“Cuando el tigre ruge, el aire con nostalgia llama al huracán”
Miguel Ángel Bustos
Lucía vive en el sur de la provincia de Buenos Aires y trabaja en un municipio. Tiene un sueño pandémico recurrente que cuenta así: “Lo soñé tres veces. Cambia el escenario pero la estructura es la misma: entro a un edificio muy grande, camino a través de pasillos, escaleras, oficinas, auditorios, bibliotecas, laboratorios. Nunca paro y una puerta me lleva a la otra y un pasillo a una escalera y así... Siempre son lugares donde hay gente que está trabajando y lo que hace tiene que ver con solucionar algo de la Pandemia. El primero era un edificio de la Armada de muchos pisos, y gente de uniforme haciendo estrategias, mapas. Miro a medida que camino pero nadie me da bola. Y escucho conversaciones, veo gente nerviosa, otros que tiran ideas. El segundo era más espacial, tipo la NASA. Más fantástico pero lo mismo: un edificio enorme que atravieso y donde tratan de arreglar algo. El último era municipal. Y me dio esta sensación: ‘bueno, esto es un desastre, es caótico, no está funcionando’. En los tres veía todo mediocre, que no iba para ningún lado. Es medio obvio, ¿no?”
En este tiempo de protocolos, autocontrol, obediencias/desobediencias dormir se parece un poco a perder el control. “El deseo está obstruido porque está obstruida la movilidad que le es constitutiva”, dice el antropólogo Pablo Semán. Parafraseando a Pedro y Pablo: ¿adónde va la gente cuando duele? “Ya somos sujetos de la pandemia”, dice Semán. La pandemia pasará de episodio a contexto y de contexto a sujeto. “Es como cuando vivís mucho en otro país y soñás en la lengua de ese país”, lo grafica. Si la frase más boluda para decir es que todo sueño es político, a la vez, ¿con qué sueña la gente? También con política. Todo ese conjunto de movimientos regurgitan. ¿Oís de noche? Las calles están vacías. Pero se escucha el bruxismo.
El Presidente dio una orden, y se mostró dispuesto a pagar costos. No paga el costo para reducir el costo: lo está pagando ya. En tiempos de política algorítmica (donde nadie paga costos salvo aquellos que están algorítmicamente programados), Alberto decidió ejecutar un control de daños que se sabe “antipático”. Y en medio de un año electoral. El presidente apareció como el político sin cálculo de un peronismo que dice: de casa a casa y de casa a casa. Lo prefiero así, contra las cuerdas, apelando a un último entendimiento de una sociedad que debe elegir ya, a esta altura, qué perder menos, antes que como manifestación de un dilema de supuestas superioridades morales. El dolor social es genuino. Madres, padres, familias, millones que no saben ya cómo ensayar una vida sin escuelas, una vida para la que nadie nos preparó. Las penas son de nosotros, los sueños, ¿de quién son?
Anoche soñé contigo
“Si digo agua, ¿beberé?”, escribió Alejandra Pizarnik para nombrar la distancia entre las palabras y las cosas, pero si cuento un sueño… ¿lo soñé? Los sueños se cuentan o quedan ahí. Los sueños, nuestro conversatorio universal, quién no dio charla con un “¿no sabés lo que soñé ayer?”. ¿Soñaste? ¿Qué soñaste? Soñé con vos.
Mi amigo R fue guerrillero. Uno de verdad. Y una noche larga de amigos, de vino hasta las manos, le preguntamos por el asalto, ese asalto, queríamos conocer detalles de la acción armada que quedó en la Historia. “¿Soñaste la noche antes?”, saltó uno. No soñé, ¿con qué iba a soñar?, nos dice. Paul McCartney un día se despertó tarareando “Yesterday”. Así explicó el origen de la canción más versionada de la Historia. El inconsciente, nuestro artista. El surrealismo proponía una vigilia: del sueño vendrá la verdad del arte. Fluido inconsciente, sin interrupciones. El modelo de escritura del surrealismo, el mito, el “proceso clave”, dirá César Aira, es la escritura automática. Dice Aira: “el resultado se reabsorbe en el proceso; el proceso mismo ya es el resultado”.
