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RUIDO AMBIENTE

Cuando la economía enfrenta la tormenta perfecta: clima, finanzas y naturaleza

Los impactos de la crisis ambiental repercuten de manera directa en la estabilidad de los precios.

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Inundaciones, desertización, incendios forestales, son fenómenos que tienen un impacto directo sobre nuestra producción y nuestras comunidades, desde una suba repentina en el precio de los alimentos hasta la destrucción de infraestructura. Ese también es un impacto que el cambio climático tiene en nuestras vidas. A pesar de que la mitigación y adaptación al cambio climático representa uno de los mayores retos de la humanidad en el siglo XXI, durante años los bancos centrales no lo tuvieron en consideración. Pero esto está cambiando. En Brasil, durante la Cumbre de Líderes del G20, se destacó que el cambio climático representa un riesgo adicional para la economía. En este contexto, los bancos centrales reconocen el potencial del sistema financiero como herramienta para mitigar dicho riesgo. La relación entre el cambio climático, la economía y el sector financiero es cada vez más clara. 

Nos enfrentamos a una tormenta perfecta formada por el cambio climático, las crisis económicas y las crisis de la naturaleza. Sus efectos, que van más allá de las fronteras, las culturas, las economías, requieren una respuesta que necesariamente tiene que ser colectiva. Entre 1970 y 2019, se produjeron más de 11.000 desastres por peligros relacionados con el tiempo, el clima y el agua, que provocaron algo más de 2 millones de muertes y US$3,64 billones en pérdidas (3,5% del PIB mundial). En otros términos, según el Atlas de la Organización Metereológica Mundial, cada día se produjo un desastre natural que ocasionó la muerte a 115 personas y causó pérdidas por valor de US$202 millones. La mitigación y adaptación al cambio climático, la transición hacia una economía baja en emisiones de carbono no es un jingle, no es una moda, y tampoco es algo de lo cual se deban ocupar sólo unos pocos. Es crucial y acuciante para sostener nuestra vida en el planeta y requiere tomar medidas mancomunadas con responsabilidades comunes pero diferenciadas. Si bien todos los países son responsables por el cambio climático, son los países desarrollados quienes tienen una responsabilidad mayor en asumir compromisos más ambiciosos en la mitigación y proporcionar apoyo financiero y tecnológico a los países en desarrollo.

¿Qué tienen que ver los Bancos centrales con el cambio climático? El “mandato fundamental” de los bancos centrales es preservar la estabilidad de precios. En la lucha contra el cambio climático, los bancos centrales pueden tener un rol protagónico, desde los alcances de sus mandatos, en la incorporación del análisis y la gestión de los riesgos climáticos en la economía de manera integral. Y deberían asumir este rol porque los impactos de la crisis ambiental repercuten de manera directa en la estabilidad de los precios, es decir, en su mandato. Los bancos centrales están diseñados para pensar más allá de los ciclos políticos y pueden incorporar el cambio climático en sus objetivos secundarios, como apoyar políticas gubernamentales, promover un desarrollo sostenible o regular riesgos financieros.

A finales de 2017, durante la primera cumbre One Planet, celebrada en París, 8 bancos centrales y supervisores crearon, de manera voluntaria, la red para el “enverdecimiento” del sistema financiero (Network for Greening the Financial System, NGFS). Es un grupo de bancos centrales y supervisores que comparten prácticas para gestionar riesgos ambientales y climáticos en el sector financiero. Así buscan movilizar las finanzas tradicionales, darles un giro ambiental, hacia una economía sostenible. Desde entonces, el número de miembros aumentó considerablemente en los cinco continentes, actualmente son 144 miembros de todo el mundo. El Banco Central de la República Argentina (BCRA) es miembro, y en la región también lo son los bancos centrales de Brasil, Uruguay, Paraguay y Chile.

La Red NGFS hace recomendaciones claras para repensar la supervisión bancaria en torno a los riesgos climáticos, promover la transparencia y ajustar las políticas monetarias para enfrentar estos desafíos. En esta línea, algunos bancos centrales —como el Banco Central Europeo, el Consejo de Supervisión de la Estabilidad Financiera de Estados Unidos, el Banco Central de Brasil— reconocen el cambio climático como una amenaza emergente para la estabilidad financiera, y han anunciado medidas específicas con enfoque climático. En contraposición, otros como John H. Cochrane (Stanford University), Jens Weidmann (Banco de Pagos Internacionales), llaman a la cautela, y argumentan que este enfoque podría perjudicar a los bancos centrales sin lograr un impacto significativo en la lucha contra el cambio climático. 

