Llega marzo y los títulos periodísticos en materia educativa se escriben con cifras: paritarias docentes, carestía de la canasta escolar, disponibilidad de vacantes o el valor de las cuotas de las escuelas privadas. No obstante, los indicadores educativos resultan claves para radiografiar distintos ámbitos del sistema y verificar la profecía autocumplida del inicio de cada año escolar. Quienes deambulan por pasillos ministeriales y claustros académicos sacan lustre a las cifras y las costumizan en noticias que cada vez alarman menos, a fuerza de resignación o indiferencia del público.
Semejante rompecabeza se rearma con datos alarmantes que se reflejan en los resultados de las pruebas internacionales PISA: según el informe de 2022 más del 50% de los jóvenes argentinos de 15 años no alcanza el nivel básico en Matemática, Lectura y Ciencias. Casi el 73% no resuelve operaciones matemáticas básicas con lo que nuestro país queda ubicado en el puesto 66 entre 81. El liderazgo educativo que décadas atrás ocupó la Argentina en América Latina es nostalgia: hoy se ubica debajo del promedio de la OCDE y lo superan Chile, Uruguay y Costa Rica. En cuanto a la inversión, muchos quiebres económicos han limitado el flujo de recursos. Según informe del Banco Mundial de 2019 la Argentina destinó alrededor del 4,6% de su PBI por debajo del promedio de varios países vecinos de América Latina.
El propio sistema muestra internamente su desigualdad educativa al cotejar los niveles de fragmentación entre las provincias y las áreas urbanas y rurales. Comparado con otros países de la región como Chile y Uruguay puede advertirse en el nuestro la falta de políticas y procesos de mejora evidentes en la calidad educativa en general. En paralelo, persisten ciertos rasgos de otras épocas y tradiciones vinculadas con la educación superior gratuita y de alta calidad, lo que ha contribuido a que nuestro país sea un destino aspiracional para estudiantes internacionales.
El aula, microcosmos
Principios epistemológicos, metodológicos y estadísticos básicos son fundamentales para dar consistencia a tanto diagnóstico en el campo de la educación.
¿Para qué? Buena pregunta. Al cerrar la puerta de su aula cada docente se encuentra lejos de este mosaico de datos, la tarea educativa se vuelve real y los datos duros ya no son las cifras estadísticas sino los vínculos pedagógicos y afectivos que establece con sus alumnos. Pocos de ellos cuentan con insumos simbólicos y materiales suficientes para llevar a cabo su tarea, pero la mayoría lo hace con más vocación que recursos y políticas educativas esquivas.
Esta distancia se palpita en el sistema microsocial del aula cuando entran en el juego los bagajes culturales de las infancias en contextos tan diversos. En metáforas que expresa Mariano Narodowski, hoy en día la infancia tradicional se ve desagarrada hacia dos polos. Una, la infancia hiperrealizada la que asiste a las escuelas de elite y a todas las instituciones que aspiran a serlo estimulando con numerosos recursos y agenda completa a niños y niñas que comprenden mejor y más rápido los cambios tecnológicos, nacidos en una era de transformación acelerada y sin freno, inmersos en un universo virtual y simbólico, muchas veces ajeno a los adultos. Comparten códigos sociales, formas de vida adulta y contextos impensados para niños de generaciones anteriores. El otro polo en tensión es el de la infancia desrealizada, niños que no concurren a la escuela de manera esporádica, con experiencias familiares y trayectorias escolares truncas. Aulas vacías de recursos y estímulos: Familias carentes de capital material y cultural para estimular una visión de futuro.
Historia de leyes, utopías y claudicaciones
El sistema educativo se configuró con leyes que, de un modo u otro, reflejaron como un espejo partido las tensiones, consensos y los borrones de su época. Muchas ideas -fuerza, silenciadas en una época, emergen en otras con vigor e insolencia. Según Pablo Pineau, “en cierta forma, una primera lectura que se puede hacer de la Ley 1420, es que cierra todo el debate educativo del siglo XIX e inaugura el debate educativo del siglo XX”. Para él, esta norma que funda el desarrollo de la educación argentina es un típico elemento de la década de 1880 del siglo XIX. Muestra una etapa de intensa modernización de la sociedad argentina. Es reflejo de un país cuya economía busca insertarse en el mercado mundial como una sociedad moderna. Quebrado el viejo imaginario colonial, se suceden cambios económicos, políticos, culturales y educativos, orientados por una dirigencia que se beneficia con este nuevo orden y que se propone sintonizar al país con dichas coordenadas.
La figura de Sarmiento y su sector liberal sostuvieron una fuerte politicidad de lo popular, una confianza en la participación social, en la regulación, el mejoramiento de las escuelas y un objetivo dirigido a la expansión del incipiente sistema. En frente, otra perspectiva, ligada al liberalismo católico cuya figura fue el escritor y pedagogo Marcos Sastre, alzó una visión distante de lo popular en relación al campo de la educación y se centró en cuestiones técnico-pedagógicas más que políticas. Tensión que se daría a lo largo de buena parte de la historia. Las definiciones de la Ley 1420 fueron arquitectura insoslayable del sistema a lo largo de más de un siglo. Fue un principio ordenador de los debates sobre los límites y características de la educación moderna, tensiones que se siguen vigorizando y recreando a poco menos de un siglo y medio desde su promulgación.