Fernando es porteño, militante de un partido político, trabaja en el centro de Buenos Aires y soñó que llegaba al Cabildo… “Entré. Iba a encontrarme con alguien. Estaba todo vacío y había un sereno, un chabón de la calle que me dice que por la peste no espere a nadie porque nadie va a venir y que así iban a ser todos estos días. Era un granadero-linyera, pero no estaba vestido como granadero sino como alguien que es de la calle, y se notaba que estaba ahí custodiando”.
Soñar, soñar se llamaba la película perdida de Leonardo Favio. Estrenada en el invierno de 1976 sin éxito. Karma 76: no la vio casi nadie en el estreno, hoy es de culto. La película cuenta, como una road movie hacia las vías muertas del fin de fiesta, el deambular sin suerte de dos amigos que quieren ser artistas populares y triunfar en la gran ciudad (sólo Favio podía juntar a Gian Franco Pagliaro con Carlos Monzón).
Hay en esta historia algo dicho sobre la retirada del peronismo, sobre el fin, un fin. Porque en esa película, en ese soñar, también Favio nos coloca en el límite de la realidad. Akira Kurosawa filmó sus sueños. Recordemos uno paradigmático: “El Túnel”. El comandante que camina después de la guerra, en la vuelta a casa, y cruza un túnel oscuro. Primero le aparece un perro rabioso, un perro conectado a un dispositivo electrónico, ¿un perro bomba? Después aparece un soldado muerto de atrás, que ignora su propia muerte, con la cara azul. El muerto mira que en una colina está la casa encendida de sus padres, la señala, hay luz en casa, me esperan. El comandante lo convence de que está muerto. Luego le aparece un batallón entero. Todos murieron. Formados y marchando aparecen también de atrás, de la oscuridad del mismo túnel, y quiere convencerlos de que están muertos, y les cuenta su propio calvario en un campo, les jura que él también hubiera preferido morir, y finalmente da la última orden militar (la que reabsorbe todas): acepten la muerte. Se dan media vuelta, se pierden en el túnel, se van marchando.
Aristófanes, en la antigüedad griega clásica, escribía comedias sobre sueños. Ahí está el filo, dirá después Freud, en el humor y en lo que pasa cuando se cierran los ojos. Esas combinaciones, esas materias, siempre se pisan los talones. El sueño como el reverso de la vida, la vida que puede ser un sueño. La vida es sueño, se preguntaba Calderón de la Barca. La literatura está hecha de todo esto. Philip Dick, como emblema de la ciencia ficción, agarra el siglo XX y lo da vuelta sobre ese hueso, el de la tecnología, el del mundo por venir: ¿con qué sueñan los androides? Una época es la medida de sus sueños. ¿Soñar no cuesta nada? Alexandra Kohan dice: “Soñar es hacer posible un deseo en la medida en que alguien esté dispuesto a leerlo. No opondría sueño a realidad porque el sueño es una ‘realidad’. Es una verdad que muchas veces no estamos dispuestos a soportar. Es la escena en la que se despliegan fantasías que incluso desconocíamos”. El sueño, como un saber que no sabemos que sabemos, que irrumpe imposible de evadir. “Podemos hacernos los distraídos, pero esa distracción no es inocua, no podemos hacer como si nada porque el sueño ya es una interpretación; el inconsciente sabe leer mejor que nadie”. ¿Lidiar con los propios demonios? “Si bien se sueña para seguir durmiendo, como decía Freud, también se puede despertar a partir de un sueño. Lacan dijo que sus sueños no estaban inspirados por el deseo de dormir, sino que a él lo movía más bien el deseo de despertar”, dice Kohan.
Vivir con COVID, morir con COVID, soñar con COVID. Pichi tiene un comedor y una cooperativa de cartoneros en Villa Soldati, y tuvo este sueño: “Sueño que el mundo se está acabando. Vi eso: todo vacío, quedaban las casas con las puertas y las ventanas cerradas, todo sin gente. Caminaba sola. Pasaba por el Obelisco y no había nadie alrededor. No quedaba nada. Era soledad absoluta. Todos encerrados adentro. Yo pensaba mientras caminaba: lean el Apocalipsis, se vienen los siete años de las vacas flacas. ¡Está escrito en la Biblia!”