La percepción de la gravedad del cambio climático, de los riesgos que corren los límites planetarios, de todos los componentes del sistema terrestre afectados críticamente por actividades humanas, todo ello está muy presente en la comunidad científica pero su presencia en los círculos político-económicos es bastante más reciente, y recién está desembarcando en los bancos centrales. Y precisamente, si quieren hacer una diferencia, los bancos centrales deberían intervenir ahora. Se pospone continuamente esta agenda, argumentando que los peores efectos del cambio climático se sentirán a largo plazo. Y ese largo plazo ya llegó: olas de calor, sequías, inundaciones ya son hechos concretos, cada vez más intensos y frecuentes, y sus efectos se propagan rápidamente en el sistema financiero. El argumento a favor del involucramiento de los bancos centrales dice que los costos de la inacción superarían ampliamente a los de la acción, pudiendo desencadenar una crisis financiera. El argumento de cautela aboga que los bancos centrales pueden ayudar a que el sistema financiero sea más sostenible, pero nunca debe perder de vista el “mandato fundamental”. 

No hay que irse a un país escandinavo para encontrar un caso modelo. El Banco Central de Costa Rica (BCCR) —luego del Huracán Otto (2016) y la Tormenta Tropical Nate (2017)— evaluó los riesgos no financieros asociados al cambio climático y su influencia en sus objetivos estratégicos. Este análisis reveló que, en el corto y mediano plazo, el cambio climático podría dificultar el control de la inflación dentro del rango meta (3% ± 1 p.p.) debido a shocks en la oferta provocados por pérdidas productivas y de infraestructura de transporte y vivienda, que generan presiones inflacionarias y afectan las expectativas económicas. Asimismo, el aumento en la intensidad y frecuencia de eventos hidrometeorológicos extremos podría comprometer la calidad de la cartera crediticia del sistema financiero, lo cual tendría repercusiones sobre su sostenibilidad. Así, desde 2018 el BCCR creó un grupo interdepartamental con el objetivo de asesorar a las autoridades sobre el impacto del cambio climático en los objetivos estratégicos del Banco. 

En Argentina, la sanción de la Ley 27.520 en 2019, sobre Presupuestos Mínimos de Adaptación y Mitigación al Cambio Climático Global, formalizó la creación del Gabinete Nacional de Cambio Climático, encargado de coordinar políticas climáticas y promover la conciencia social sobre su importancia. En el ámbito de las finanzas sostenibles, se estableció en 2020 la Mesa Técnica de Finanzas Sostenibles, con la participación del BCRA, como un espacio de coordinación e intercambio de información. Siguiendo esta dirección, en 2023 se adoptó la Estrategia Nacional de Finanzas Sostenibles, destinada a desarrollar un entorno propicio para las finanzas sostenibles y a identificar los riesgos climáticos que enfrentan los actores del sector financiero. En particular, el BCRA en línea con el mandato establecido en su Carta Orgánica, ha comenzado a planificar y ejecutar acciones orientadas a abordar progresivamente distintos aspectos vinculados a los posibles impactos del cambio climático en el sistema financiero. Estas iniciativas incluyen compromisos preliminares enfocados en identificar, medir y mitigar los riesgos físicos y de transición relacionados con el cambio climático, así como en fomentar el desarrollo de las finanzas sostenibles. Necesitamos un banco central por muchas razones, y, entre ellas, por su compromiso climático.

Es crucial encontrar formas de financiar un mundo que promueva la resiliencia climática, asegurando que el planeta siga siendo habitable para todos. Cada sector debe asumir su responsabilidad en este desafío. Los bancos centrales deberían fomentar un sistema financiero que favorezca la naturaleza, contribuyendo a la transición hacia una economía de bajas emisiones de carbono, mientras mantienen su mandato principal de preservar la estabilidad de precios, su imparcialidad y competencia técnica. Es fundamental destacar que las finanzas verdes complementan una política climática efectiva e inteligente (a cargo de los Gobiernos), pero no la sustituyen.

La autora es analista de Economía de Fundar. 

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