Cuando empecé a leer La vegetariana (el libro consagratorio de Han Kang, la escritora surcoreana que recibió el Nobel hace unos meses) pensé que era divertido que una novela contemporánea tan eminentemente fuera, a la vez, una novela familiar como las del siglo XIX. No es que no haya familias en las novelas de esta época, pero esas familias rara vez incluyen a la familia extendida: las novelas del siglo XXI son novelas de divorcios y matrimonios, o de gente soltera que cambia de parejas o tiene amigos; rara vez son novelas de familiones en las que los suegros y los cuñados tienen papeles tan preponderantes en la vida de las personas, como podía pasar en los libros del 1800 (y, probablemente, en la vida real del 1800 mucho más que en la de ahora).
Las tres nouvelles encadenadas que componen La vegetariana están narradas desde la perspectiva de tres parientes distintos del personaje que da título a la novela: su marido, su cuñado y su hermana. Una tercera persona omnisciente que va haciendo foco en estos tres personajes nos va contando desde esos puntos de vista, el despliegue de una crisis en el seno de una familia surcoreana contemporánea a partir de que Yeong-hye deje misteriosamente de comer carne. Hay algo muy actual no solo en este cambio alimenticio (que, en rigor, es mucho más que “dejar de comer carne” a medida que avanza la novela) sino también en el modo en que dicho cambio se entiende, en el contexto de una Corea del Sur atravesadísima por las transformaciones culturales y económicas de este siglo, como una suerte de oportunidad para una batalla cultural. Ni el marido, ni la hermana, ni el cuñado ni los padres de Yeong-hye están dispuestos a tratar esta decisión de ella como un acto personalísimo e inapelable. El contraste con el modo en que eso funciona en las clases medias altas de las democracias europeas (la naturalidad con la que cualquiera puede decir “soy vegano” y que tanto conocidos como desconocidos lo acepten y se adapten) es notable.
Más allá, entonces, de que a lo largo del libro se evidencie que lo que le pasa a Yeong-hye es mucho más que hacerse vegetariana, esta cruza entre lo contemporáneo y lo decimonónico está en el corazón de la novela de Han Kang. Habla, por una parte, de un tema muy específico que le interesa literariamente a Han Kang, las formas en que se tramita la violencia en una democracia tan joven como la de surcoreana, atravesada a la vez por un capitalismo salvaje y por las marcas de una sociedad tradicional que no pasó por esa combinación de prosperidad y destape de libertades que vivieron los países centrales entres las décadas del 60 y del 90. Pero, por otro lado, más allá de lo local, creo que La vegetariana trata algo más amplio y por eso nos resuena a quienes no estamos tan familiarizados con la realidad de Corea del Sur: que nuestras sociedades lidian con la violencia y las tensiones mucho peor de lo que a veces queremos aceptar, incluso al interior de las familias. Que en nuestra posmodernidad hoy compiten ciertas ideas de derechos y respeto de las libertades con pulsiones mucho menos nobles, y que esa competencia no la gana siempre el mejor de los dos polos; que cada vez más, quizás, la gana el segundo. Me hizo pensar, también, en que incluso en esos sectores sociales donde nos acomodamos si hay algún vegetariano en el asado nos estamos metiendo cada vez más en la vida de los demás, y somos capaces de enojarnos porque no tienen hijos o porque sí los tienen, por lo que comen o dejan de comer. Cada vez más las batallas culturales se tratan no de politizar las decisiones como pensó el feminismo, no de pensar en las implicaciones colectivas de nuestras acciones individuales, sino de volver a juzgar y condenar las elecciones vitales privadas de los demás como era la norma en las sociedades tradicionales.
TT/MF