Cada gobierno produce su imagen, esa foto que lo sintetiza, o aquello que lo simboliza. Suelen demorarse años antes de que aparezcan los signos de una época: un abrazo, un dedo levantado, un gato. No suele ser planificado o pensado, simplemente surge. Tal vez el primer indicio emerge apurado en estos días de debate sobre la ley ómnibus, dos meses después de asumir el nuevo gobierno: la línea.
La primera imagen de la línea es la del cordón policial. Emergente del “protocolo anti-piquete”, pone literalmente cara a cara las fuerzas del orden con las fuerzas de la protesta. Pone espalda contra espalda el flujo de vehículos con la bronca estancada, empantanada. Se crea así una topología perfecta del auge de la violencia: tal vez no se desborde el cordón de la vereda pero seguro se obtura la posibilidad de la sublimación del enojo, que se concreta siempre en el movimiento libre. Mal que les pese a los enemigos de los embotellamientos, y asumiendo el agotamiento social que producen, sin marchas la violencia social sería todavía más insoportable para todos. La protesta es un ritual ancestral para canalizar el descontento. La historia está plagada de momentos en que su prohibición generó una violencia todavía mayor. El diciembre de 2001 debería alcanzar como recordatorio.
La segunda imagen de la línea la propuso el miércoles pasado la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello. Salió al cruce de organizaciones que se manifestaban frente a su oficina reclamando por los alimentos que no llegan a los comederos y merenderos. Sin negar la realidad del problema afirmó que iba a “atender uno por uno a la gente que tiene hambre, no a los referentes. Voy a anotar los DNI, voy a anotar el nombre, de dónde son y van a recibir ayuda individualmente”. Dicho y hecho. Pupitre y asistente se ordenaron en las afueras para poner en escena el dispositivo. Obviamente nadie se anotó. Dicho y otro hecho: hoy se afilaron miles y miles de “individuos”.
Como tantas veces, las reacciones populares tienen valor sintomático. Muestran dolorosamente lo que el cuerpo social esconde en el espacio público: el hambre que acecha a más de 10 millones de argentinos y argentinas y a cerca de 60% de los menores. Muestra también lo imposible del dispositivo propuesto: la aporía de un Estado que se vincula “directamente”, “sin intermediarios” con las personas. Huelga decir que la propuesta no es solamente porteño céntrica (cruel invitación a venir a hacer fila a Buenos Aires cuando uno tiene hambre en el Chaco). Dicho esto, imaginemos que los 10 millones de personas con inseguridad alimentaria y que comen gracias a los más de 50.000 comedores y merenderos del país hicieran fila. Se calcula aproximadamente 200 personas por cuadra. Son 10.000 cuadras. 100 kilómetros de fila. Dos veces la circunvalación de la ciudad de Buenos Aires…dejo al lector la multiplicación de ilustraciones de lo que significa algo imposible.
Obviamente este gobierno novel no es el único responsable de la inseguridad alimentaria de la argentina. Sí, lo puede ser de deconstruir los dispositivos que compensan el fracaso de un sistema económico que no garantiza valor a todos los trabajadores y así alimento a todos los ciudadanos.
En ambas líneas hay un denominador común: bloquear o negar la mediación social. El famoso “sin intermediarios”. El sueño de la representación política liberal: vincular directamente “los elegidos” con “los individuos”. Esta fantasía no es solamente achacable a este gobierno. Hace años que se instaló en la Argentina un sentido común de la relación directa “Estado-ciudadano” y de demonización de los “intermediarios”. Perdón, de algunos intermediarios. El agravio no pareciera alcanzar a las cámaras empresariales o a los organismos financieros internacionales, que también elaboran, traducen, construyen demandas y propuestas que defienden y expresan intereses.
La mediación es lo que hace posible que una sociedad exista y no se diluya en los conflictos que la sobrepasan. Dicho en otro términos, es lo que hace que una violencia no específica (un desborde), se construya como violencia específica (una demanda). Las líneas rompen con la mediación y paradojalmente incrementan la violencia que pretenden encauzar.
El tema no es nuevo. Para consolidar los regímenes democráticos en el siglo XIX, se asumió progresivamente y fruto de numerosas luchas la necesidad de las mediaciones: los partidos políticos, los sindicatos, las organizaciones sociales. Se piensa así un Estado liminal, permeable a la sociedad y que así arbitra sus conflictos. Maurice Hauriou, uno de los grandes juristas de aquella época demostró cómo el Estado funciona solamente en su articulación con las mediaciones y que la estabilidad de un país se alcanza cuando las instituciones estatales articulan con las mediaciones sociales.
¿Por qué? Porque gobernar es regular la violencia social organizando los conflictos. La política es por definición un proceso de negociación. La imposición autoritaria tiene, de hecho, vida corta. Talleyrand, un gran defensor de la libertad de la prensa en los años 1800 solía decir “se puede hacer todo con las bayonetas, menos sentarse encima”. La capacidad de un gobierno no radica en mantener a raya o en la fila, sino en procesar las demandas gracias a la mediaciones. Y eso el Estado no lo puede hacer solo. Sea porque su campo de acción no alcanza (el Estado no está en condiciones de trabajar solo en los 5700 barrios populares), sea porque no tiene las informaciones, sea porque no se le ocurre soluciones. El Estado con las mediaciones actúa mejor, piensa mejor, crea mejor. El Estado sin las mediaciones es un gigante vegetativo.
Las mediaciones no son perfectas. Como toda organización se pueden burocratizar, pueden cometer errores, pueden desviarse de su razón de ser. Lo mejorable no tiene que ser confundido con la erradicación. El letal sentido común de la “intermediación” como mal, nos desvía de la necesidad de repensar un Estado articulado con sus fuerzas vitales, sean empresas, sindicatos, organizaciones sociales o asociaciones. Las líneas son las geometrías planas e impermeables de la ebullición social.
AR/DTC