Si algo dejó claro la primera apertura de sesiones del Congreso a cargo de Javier Milei es que la campaña no terminó. Teatralizado para las redes sociales, aplaudido para los recortes virales, agendado en el prime time televisivo y coronado por un pliego maximalista de propuestas que pretendió soslayar su debilidad parlamentaria y el reciente fracaso de la Ley Ómnibus, su discurso apuntó sólo a su núcleo duro y se ciñó al repertorio que lo catapultó al sillón de Rivadavia: slogans, agresiones, exageraciones, datos falsos, voluntarismo y teorías conspirativas.
La preocupación que crece entre los empresarios más poderosos del país es que al Presidente se lo haya comido el personaje. Que el método de la campaña permanente eclipse a la gestión, cuyo rumbo general comparten pero en cuya implementación no perciben gran virtud. En asuntos de Estado, empiezan a advertir, para pasar del dicho al hecho hay que plasmar las decisiones en actos administrativos a veces aburridos y mantener la atención al menos por un rato sobre el mismo tema. Y a 80 días de asumido, Milei carece de músculo ejecutor: no solo sufre tempranas deserciones como las de Sebastián García de Luca (Seguridad) y Daniel Ibáñez (Pymes) esta semana, sino que mantiene todavía vacantes casi un 40% de los puestos políticos de segunda y tercera línea.
No es la forma más eficaz de ahorrarle plata al fisco, sobre todo si se tiene en cuenta la cantidad de subalternos que esperan instrucciones de cada uno de ellos y, mientras tanto, cumple horario y se va a la casa. Más bien confirma la orfandad de cuadros que al inicio algunos magnates aprovecharon para promover gente suya al frente de áreas tan alejadas de sus negocios como la secretaría de Educación, pero que ahora comienzan a lamentar. Lo mismo sugiere la permanencia en cargos clave de funcionarios de la antigua casta, como Daniel Scioli, Alejandro Lew (Banco Central, ex YPF), Leonardo Madcur (FMI, ex jefe de asesores de Massa) y hasta el jefe de Aerolíneas Argentinas, Fabián Lombardo, que entró con la reestatización de 2009 y ascendió en 2019 a segundo del camporista Pablo Ceriani.
Es tal la intensidad de la crisis que sacude a todo lo instituido y tal el castigo que el electorado infligió al peronismo y al macrismo al mismo tiempo que, aun con esa debilidad a cuestas, Milei luce poderosísimo. Eso explica que tanta gente influyente y habitualmente bien informada haya pensado que el viernes podía anunciar la dolarización de la economía en un plazo breve. Una perspectiva que todavía sostienen en privado economistas como Martín Guzmán y dirigentes como Cristina Fernández de Kirchner y Sergio Massa, que incluso lo conversaron entre sí.
Los enviados oficiales a la Fiesta de la Vendimia, con Victoria Villarruel y Guillermo Francos a la cabeza, se encargaron de desmentirlo tajantemente. “No es dolarización. Es competencia de monedas”, les repetía el sábado Luis Petri a los comprovincianos que lo frenaban en el multitudinario desayuno de la Corporación Vitivinícola Argentina (Coviar) en el Hyatt. “La dolarización está en la hoja de ruta pero no este año. E incluso cuando ocurra, el peso no va a desaparecer”, afinaba la puntería Francos en el almuerzo de Bodegas de Argentina (BdA).
Acumulaciones originarias
En la Mendoza libertaria, donde Milei obtuvo 71,2% en segunda vuelta, la frase que más se oye es “sí, pero así como veníamos no se podía más”. La caída vertical del consumo interno de vinos tras el Caputazo de diciembre —que duplicó su precio en apenas un mes y medio— no hace mella por ahora en la adhesión resignada que concita el profeta del ajuste. Ni siquiera el mal verano que tuvo la cerveza, su clásico rival, alivió a la industria que más empleo genera en la provincia. Si bien ambos brebajes se bebieron menos y subieron más o menos lo mismo, la cerveza recuperó market share porque, al saltar desde una base inferior, quedó mucho más barata.
La propia Vendimia grita no hay plata. Bodegas top donde solía ser necesario reservar con meses de anticipación para la semana más cotizada del año tenían el jueves y el viernes la mitad de sus mesas vacías. Tampoco se escuchaba el portuñol de las últimas temporadas: el cubierto con degustación de vinos de alta gama —que oscila entre los $40.000 y los $100.000— es caro tanto para argentinos como para extranjeros, que cambian sus divisas al blue por los mismos pesos que en octubre pero compran con ellos la mitad de vino o de cualquier otra cosa. Ya ningún chileno cruza a llenar el baúl. Los cosecheros manuales cobran entre $500 y $700 el tacho de uvas y levantan como mucho $15.000 por jornada de trabajo a destajo.
