Detenerse en las particularidades psicológicas de Javier Milei puede ser atractivo, pero resulta poco conducente. Antes que nada, porque ello desvía la perspectiva que traza la continuidad del momento actual con otros períodos recientes que terminaron en traumas sociales y económicos, y que explican en buena medida el desacople entre el desarrollo promisorio de la Argentina —con mil bemoles— hasta mediados de la década de 1970 y la realidad posterior. José Alfredo Martínez de Hoz exhibía una personalidad circunspecta hasta la extenuación, pero sus huellas discursivas son clamorosas en el repertorio lexicográfico y en el corpus teórico de Milei: palabras, dogmas, zonceras y padrinazgos corporativos de la misma impronta para concluir en medidas similares. En cuanto a los nexos con el ciclo de Mauricio Macri, no hace falta recurrir a hemerotecas ni a archivos; basta con repasar nombres del staff. Luis Caputo, Federico Sturzenegger y Patricia Bullrich fueron protagonistas estelares de la aventura 2015-2019 y se están tomando revancha de aquel mal trago.
Dos aspectos de la conducta de Milei son evidentes, sin que señalarlos implique el ejercicio ilegal de la psicología periodística. El Presidente blandea una doble vara obscena. Sus condenas soeces y agraviantes no tienen que ver con que alguien sea un político de “la casta” o un periodista “ensobrado”, cante en festivales públicos o adhiera a ideas de izquierda. Nada de ello es determinante para su ira. El factor que lleva a Milei a apuntarle a un periodista por corrupto o ignorante no está relacionado a que éste reciba coimas o demuestre poca preparación, sino a que lo critique. Por el contrario, el más prebendario de los contratistas, el pichichi más saltimbanqui de la política, el gerente más gris del mundo corporativo, el cronista que transita por la cornisa del sobre y el auspicio desde siempre o la imitadora mejor paga en festivales populares podrá enrolar las fuerzas del cielo si tuitea contra el Estado y baja la cabeza.
Las condenas soeces y agraviantes de Milei no tienen que ver con que alguien sea un político de 'la casta' o un periodista 'ensobrado', cante en festivales públicos o adhiera a ideas de izquierda
El segundo aspecto notable del relato oficialista es que todo le sale tan bien, a un extremo que da que pensar en la megalomanía. Si las medidas de Gobierno disparan una inflación del 50% en dos meses, porcentaje similar al peor registro anual de Macri y al segundo año de Alberto Fernández, constituyen un logro “espectacular”, porque evitaron un 15.000% que alguna vez se le ocurrió imaginar al Presidente. Faltan brazos que colaboren para la directiva de llevar en andas a Caputo por tamaño éxito. Si la pobreza se dispara en dos meses producto de una devaluación implementada con impericia y signos de crueldad estatal, la culpa es de los 100 años de intervencionismo. Si un proyecto de ley que se denomina Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos naufraga en medio de la torpeza oficialista y pese a la vocación gauchita hasta la indignidad de los bloques del PRO, la UCR, cordobesista, provinciales, Vendidos de Tucumán y pichettista, se trata en realidad de “un éxito rotundo”. Al fin y al cabo, según la interpretación presidencial, un texto con un título tan pretencioso y 600 artículos no era más que un ardid para “dejar en evidencia” a la casta y provocar un “ordenamiento ideológico” en dos meses. “¿Dónde firmo?”.
Todo muy lindo, pero ahora la nave nodriza que habitan el Presidente, Karina Milei, Santiago Caputo y, cuando le abren la puerta, Nicolás Posse dispuso particionar la ley ómnibus en varios proyectos, como pedían a gritos radicales, peronistas colaborativos y cívicos de Elisa Carrió. Los diputados señalados como “delincuentes” y “coimeros” se verán ahora en la situación de hacer fila para tomar otra dosis de aceite de ricino y levantar la mano, si es que mantienen la idea de “colaborar con el cambio”. Diego Santilli y María Eugenia Vidal podrían ofrecerse para hacer el poroteo.
Reinvención cordobesista
Hay gobernadores y diputados que ahora actúan como arrepentidos de haber apostado por Milei. Sus personalidades no exhiben las aristas inestables, perceptibles en el Presidente hasta en las entrevistas más amables, pero a ellos les cabe un cuestionamiento similar en cuanto a su doble estándar.
Martín Llaryora recuperó súbitamente un acento inclusivo. No es un elemento ajeno al peronismo de su provincia —disidente del nacional—, ni a la prédica del gobernador. En el pasado, cierto repertorio y alguna simbología indebida le valieron a Llaryora la sospecha de “kirchnerista” para el paladar negro cordobesista y una pícara e hiriente deformación de su apellido deslizada por el fallecido José Manuel de la Sota. Otros tiempos.
