una línea aérea. Y era así no más: podría ser el nombre de la compañía del avión que viajó a Lago Escondido - el guionista y Lacan no paran nunca- para conspirar contra Cristina Kirchner y darle una condena de seis años. En Líneas Aéreas Lawfare viajaban –como se puede leer en los chats- la mafia judicial y sus arietes en la prensa. Es decir, que una vez que falló el atentado, había que hacer otra cosa. Mientras, en otro lugar, lejos, transcurre el Mundial. Macri, que en su mandato blanqueó capitales, fugó guita de amigos y destruyó el país en pedazos, está sentado al lado de Infantino.

Las canchas refrígeras de Qatar en el desierto, sin duda van a matar a miles de personas en otra parte del mundo. Algún animal va a salir de stock. El capitalismo te propone que algún culo va a sangrar y la pericia vital consiste en que no sea el tuyo. Es todos contra todos, como en el cuento de Rejtman. En torno al Mundial hay una cantidad de estupidez tremenda: un boxeador dice que le va a pegar a otro boxeador porque éste amenazó a Messi. Un escritor se enardece porque los jugadores son millonarios. Eso forma parte del capitalismo ordenado. El capitalismo ordenado es que algunos tengan cable, comida, aire acondicionado o un ventilador de pie para ver el Mundial y que otros no tengan nada. Cristina ahora sabe que el capitalismo ordenado que ella prefería, antes que el capitalismo salvaje, es el mismo que ordena que vaya a la cárcel un poco más de un lustro.

Hace poco él leyó que un músico se preguntaba, cuando quería escuchar algo, qué estaría escuchando Prince. E iba y lo escuchaba. Él siempre se pregunta qué pensará Grabois de tal o cual cosa. Juan Grabois te propone una agenda muy estricta. Pone una vara muy alta con su conducta demencial. La derecha se pregunta de qué vive Grabois. Grabois vive para ayudar a la gente que no tiene nada. Su agenda es 24 por 24, difícil estar a su altura. Es implacable. Grabois es como un super yo del Kirchnerismo.

Una cosa es ser pobre y vivir en la miseria y otra es elegir no tener nada y estar al servicio de los demás. Vivir como un gorrión y no acumular bienes. Vivir en una casa con la puerta sin llave porque no hay nada que alguien pueda robar en tu casa. La idea de tener es malísima, piensa él.

Sigue leyendo la biografía de Prince. Parece que tuvo una vida misteriosa, rodeada de fans. Alguien escribe que Prince se murió porque al ser muy bajo, usaba siempre tacos altos, y eso le producía fuertes dolores de espaldas y se hizo adicto a un medicamento que tomaba para el dolor. No le sirvió ni la casa ni el avión privado ni ser sexualmente hegemónico. Terminaba las noches solo, narcotizado. Es probable que haya muerto por haber tenido fans en vez de amigos.

Marcel Duchamp decidió vivir con lo puesto. “Mi decisión está tomada, seré un monje y no un mono”, dijo ya muy joven. Le gustaba el juego de palabras en inglés: “I would be a monk and not a monkey”. Como Duchamp fue un pionero del arte conceptual, vivió una vida sobreinterpretada. Todos sus gestos, hasta el más sencillo, eran leídos como ready made.

Cada uno en su prisión piensa en la llave. La llave del mandala, la llave de tu casa que se rompió, la mejor llave que te lleve a la final del Mundial. Cuando murió Duchamp lo cremaron. Dentro de sus cenizas encontraron, intactas, sus llaves. Algunos vieron en esto otro ready made. Hasta el hombre más frugal del mundo necesitaba cerrar algo. 

FC