A eso se sumó una granizada tan severa como inesperada el jueves, que dejó literalmente a la intemperie a cientos de productores de los departamentos Maipú y Lavalle. En catástrofes anteriores comparables, la Nación solía compensarlos. Algunos viñateros esperaban un anuncio en ese sentido del secretario de Industria, Juan Pazo, el exCEO de Rapsodia que ya reportó a Caputo durante su fallida gestión con Mauricio Macri. Pero las fuerzas del cielo no los ayudaron. Ni siquiera se hizo la Vendimia Solidaria de Daniel Vila, que negó ante elDiarioAR haber puesto en venta América TV, una versión que hizo circular uno de sus socios minoritarios.
El alud de tarifazos por delante complica el plan oficial de que la recesión frene a la inflación. Si los costos siguen empujando, primero llegarán las quiebras, los despidos o las paradas productivas repentinas como en Acindar. Pero además, la batalla entre los distintos eslabones oligopólicos de cada cadena de producción por una tajada mayor de la masa de ingresos que el Caputazo transfirió del trabajo al capital todavía no terminó de librarse. Los supermercadistas acusan a las grandes industrias fabricantes de bienes de consumo masivo de haberse pasado de rosca con el traslado a precios de la devaluación y ellas responden que las grandes cadenas se sobrestockearon en noviembre para comprar al precio viejo y vender al nuevo. Todas desmienten en los hechos que la causa única de la inflación sea la emisión monetaria.
Marina Dal Poggetto, una de los economistas que conversaron en Buenos Aires con la Nº2 del Fondo Monetario, Gita Gopinath, cree que los empresarios siguen alineados tras Milei pese a la inconsistencia de su plan porque los atraen más las sucesivas “acumulaciones originarias” que ocurren con cada bandazo que pega el modelo (por despojo ajeno, como siempre) que el más deseable crecimiento sostenido de la productividad y del valor de sus propios activos.
El mercado, por su parte, parece haber comprado el relato fiscal de la licuadora pero sobre todo la dureza con la que Milei consiguió que la motosierra lastimara a los más pobres sin un atisbo de reacción social. Por ahora los únicos ganadores son los bancos, cuyos balances se inflan al ritmo del repunte de los bonos de la deuda donde colocaron en los últimos años el dinero que les confían los ahorristas.
A contramano
Seguramente se hable de eso el martes, cuando Milei visite Expoagro, la megaferia agroindustrial coorganizada por Clarín y La Nación. El año pasado, según los organizadores, hubo negocios por U$S1.200 millones. ¿Qué pasará este año sin YPF Agro como prestamista amigo de gasoil, sin un Banco Nación que vuelva a duplicar las líneas de financiación y con las retenciones todavía ahí? ¿Cuántas cosechadoras y cuántos tractores se venderán en plena sequía de pesos? ¿Cuántos quintales de soja deberá poner un productor para cambiar la chata, y cuántos debía poner hace dos o tres años? ¿Cuánto más pedirán para liquidar una cosecha que, como se anticipó la semana pasada en este envío, ya vale US$9.000 millones de dólares menos que en diciembre por la ola de calor?
Las inquietudes nublan un horizonte incierto donde muchos dirigentes simplemente aguardan a ver hasta dónde tolera el ajuste la sociedad. Por ahora la explosión es todavía una hipótesis y lo que trae aparejado el empobrecimiento se parece más a una implosión, como escribió Mario Santucho en la revista Crisis hace ya dos años. Cristina cree que este mandato, más que a la dirigencia peronista, va a poner a prueba cuán peronista sigue siendo la sociedad. A Massa, claro, le conviene que sea lo más tarde posible. Necesita separar lo más posible su derrota de la próxima definición de liderazgos. Si reapareció tímidamente el sábado es porque ve precipitarse los acontecimientos.
Todo un revival de 2001, como los trueques que proliferan en las ferias del conurbano profundo a falta de pesos o el policía novato que admite ante un manifestante que entre ellos “no hay conflicto”. Ese año el peronismo también se replegaba para intentar restañar las heridas internas de un liderazgo que no admitía críticas. Lo que nunca nadie habría imaginado es que uno de los aspirantes a heredar la batuta del movimiento se metería a trabajar para un fondo buitre y lo anunciaría públicamente. Tan incansable como inimputable, el que le hizo notar la contradicción a Massa fue su fiel José de Mendiguren: “¿Vos querés ser Manzano o Kirchner? ¿Querés firmar balances o firmar decretos?”, le cuestionó en la intimidad.
Es una llamativa semejanza entre el triunfador y el derrotado del balotaje, que a su vez los diferencia a ambos de Luiz Inácio Lula da Silva, que cerró su déficit y logró un excedente fiscal en enero gracias a un impuesto a los mega-ricos que grava especialmente las fortunas en el exterior. En la cumbre del G-20 en San Pablo, el director del Observatorio Fiscal Europeo, Gabriel Zucman, lo puso como ejemplo. En esa línea va el adelanto de Ingresos Brutos que reclamó Axel Kicillof a 254 grandes empresas radicadas en territorio bonaerense.
Con tamaña disyuntiva identitaria en la oposición no debería sorprender que Milei consiga ocultar sus problemas de gestión detrás de la campaña permanente. No parece que vaya a ser ningún dirigente tradicional quien rompa el hechizo. ¿Lo hará la estanflación?
AB/DTC