LOS CUADERNOS DE VERANO

El fan de Marley

20 de febrero de 2021 02:52 h

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Es domingo o lunes. Pongamos domingo. Recibo un mensaje de una amiga que se fue de vacaciones con su novio y llevan dos semanas de convivencia y, me dice agustiada, se están peleando todos los días. Ahora mismo -dice- está escuchando como su novio, en el patio de la casa que alquilaron en la costa, le habla a alguien mal de ella. Me cuenta que lleva varios días llorando. Le mando dos consejos, tratando de aplicar el desatino controlado que enseñaban los brujos de Sonora (saber que nuestros actos son inútiles, y después ejecutarlos como si no lo fueran). Consejo uno: Le digo que salga inmediatamente de la casa donde está y que, sin avisar, se vaya a caminar. Que esto le va a permitir a su pareja darse cuenta de la vida de mierda que están llevando juntos y que cuando vuelva -una hora más o menos- las cosas debería estar mejor. Mi amiga me dice que está en medio de un bosque, que a dónde va a ir. Le mando un textual de un poema de Juan Luis Martínez: “Cuando era chico me perdí en el bosque/ ahora el bosque tiene mi edad”.

Por la tarde mi amiga me vuelve a llamar y me dice que, a pesar de que hizo lo que le dije, las cosas siguen igual. Le doy el segundo consejo: Tenés que hacer que estás hablando con alguien por fono mientras tu pareja está cerca, para que te oiga. En el primer tramo de la charla, te mostrás interesada, muy seria. Y repetís esta frase: “Nunca lo había pensado así”. Después pasás al segundo tramo de la charla. Ahí te mostrás divertida, te reís incluso. Y repetís, ahora alegre: “Nunca lo había pensado así”. Cuando cortes, y tu pareja te pregunte con quien hablabas, le decís: con una persona que conocí cuando nos peleamos y me fui a caminar. Le aclaro: no tiene que ser un hombre -para dar celos-, puede ser también un mujer, puede ser una anciana, puede ser un niño. Eso no importa.

Las relaciones que se instalan en el goce por la discusión (ya sea por celos, lucha de poder, etcétera) son difíciles de desarmar. Se vuelven relaciones orapeladas. Que disfrutan con la filigrana.

Pongamos que es lunes. Ni bien me levanto mi amiga me dice que, siguiendo mis consejos, todo fue una catástrofe. Se está separando. El novio juntó sus cosas y se fue a la terminal de buses con la idea de que, si no consigue para viajar sentado, irse parado. Lo que quiere es irse. Mi amiga llora desconsolada. Me dice que no debería haber escuchando mis estúpidos consejos. Eso me pasa, me dice, por ser fan de tus consejos.

Le digo que ahí hay un problema, que ser fan de algo es ya patológico. Te puede gustar algo, interesar, desear, pero ser fan no está bueno. Nunca entendí por qué la gente puede querer tener fans. Los músicos, sobre todo, hablan con total naturalidad de sus “fans”. Parece que no recuerdan lo que le pasó a John Lennon cuando un fan consideró que se había pasado de la raya. Y en la literatura, lo que padeció Tolstoi cuando sus fans crearon colonias tolstoianas siguiendo los pasos del maestro y se desilusionaban y lo hostigaban cuando el autor de Guerra y paz no se movía de acuerdo a los principios que él mismo había enunciado. 

Le pregunto a mi amiga si conoce la historia del fan de Marley. Me dice que no. Un chico inglés que creció escuchando la música de Bob Marley y, así como Andrew Wiles cuando tomó contacto con el último teorema de Fermat, decidió dedicar su vida a resolverlo, este chico, decidió que cuando fuera grande y pudiera viajar, iba a ir al pueblo donde nació su ídolo, Bob Marley. Escuchaba Marley día y noche y dejó su cabello largo, como los rastas y se paseaba rodeado de una nube de humo de marihuana. Cuando llegó la edad en que pudo viajar, se tomó un avión a Jamaica, totalmente fanatizado con llegar al pueblo donde había nacido su ídolo, Nine Mile, una pequeña localidad, extremadamente peligrosa, al norte de la isla de Jamaica. El fan de Marley llegó a Nine Mile a las seis de la tarde y a las seis y media le habían robado todo y lo habían violado.

Después de contarle esta triste historia sobre el fanatismo, le digo a mi amiga: Querida, las relaciones que se instalan en el goce por la discusión (ya sea por celos, lucha de poder, etcétera) son difíciles de desarmar. Se vuelven relaciones orapeladas. Que disfrutan con la filigrana. Si uno no las desactiva a tiempo tienen destino de boomerang. Es como cuando los animales entran en celo. No los pueden manejar a menos que los empastillen o los encierren. Lamento que mis consejos no te sirvieran para tu caso, pero eran genuinos y dictados con el corazón.