En 1992, la Ley de Transferencia de Escuelas Medias, dio comienzo a la transferencia de la responsabilidad del financiamiento de las escuelas desde el Estado nacional hacia las provincias. Un camino que se terminó de implementar con la Ley Federal de Educación que culminó con el desmembramiento del sistema educativo nacional, la desarticulación de la escuela primaria y la multiplicación de programas y estructuras de los subsistemas provinciales que conformaron un verdadero pandemónium del sistema. Podrían encontrarse allí, junto con los cuestionamientos al financiamiento del sistema, el germen de la crítica a sabias tradiciones pedagógicas que llevaron a un empobrecimiento brutal de las prácticas docentes, al conjuro de un nuevo analfabetismo que hoy vemos en ciernes.
Entrado el siglo XXI, muchos de los pedagogos que participaron de la reforma de los 90 promovieron desde las cátedras y los cargos políticos una demoledora crítica a la Ley Federal, ley a la que estos mismos especialistas habían prestado equipos técnicos, marcos teóricos y renovado financiamiento. No obstante, se avanza en la formulación de una nueva Ley de Educación Nacional que mantuvo la descentralización del sistema educativo. La continuidad de aspectos centrales de los años 90 se verificarían en una ley de financiamiento que tuvo como objetivo llegar al 6% del PBI para el presupuesto educativo: el aporte de la Nación sería del 1,5% (especialmente para el sistema universitario) y el saldo restante financiado por los presupuestos provinciales, destinados a sostener las (escuelas y los salarios docentes. De ahí las grandes desigualdades salariales y de infraestructura escolar. La Ley de Transferencia de Servicios Educativos (LTSE) y la Ley Federal de Educación (junto a la Ley de Educación Superior) fueron una herencia del paquete de leyes remanentes de la década anterior.
Público, popular o populista
Lejos, muy lejos quedaron las promesas de la educación pública y la Ley 1420. Lejos también, las pedagogías críticas de la educación popular y las premisas dialógicas del pedagogo brasilero Paulo Freire. Apenas quedan en pie las sombras bizarras de ellas dos en el espejo de la educación populista. La Argentina moderna se constituyó como tal en buena medida a la luz de la educación pública, referida al sistema educativo financiado y gestionado por el Estado, con el objetivo de brindar acceso universal a la educación. En tanto, la educación popular, entre tantos significados, se centra en la participación de la comunidad en la formación y en la promoción de la igualdad social a través de la educación.
En la vereda de enfrente, la educación populista es fruto de un uso mezquino de sus fines con propósitos políticos o de manipulación de masas. Al fracaso de la educación pública como política de Estado de alcance universal y la educación popular como herramienta de emancipación, la anémica salida de la crisis sigue con la clientelización de los alumnos y sus familias en manos de la educación populista. Para los sectores altos y medios ha sido la creciente privatización del sistema y para los sectores más postergados, el asistencialismo y la pauperización material y simbólica de las escuelas. Resignada la formación del alumno como futuro ciudadano, emerge la figura del alumno como cliente comercial o cliente político.
A medida que la crisis se expande, los sectores más pudientes o aspiracionales tratan de validarse en instituciones educativas que van desde las económicas escuelas parroquiales con subvención estatal hasta aquellas sujetas a valor de mercado que pueden superar una cuota de U$S 1.000 dólares. Por otro lado, los sectores más empobrecidos acuden a la puerta de la escuela del barrio para tener una boca menos que alimentar y que el comedor escolar alivie un poco el hambre infantil. Entre las escuelas exclusivas de los sectores de alto poder adquisitivo y la escuela embarrada del Barrio Nicole - ni colegio ni colectivos – en González Catán hay una distancia astronómica.
Hace unos años este camino estaba segmentado por tramos de diferencias económicas de un sector a otro. Ese trecho muchas veces se acortaba cuando la familia reforzaba su vocación de movilidad social y recorría junto a sus hijos con esfuerzo los escalones de cada nivel del sistema. A las diferencias económicas se suman ahora déficits estructurales de alimentación, acceso a códigos culturales y sociales básicos, estrategias maltrechas de supervivencia y el creciente cercenamiento de las trayectorias escolares. Hoy en día las escuelas son islotes separados: el sistema está fragmentado, desgarrado por las reformas curriculares de los 90, la mala inversión o lisa y llanamente la falta de recursos. La anulación de la Ley 1420 en los 90 y el naufragio de la Ley Federal de Educación precipitaron los aspectos más clientelares del Sistema.
Lejanos quedaron los tiempos de la educación pública: la educación populista se frota las manos y avanza.
Sergio Alberto Breccia es docente y Especialista en Educación por la Universidad de San Andrés (UdeSA).