La obra de Primo Levi, Jean Améry e Imre Kertész ha resignificado la filosofía contemporánea. Para el discurso universitario son extraños a la disciplina ya que no interactúan con dos mil quinientos años de historia sino con una experiencia singular e irrepetible. Los tres estuvieron en los campos de exterminio nazis y desde ese momento meditaron sobre lo que vieron, vivieron y sobrevivieron.
Hay tres libros fundamentales en los que expresan su vivencia: “Si esto es un hombre” ( 1947) de Primo Levi, “Más allá de la culpa y la expiación” (1977) de Jean Améry, y “Sin destino” (1975) de Imre Kertész.
El libro de Levi impresiona por su prosa. Es la escritura de alguien que no es escritor, un judío de Turín, no practicante, apresado y enviado al campo por distribuir volantes antifascistas. Tiene una licenciatura en química. Describe con minucia lo que define como la “zona gris” de la vida de los condenados a muerte. En ese mundo no hay sólo víctimas y verdugos, sino seres quebrados que para sobrevivir ingresan a un mundo metaético. Más allá de bien y del mal.
Un amigo de mi padre, quizá su mejor amigo, judío de Eslovaquia enviado a Auschwitz, en una entrevista para el documental que Steven Spielberg hizo sobre los sobrevivientes del Holocausto, ante la pregunta sobre qué sentía al vivir en un infierno en el que le ordenaban cargar cadáveres en carros y sepultarlos, entre otras tareas específicas del genocidio industrial del que era parte, este hombre a quien le mataron a su bebé en ese campo, respondió que lo único que sentía era que tenía un hambre tal que solo pensaba en una papa.
Lo dice con una mínima sonrisa ante un periodista que desea saber qué se siente en un campo de concentración. Lo intransmisible no tiene palabras ajustadas, más expresiva y denotativa era esa sonrisa que cualquier otra reflexión.
El libro de Levi no se puede contar. Hay que leerlo. Uno de los profesores de mi cátedra de filosofía en el Ciclo Básico Común (CBC), en la que cada uno de los docentes elaboraba su propio programa para las comisiones que les adjudicaban, dictó un curso sobre los autores mencionados. Me pareció una decisión surrealista. Por costumbre yo pasaba por cada una de las comisiones y daba una clase o la compartía con el docente. Además estaba presente en la mesa de exámenes. Lo hice en la clase de Marcelo Pompei, el profesor al que me refiero.
Ver como en los exámenes finales, los alumnos ante la pregunta del profesor, o sea yo, o Marcelo, sobre sucesos narrados en esos libros, intentaban recordar detalles de la vida de los condenados a veces con aciertos, muchas con errores, otras no recordaban nada, con el mismo interés que en un examen de contabilidad para ingresar a la facultad de económicas un alumno desea ser contador público, no podía ser más que una consecuencia previsible por impartir un curso a jóvenes de menos de veinte años que en su casi totalidad jamás escucharon hablar del tema.
Este fue el diálogo que tuve con un alumno:
- ¿Decime que pasó en el tranvía cuando unos soldados lo interrogan al muchacho?
- ¿Les dice su nombre?
- Supongo que le preguntan cómo se llama, y cuándo le preguntan por su religión, ¿qué responde?
- (Silencio)
- ¿Qué?
- ¿Católico?
- ¿Cómo?
- ¿Judío?
- ¿De qué trata el libro?
- ¿Cuál, profesor?
- ¡El de Kertész! Escuchame, ¿leíste el libro?
- Lo empecé, profesor, pero no lo terminé… Mi abuela estuvo enferma…..
- Vas a tener que volver en marzo.
- ¿No me puede hacer otra pregunta? Me acuerdo más del de Legui.
- ¡Levi!
Pensaba en la película “La vida es bella” de Roberto Benigni, que me irritó al extremo: me resultaba una fantochada frívola. No sé si eso que hicimos en el CBC con la mejor buena voluntad disminuyó mi enojo al director y actor italiano por reconvertir el terror en una escena cómica. Una vez que me vi envuelto en una situación irrisoria entre genocidas, condenados a muerte y estudiantes aburridos.
Imre Kértesz dice haber disfrutado de la película de Benigni, harto que estaba de los comentarios espantados y compasivos ante un evento supuestamente único e irrepetible con el que el los europeos purgaban de una vez por todas todo el mal y podían dormir en paz y pensar en un futuro de bienestar.
El protagonista de “Sin destino”, al final del libro, tiene 15 años cuando vuelve a su casa después de Buchenwald. Cuando le preguntan cómo pudo salvarse de aquel infierno les dice a quienes asombrados por verlo después de un año desde el momento en que le pidieron hacer un mandado, que nadie le va a quitar los momentos de felicidad vividos ante las puertas de la muerte ni dejar de percibir el aura sombría de quienes creían haberse salvado.
Lo que verdaderamente importa no es la experiencia vivida por los Levi, Améry y Kertész, sino la percepción que tienen del mundo, y los pensamientos que les generó el haber sobrevivido. No nos dan un sistema de ideas, una concepción del mundo, una lección moral. No hay odio, no hay rencor, no hay victimización. El lenguaje de Levi y Kertész es vecino a la prosa seca de Kafka y Camus. Es más impactante aún por el contenido que sin adjetivación nos entregan, detallan el horror con sustantivos. El de Kertész es el lenguaje de la consternación. Solo Amery se rebela, él sí acusa, reinvindica el resentimiento, discute con Levi sin saber que habían sido compañeros de barraca. No se ponen de acuerdo sobre si el hecho de ser o no ser intelectuales, o tener vida interior, daba más o menos recursos para soportar el sadismo de sus captores y la amenaza diaria de ser enviados a la fila de los destinados a las cámaras de gas.
A Levi le sirvió saber química, a Améry saber alemán, a Kertész haber mentido sobre su edad (dijo diecisiete cuando tenía catorce).
Levi dice haber escrito su libro porque de no hacerlo lo amenazaba la locura; Kertész agradece haber vivido en Hungría bajo el terror stalinista, no hubiera soportado vivir en un mundo libre en el que todos se disponían a nuevas felicidades; Améry emprendió una reflexión que lo llevó a escribir sendos libros sobre qué es envejecer, y sobre el derecho de darse la muerte.
El libro de Levi fue rechazado y luego de años vuelto a publicar con amplia difusión. Otros de sus libros, como “Hundidos y salvados”, agregan nuevas reflexiones al primero. Kertész marginado en Hungría, escribe algunos libros sobre el único tema que le merece importancia: Auschwitz, y recibe el Premio Nóbel de Literatura en el 2002.
El último libro de Améry es “Charles Bovary, médico rural”, un libro por demás extraño en el que se mete en la novela de Flaubert, adopta la identidad del esposo cornudo de la heroína trágica y acusa a Flaubert del maltrato al que lo sometió en la novela.
Améry se suicida un año después. Levi muere en un accidente extraño del que no se pudo saber si fue un suicidio, y Kertész padece el mal de parkinson y fallece en Berlín el 31 de marzo de 2016.
TA