Como el monje Grigori Rasputín, también el ex presidente y candidato presidencial norteamericano Donald Trump tarda en morir. Mucho más de lo que nunca calcularon sus asesinos aristócratas. El místico ruso ofendido pero no humillado por sus nobles enemigos resistió el agua y la asfixia, el insidioso veneno, las armas blancas o negras hasta su lenta agonía en 1916. Murió sin que mataran su influencia populista sobre la dinastía de los zares Romanov, y sobre Rusia. Un día antes del tercer aniversario del asalto de bandas trumpistas al Capitolio de Washington, Joe Biden pronunció su primer discurso de campaña 2024. Si el martes 5 de noviembre alcanza el número clave de 270 electores en el Colegio Electoral, el presidente y candidato presidencial demócrata frustrará como ya lo hizo el primer martes de noviembre 2020 las aspiraciones de su adversario republicano a ganar su primera reelección.
Los demócratas buscan la alquimia que trasmute en entusiasmo por el octogenario presidente candidato la montaña de fascinación negativa que el millonario republicano genera en quienes escarnecen sus dotes histriónicas y massmediáticas como las de un payaso siniestro salido de la peor televisión chatarra. Si en 2024 el electorado de EEUU otorga a Biden su primera reelección, si vota por este creyente católico práctico, de padre vendedor de autos y de madre ama de casa, que estudió Derecho sin brillo, que luchó y lucha valientemente contra la tartamudez y las gaffes en su vida política, habrá sido otra vez, como en 2020, para exorcizar la vulgaridad y los riesgos de una presidencia Trump bis y recargada.
Perder en la mesa sin jugar en la cancha
En 2024 Trump puede perder las elecciones antes de que el electorado vote en noviembre. El mismo viernes del discurso electoral donde Biden acusó de “mentiroso” a su rival, la Corte Suprema anunció en Washington que trataría el litigio por la proscripción del precandidato Donald Trump en las primarias republicanas de 2024 por los estados federales de Colorado y Maine. Las dos Cortes Supremas estaduales han avalado excluir a Trump del primer casillero de la competencia electoral 2024. Lo dejan fuera de la disputa entre precandidaturas para ganar la consagración como candidato presidencial del Partido Republicano en la elección del 5 de noviembre.
Con votos divididos, las supremas Justicias de Colorado y de Maine fundamentan la exclusión en una enmienda constitucional redactada después de la Guerra Civil, que priva de derechos políticos pasivos a funcionarios que hubieran ganado cargos electivos y que se hubieran levantado insurgentes contra las autoridades federales vigentes. Consideran que esto ha hecho Trump, cuando aún ejercía la presidencia, ese miércoles 6 de enero de 2021 del que este sábado se cumplen tres años, cuando el asalto al Congreso por una turbamulta de sus partidarios en el momento en el cual la Asamblea Legislativa validaba la victoria de su contrincante y actual presidente Joe Biden.
Cuán indirecta es una elección presidencial indirecta
La Corte Suprema decidirá si Trump puede o no puede ser precandidato en dos estados menores y donde los republicanos son siempre derrotados. Si la Corte federal da la razón a las Cortes estaduales, tal jurisprudencia animadversa envalentonaría a más estados para dejar a Trump fuera del torneo. Perdería la elección en los tribunales antes de jugársela en la cancha. En el lenguaje del ex presidente: decidirían las élites no el pueblo.
En EEUU, la elección presidencial es indirecta. El electorado elige a quienes elegirán. El Colegio Electoral, integrado por Grandes Electores estaduales, en número proporcional a la población de cada uno, decide con su voto si el próximo presidente es Trump o Biden. El número de Electores es proporcional a la población de cada estado: California tiene más que Montana. Pero la adscripción de Electores a cada partido después de la votación popular no es proporcional. De los 50 estados que forman Estados Unidos, en todos menos en dos el método para fijar qué número de grandes electores corresponde a cada partido es el de winner-takes-all. El ganador se lleva todo. El candidato presidencial que obtiene un solo voto más que su adversario en un estado, se gana para la votación en el Colegio Electoral la totalidad de Grandes Electores de ese estado. Si en Nueva York Biden gana un solo voto más que Trump, con ese solo voto de diferencia ya se ganó todos los 29 electores de este estado tradicionalmente demócrata. Por lo tanto, si todos los estados tradicionalmente demócratas excluyeran a Trump, esto no haría diferencia en la elección del presidente en el Colegio Electoral, porque el voto de esos Grandes Electores estaduales le sería de todos modos adverso. El problema para Trump sería si alguno de los swing States, de los estados que cambian su preferencia de una elección a otra, excluyen su precandidatura.
El teorema de Trump: Braden o Perón, las élites intrigantes o el pueblo soberano
La Justicia federal suprema decidirá en Washington. De momento, la decisión de Colorado y de Maine fortaleció la ventaja de Trump, y robusteció la fidelidad en el interior del electorado republicano de base. A la vez que debilitó todas las restantes precandidaturas republicanas. Aunque se descuenta la victoria de Trump en las primarias partidarias, sus contrincantes debieron cerrar filas en favor de su rival interno y denunciar la persecución que le infligen las élites de Washington y un Poder Judicial cuyos integrantes se graduaron en las Facultades de Derecho snob de la Ivy League, la Liga de la Hiedra de las antiguas Universidades de la Costa Este, si no en Escuelas de Derecho oligárquicas de California.
Como el Rasputín tan aborrecido por sus matadores sólo a la larga eficaces, ni Trump ni la América roja que lo apoya están muertos. Ni siquiera fatalmente heridos. Como a aquel chamán siberiano, les cuadra el verbo de acción que en 2020, cuando la elección resultó perdida, le endilgaba CNN sin desfallecimiento y con un asombro que no dejaba lugar para la admiración: el Presidente N° 45 de la Unión y su electorado siguen siendo overperforming.
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