Ocurre que, en meses recientes, el gobernador de Córdoba se cuadró con el ascenso ultraderechista, sin esforzarse por desatender la línea marcada por su predecesor, Juan Schiaretti, a quien sólo le faltó garantizar una plaza en Carlos Paz para “Fátima 100%” y renovar su apoyo en sordina a Milei. Los gobernantes cordobesistas habrán sacado cuentas de los votos cruzados entre La Libertad Avanza en el tramo presidencial y Hacemos Juntos en el provincial, y de lo que manda el espíritu dominante en la provincia, que la radio Cadena 3 interpreta con indudable pericia.
Durante diciembre y enero, Llaryora sobreactuó la mano dura de su Policía, el ajuste y la ofensiva antisindical, y se prestó gentil a ayudar al Ejecutivo en el Congreso, hasta que salió enchastrado. Similar imagen devuelve el espejo de su colega santafesino Maximiliano Pullaro, un tempranero de la UCR a la hora de militar a Milei como el menos malo.
Puesto en la diana libertaria, Llaryora recuerda que la justicia social no es una aberración, que los subsidios al transporte son una vía redistributiva y que la motosierra para los salarios de los docentes es un camino al suicidio de un país
El único factor que cambió fue que el Ejecutivo, a través de la ley ómnibus, tocó los ingresos provinciales, removió el avispero del agronegocio y apuntó a los gobernantes que pusieron reparos, calificándolos como extorsionadores y festivaleros. Mientras la motosierra y la metralleta del estiércol afectaban a otros, Llaryora, Pullaro, el salteño Gustavo Sáenz y colegas de esa vertiente no encontraron objeciones.
Hoy, puesto en la diana libertaria, Llaryora recuerda que la justicia social no es una aberración, que los subsidios al transporte son una vía redistributiva, que liquidar la industria de un plumazo es hambre y desocupación para mañana y que aplicar la motosierra a los salarios de los docentes y los científicos es un camino al suicidio de un país. El tiempo dirá sobre el devenir de Llaryora. Hay evidencia empírica de que la memoria del votante, en determinados contextos, es indulgente ante vaivenes de esta magnitud. De lo contrario, Sergio Massa nunca habría sido candidato contra el macrismo.
Rodrigo de Loredo, jefe del bloque de la UCR, mímesis nacional y opositor local de su coterráneo Llaryora, podrá acaso superar la angustia que le generó el fracaso de la ley ómnibus al poder votar punto por punto. Hasta deberá dirimir su postura sobre la privatización del Correo, un capítulo que tantos disgustos significó para su suegro, el exministro Oscar Aguad, cuando se prestó, en 2016, a una condonación casi total de la deuda que Sociedades Macri mantenía y mantiene con el Estado nacional desde 2001.
Tembladeral de gobernadores
Aunque el bloque de Unión por la Patria mantuvo cohesión ante un proyecto con tantas aristas como el de las Bases, a excepción de la astilla tucumana, nadie se anima a predecir la continuidad de ese estado. De las intenciones del gobernador catamarqueño, Raúl Jalil, ya había dudas antes de la votación del proyecto en comisión. Para algunos integrantes del principal bloque opositor, las dudas se transformaron en certezas y habrá que esperar la oportunidad de que salgan a la luz. El gobernador norteño no sería el único que quiere ayudar.
A la reducción de los ingresos provinciales por los recortes en la coparticipación, centrada en la absurda eliminación del impuesto a las Ganancias (ingresos) orquestada por Massa, en septiembre pasado, y la caída de la recaudación por la recesión potenciada por Milei, se suma el sablazo a las transferencias discrecionales o no automáticas, ítems elementales para la obra pública, el sostenimiento de los sistemas de salud, planes alimentarios y el pago de los salarios de los empleados provinciales. Estimaciones privadas indican que las provincias recibirán ingresos reales 20% inferiores con respecto a 2023, un abismo para la convivencia social.
Ese porcentaje es el promedio para los 24 distritos subnacionales, lo que indica caídas mucho mayores en las provincias más pobres y dependientes de los giros desde Buenos Aires, porque su recaudación de impuestos locales es magra. De Misiones a Jujuy, de Tucumán a Corrientes, de Santiago del Estero a Formosa, hay gobernantes de diversas identidades partidarias. Todos ellos, por cuestiones de necesidad y urgencia, son más pasibles que otros del Centro y la Patagonia de ceder a la extorsión que explicita el Gobierno nacional para canjear apoyos legislativos por el desajuste del ahorcamiento presupuestario. Por esa cuña intentará meterse el titular de Interior, Guillermo Francos, en una cumbre coorganizada con Sáenz para los mandatarios norteños, la semana entrante, en Salta.
Si Cristina tantas críticas tuvo para señalar e intrigas para sugerir sobre un Ejecutivo de su propio signo, al que le achacó falta de coraje y coherencia, ¿cómo iba a permanecer en el silencio ante un proyecto ultraderechista de la catadura del de Milei?