En 2017 se publicó “Los sueños” (editorial Caja Negra), con una edición cuidada de Syd Krochmalny y Marina Mariasch. Se trata de un material perdido: las “interpretaciones” que respondía por correspondencia Gino Germani (bajo el seudónimo de Richard Rest) en la revista Idilio, aparecida en 1948. En “Los sueños”, con fotomontajes de Grete Stern, Germani –el “padre” de la sociología moderna argentina– se reservaba en el espacio de la revista para el mundo femenino, un lugar donde interpretar los sueños de mujeres de clase media que enviaban a la redacción. De fondo, detrás y por arriba, el peronismo en el poder. Germani entraba al clóset de las pequeñas burguesías asustadas con un salvavidas. La columna se llamaba: “El psicoanálisis te ayudará”. Krochmalny y Mariasch apuntan en la introducción: “Los textos de Germani funcionan también como un espacio público donde mujeres tradicionales de clase media tematizan una zona enigmática de sus vidas”. Apuntan también sobre la impronta indeclinable en Argentina (en Buenos Aires) de esa cultura psi. Todos seremos interpretados, era la propuesta. Retoman Syd y Marina una cita de las primeras interpretaciones: “‘El sueño le indicó, sin embargo, qué era lo que ella realmente deseaba: aceptar la nueva vida que un hombre le ofrecía’, dice Germani en ‘El mundo misterioso de los sueños’”.
Los sueños valen oro en Argentina. Hace pocos días, por ejemplo, el libro de María Eugenia Vidal, arrastra un dato incierto: fue prologado por su psicoanalista (José Abadi). ¿Un sello IRAM de calidad para esta mujer que también aspira a su segundo tiempo en la política? Cecilia es docente, vive en Ramos Mejía y cuenta su sueño: “Empieza con una imagen que es en una pantalla: una simulación de cómo una ola gigante destruía una costa. Primero la ola chiquita inundaba y después una ola grande rompía. Estaba viendo eso y de pronto se vuelve realidad. Estaba en una playa con desconocidos, en Brasil. Agarro mis cosas y me voy, sólo llevaba una mochila. Me cruzo con una persona que aparentemente conocía, una chica que viene del lado para el que estoy yendo yo y me dice ‘no, ahí ya está todo destruido’ y le digo ‘para allá también, vayamos para adentro’. Y estamos en un desierto. Nos queremos subir a una chata, había un tipo subiendo gente en una camioneta como de ganado y me subo y el tipo me baja y me dice ‘no, mirá yo estoy organizando las burbujas así que les inyectamos plasma a cada burbuja y nos los llevamos en tanda así que ahora no te puedo subir’. Le digo: ‘Me parece bien, ¿cuál es la próxima?’. ‘A las seis de la tarde’. ‘Bueno’. Y con esta persona con la que estoy, esta chica, nos colamos igual en la chata para salir de ahí. Y nos bajamos a la mitad, para que el tipo no se diera cuenta que estábamos viajando en el estribo. Me bajo y estoy sola en una ciudad que parece Guayaquil. Veo a un chico y veo cómo se disfraza con un overol y se mete en un lugar que parece ser un convento. Me meto atrás y estoy con mis hijos pero son más chicos. Trato de adivinar dónde estoy y me doy cuenta que es un convento porque veo a una novicia atrás de una reja arreglando plantas. Me hago pasar por una señora de clase alta porque quiero disimular que en realidad somos inmigrantes ilegales. Y le digo a esa chica que estoy buscando un espacio para que mi hijo haga la tarea después del colegio. Aunque sabía que era mentira, que no había colegio y que yo quería en realidad que estén ahí y dejarlos al cuidado de ellas porque quizás ahí estén resguardados y haya una posible vacuna. Mi hijo más grande me mira y me dice que él está contento, y que quiere hacer la tarea, y él en realidad lo que quiere es que le enseñen a hacer boxeo. Ahí me despierto.”
El inconsciente y las épocas se modulan recíprocamente, se muerden y se contaminan. Germani “pedía” sueños para proyectar su sociedad moderna, para “educar” a los personajes de su tiempo. Hoy vivimos esto sin escapatoria. El COVID es el definitivo fin del afuera. No hay afuera hace rato, ahora se ve por qué. Todo lo que pasa, todo lo que decimos, es manta corta. Como en el sueño de Lucía: un Estado a contrarreloj ajusta los detalles de un nuevo plan incierto, vagamos por esos laberintos. La inflación no cede. ¿Quién afloja? Nadie afloja. Silencio en la noche: ¿ya todo está en calma? El desierto nos espera para que nos vayamos a dormir.
MR