Uno de los grandes problemas de Argentina, ahora y desde hace tiempo, es la falta de credibilidad que tiene nuestra dirigencia, en todos sus niveles, a la hora de brindar soluciones efectivas a los problemas que arrastramos. La dirigencia empresaria no es la excepción. Por el contrario, les empresaries no tenemos una buena imagen ante los ojos de la sociedad, en gran medida porque en un país en el que la pobreza ha crecido sin pausa en las últimas décadas no hemos sido capaces de articular un mensaje que no sea percibido como egoísta y focalizado en nuestros propios intereses.
Esa realidad quedó plasmada este año en, al menos dos ocasiones, ambos debates legislativos con una importante proyección en la opinión pública: la discusión sobre el teletrabajo en el medio de la pandemia y el debate, algo más pasional, sobre el Aporte Solidario o “impuesto a la riqueza” que finalmente promulgó el Ejecutivo esta semana. En ninguno de los dos casos pudimos transmitir por qué nuestra posición era importante para el interés general.
No voy a discutir esos temas concretos aquí y ahora, pero sí en este espacio en el futuro. Acepté la invitación de elDiarioAr porque creo que el colectivo empresarial del que formo parte tiene que dar su visión de manera abierta y transparente, de cara a la sociedad, como contribución para la construcción de un país que nos está costando mucho forjar. Por lo general hemos tenido una actitud pasiva y reactiva más que activa y propositiva, crítica de gobiernos o medidas específicas en lugar de articuladora de una visión global sobre el tipo de sociedad en la que queremos vivir. Perdimos a lo largo de los años una batalla de reputación que prácticamente no dimos, porque no supimos enmarcar nuestros planteos en una propuesta inclusiva y empática con toda la sociedad.
Cuando me preguntan cuál es mi posición política digo que soy desarrollista. Cuando hablo de cómo llegué al ideario desarrollista pienso en mis abuelos: el materno era liberal y el paterno socialista. Mi desarrollismo se fue construyendo como una síntesis de ambas visiones. Cuando me plantean qué es para mí el desarrollismo hoy respondo con una idea de Ha-Joong Chang en Economía para el 99% de la población: el desarrollismo no es una teoría económica completa, dice, sino una visión pragmática de la política pública que apunta a desarrollar las capacidades productivas de un país. Suena simple, ¿no? Sin embargo, puede haber tantos desarrollismos como lugares en donde se lo intente implementar.
Argentina, para peor, se des-desarrolló. Si queremos revertir esa tendencia que lleva décadas no podemos ser ingenuos: el mundo que viene es híper competitivo, muchos países nos llevan la delantera y van a hacer lo imposible para mantenerla.
Chang, por ejemplo, cuenta que en Singapur, una economía de libre mercado con uno de los mercados financieros más grandes del mundo, el 85% de las viviendas las otorga un organismo estatal y el 22% de su riqueza la producen empresas públicas. Libre mercado y socialismo se pueden combinar perfectamente en un esquema desarrollista. Como las ideas de mis abuelos en mí. Los ejemplos de los países que se desarrollaron nos muestran que no podemos permitirnos visiones dogmáticas sobre cuál es nuestro problema y mucho menos sobre cuáles las posibles soluciones. En el mundo actual y en el que viene, NINGUNA respuesta simplista será verdadera.
Si la complejidad es la norma, el acuerdo es la llave. Las sociedades agrietadas tienden a simplificar y violentar sus debates, caricaturizan argumentos y anulan mutuamente posiciones antagónicas. La grieta es seductora pero engañosa, porque ordena al mundo en “buenos” y “malos”. En el mundo actual, no existe el desarrollo a partir de ideas simples. ¿Cuántos países lograron desarrollarse en los últimos 50 años? Pocos. ¿Y cuántos de ellos lo hicieron en entornos democráticos? Menos aún. Argentina, para peor, se des-desarrolló. Si queremos revertir esa tendencia que lleva décadas no podemos ser ingenuos: el mundo que viene es híper competitivo, muchos países nos llevan la delantera y van a hacer lo imposible para mantenerla.
En ese patrón de complejidad, los empresarios no somos ni héroes ni villanos, sino emergentes de un contexto institucional y regulatorio que incentiva o desincentiva comportamientos. Lo decía Aldo Ferrer: un empresario coreano, el campeón mundial de la innovación, en Argentina se comportaría como un argentino. Puesto a jugar el partido que jugamos aquí en las últimas décadas, aprendería rápidamente que la crisis cambiaria siempre está a la vuelta de la esquina, que no se premia al buen pagador fiscal, que el que apuesta al dólar difícilmente pierda. Y también entendería rápido, muy a su pesar, que acá se pone en cuestión el papel del sector privado en la economía.
El gran desafío que tenemos en el año que empieza es buscar y alcanzar acuerdos políticos y sectoriales que nos permitan encarar ese camino en los próximos años.
Este 2020 traumático que termina deja un sentimiento de pérdida pero también de resiliencia, algo a lo que en Argentina estamos bien acostumbrados. Veo en la vía pública carteles que nos invitan a “hacer lo que sabemos: levantarnos”. Es cierto, pero lo sabemos hacer porque nos caemos demasiado seguido. Y también es cierto que nos levantamos a medias, siempre un nivel por debajo de la crisis anterior y temerosos por cuándo será la siguiente. Hace 20 años teníamos un 40% de pobres, número tristemente similar al 40,9% actual. En el medio llegamos a tener hasta 65% (2002). La pandemia, cierto, empeoró las cosas, pero ya era demasiado alta en el 2019 también (35,4%). Otros indicadores tuvieron un derrotero similar (empleo, inversión, etc.), pero la pobreza es la muestra más brutal de nuestra incapacidad de lograr un sendero de crecimiento sustentable para Argentina. Además, duele.
Entré a la vida pública hace casi una década, primero en el sector joven de la Unión Industrial, porque creo que los empresarios tenemos la obligación de llevar nuestra experiencia micro como aporte para la construcción de una macro y un proyecto de país que nos lleve al desarrollo, el único destino que podría terminar con la pobreza. El gran desafío que tenemos en el año que empieza es buscar y alcanzar acuerdos políticos y sectoriales que nos permitan encarar ese camino en los próximos años.
Desde este espacio voy a intentar reflexionar sobre cuáles son los temas claves que debemos poner sobre la mesa de los acuerdos para que el sector privado pueda cumplir acabadamente con su rol principal: generar riqueza, dar empleo, brindar oportunidades de crecimiento personal y colectivo. No es fácil, pero a diferencia de muchas otras cosas, solo depende enteramente de nosotros.
CC