La fiesta ajena
No les hice presentación a los dos últimos libros que publiqué, en 2020 y 2021; mitad por la pandemia, pero en realidad más bien aproveché para sacármelas de encima. No hubiera podido soportarlo por zoom, ya bastante me cuesta en la vida real. Hace bastante que los editores, al menos los de las editoriales grandes como la que saca mis libros ahora, te dicen que la presentación no les cierra demasiado en términos de ventas: es solamente la fiesta de quince del autor. Tiene sentido: yo no hice fiesta de quince ni bat mitzva, casi que hasta odio festejar mi cumpleaños. Sería injusto decir que no me gusta ser el centro de atención; sería coqueto e interesante, pero algunas personas que leen esta columna de hecho me conocen así que tampoco es que una puede ficcionar cualquier cosa. A mí me gusta ser el centro de atención por accidente, o más todavía, por mérito propio, no porque lo dicten las reglas del evento. Por eso no me gusta la fiesta propia, prefiero la fiesta ajena.
Me importa genuinamente armar un relato sobre lo que las personas que están vivas y produciendo al mismo tiempo que yo están haciendo
Y de hecho, participar de presentaciones de libros ajenas es algo que disfruto bastante: esta semana me tocó hacer dos seguidas, de libros que me encantaron de autoras que quiero, y pensé bastante en ese acto de presentar un libro. Es una fiesta de quince, es para los amigos, todo verdad, nada de mentira: pero es justamente entre amigos que se dan las conversaciones sobre literatura que más me gustan. Me invitan bastante a estas cosas, creo, porque ya he dejado saber en todo lo que escribo que me encanta comentar la obra de mis contemporáneos: que no me parece algo secundario en relación con el resto de mi trabajo, no me parece algo menos importante que escribir mis propios libros. Me importa genuinamente armar un relato sobre lo que las personas que están vivas y produciendo al mismo tiempo que yo están haciendo. Quería escribir esto, en parte, porque vengo sacando varias columnas sobre la melancolía, y a veces pienso en este espacio como un lugar que voy construyendo, como un texto entero, una novela por entregas sobre mis días. Después de tanto defender la relación con el pasado, me pareció que hacía falta pensar en una relación con el presente: y mi relación con el presente es esa, la del comentario permanente. El pasado (la literatura del pasado, la música del pasado, el cine del pasado, la televisión del pasado) es eso con lo que tengo una relación fundamentalmente afectiva; el presente es eso sobre lo que quiero conversar. Por eso tampoco me gusta la épica del presente, es ahora, somos nosotros, somos nosotras, somos la generación que va a cambiar no sé bien qué cosa: me parece que mantener una distancia emocional respecto de la época, como si fuera casual que nos hubiera tocado esta o cualquier otra (de hecho, lo es) es lo que hace posible escribir alguna cosa que valga la pena sobre estos años que estamos viviendo.
Hablando de Otro planeta de Agostina Luz López, uno de los dos libros que presenté esta semana, me acordé de una frase que también podía haber aplicado al otro libro, Archivos de word, de Romina Paula. En su Curso de literatura europea Nabokov analiza la novela Mansfield Park, de Jane Austen; Orgullo y prejuicio, escribe, no le interesó nada, pero Mansfield Park es “la obra de una dama y el juego de una niña”. Esa frase me quedó dando vueltas para siempre: hoy supongo que a alguien podría no gustarle hablar en términos tan femeninos de la obra de una autora, hay quien podría entenderlo como una forma de condescendencia. Y sin embargo, a mí me parece exactamente la definición de la literatura que más me gusta, y de algo que sí, de alguna manera que no me gustaría explicar demasiado para no terminar dando una definición con la que ni siquiera yo estaría de acuerdo, me parece intrínsecamente femenino: el modo en que en ciertas autoras conviven el juego, cierta vocación aniñada, con un control formal y una precisión que solo pueden ser la labor de una dama. Uso la palabra “labor” a propósito, porque en realidad yo tenía dos traducciones del libro de Nabokov, y una decía “obra” y otra decía “labor”: siempre me quedó la sensación de que la obra de una dama o la labor de una dama refieren a eso que en otra época eran “las labores” de una mujer, ese “sus labores” que aparece en el casillero de la ocupación en los papeles de muchas de nuestras abuelas inmigrantes. Y pienso, sobre todo, en coser: en la precisión que pide, en la prolijidad que pide, en la tarea laboriosa de esconder las costuras para que parezca que algo jamás se rompió, incluso que nunca hubo que coserlo, que sencillamente nació así, todo hecho.
El libro de Nabokov fue quizás el primer libro de crítica que leí entero, y el que me hizo pensar que escribir sobre libros tenía que ser la mejor tarea del mundo: que no podía haber nada más espectacular que dedicar tu tiempo a pensar sobre libros, a escribir y organizar tus charlas sobre libros, tus charlas con tus amigos, tus charlas con tus alumnos, tus charlas con vos misma. Es también el que siempre me recuerda que la crítica literaria puede ser una disciplina muy seria, una cosa sofisticada y oscura, pero que nunca puede dejar de ser charlar sobre los libros, nunca puede dejar de ser algo que podrías defender a los gritos en un bar; no puede perder la conexión con eso, así como leer para estudiar o para analizar o para escribir nunca puede perder el lazo con leer porque sí. Creo que por eso casi siempre me va mejor —analizo, como una performer responsable, las respuestas del público ante mis espectáculos— cuando en lugar de leer un texto escrito me anoto cinco puntos y converso, los miro y voy recordando por qué escribí esto o por qué subrayé esto y me voy entusiasmando en el recuerdo de la experiencia de esa lectura, tratando de reproducir la textura de experiencia, dejando que se desborde el entusiasmo de una chica que lee sola en su cuarto porque ahí no tiene tele y leer es lo único que puede hacer sola, el entusiasmo acumulado de todos esos años esperando que te inviten a la fiesta de la literatura.
TT
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