Hace años, acaso décadas, que en el peronismo no prima una estrategia federal programática, que eventualmente resigne alguna elección local como parte de un crecimiento homogéneo a largo plazo. Así, se repite el escenario en el que sellos imperantes como el Frente Renovador para la Concordia, de Misiones, o el del supuestamente massista Sáenz en Salta consagran diputados y senadores que ingresan en la boleta atados a las candidaturas presidenciales del peronismo oficial. Si éste no gana, esos representantes del pueblo se transforman en colaboradores del nuevo Gobierno al minuto siguiente, hasta que cambie el viento. Pasó en 2015, con el triunfo de Macri, y vuelve a ocurrir ahora, con Milei.
Vara alta para un incómodo silencio
En las condiciones en que está, solicitarle al peronismo que elabore estrategias a mediano plazo para provincias difíciles suena a utopía. Los tres principales responsables del último Gobierno —Alberto Fernández, Cristina y Massa— se otorgaron el beneficio del silencio, por motivos diferentes. De ellos, la que se encuentra en un terreno más incómodo para permanecer callada es la exvice, porque se puso la vara demasiado alta al haber dado rienda suelta, durante los cuatro años pasados, a su pulsión por erosionar y acusar al Gobierno al que pertenecía. Si tantas críticas tuvo para señalar e intrigas para sugerir sobre un Ejecutivo de su propio signo, al que le achacó, como mínimo, falta de coraje, ¿cómo iba a permanecer en el silencio ante un proyecto ultraderechista de la catadura del de Milei?
El periodista Roberto Navarro contó en El Destape que la expresidenta analiza que, si levanta el perfil, Milei aprovechará para antagonizar y aglutinar fuerzas contra el kirchnerismo. Discutible, pero válido, al mismo tiempo que encierra una contradicción sobre otro de los pilares autoindulgentes de la exmandataria. Cristina deslizó y su entorno sostuvo en numerosas oportunidades que el peronismo perdió las elecciones porque ella estuvo impedida por mandato constitucional en 2015 y fue “proscripta” en 2023. Y que en 2019 primó la generosidad al donarle la candidatura a Alberto Fernández, que éste —en el relato del Instituto Patria— malversó.
Es ilógico. Si Cristina es tan popular, contrariamente a lo que afirman las encuestas, al punto de ser la carta ganadora en una elección presidencial, ¿qué la privaría de doblegar a un proyecto neoliberal como el imperante, que ya está ocasionando daños en el tejido social que costará años revertir?
Carta: consistencia y licencias autoindulgentes
La expresidenta se pronunció esta semana mediante un carta pública y salió del incómodo silencio. En un texto más cuidado que en otras oportunidades, elaboró una mirada sólida sobre la dictadura y las cuatro décadas de democracia. Cristina tiene la capacidad —no tan habitual en políticos argentinos— de exponer una argumentación ideológica y una ilación histórica con solvencia. La distancia entre su texto y el de Macri, que denuncia con frases hechas cuarenta o setenta años de populismo, o el terraplanismo de Milei, que sitúa el origen de todos los males en el primer gobierno electo por voto popular, hace 108 años, es similar a la que media entre una facultad de la Universidad de Buenos Aires y el rejunte madrileño llamado instituto Juan de Mariana que le dará una medalla al Presidente ultra en junio próximo.
Cristina dejó claro que, a su entender, Raúl Alfonsín no supo o no pudo, Carlos Menem y Fernando de la Rúa esquilmaron al país, Mauricio Macri estafó y Alberto Fernández defraudó. Sólo quedarían en pie su marido y ella, y para tal conclusión, se tomó varias licencias.
Cristina no se hace cargo de una maraña monumental de subsidios a la energía que era, además, socialmente injusta, porque beneficiaba centralmente a los sectores de mayor poder adquisitivo.
La primera es la omisión del tramo santacruceño (pecado de juventud, diría Milei) en el que Néstor Kirchner adhirió al Gobierno de Carlos Menem. Hay pruebas documentales, audiovisuales y legislativas de ello. Pero también es un hecho que los Kirchner fueron de los segundos peronistas (detrás del Grupo de los Ocho) que tomaron distancia de ese eslabón neoliberal que describió la exmandataria en su texto.
Tampoco se hace cargo de las arcas vacías en el Banco Central cuando pasó la posta a Macri, en 2015, ni de un último mandato prácticamente sin crecimiento y con deterioro social, ni de un régimen de gasto público lastrado por una maraña monumental de subsidios a la energía que era, además, socialmente injusta, porque beneficiaba centralmente a los sectores de mayor poder adquisitivo.
La tergiversación mayor de Cristina llega cuando narra su capítulo como vicepresidenta del Gobierno que ella misma diseñó, en 2019, al ofrecerle la candidatura a Alberto e invitar al retorno hasta a quienes habían votado a favor de que allanaran sus domicilios en el marco de la ofensiva judicial orquestada por el macrismo.
En su eterna batalla contra Martín Guzmán, incurre en alguna falsedad, como que la reestructuración de los US$66.100 millones de dólares con los tenedores de la deuda asumida principalmente por Macri fue sin reducción de intereses. Los números son públicos. La tasa promedio de los bonos era de 7% y los papeles reestructurados rinden poco más de 3%, lo que equivale a un ahorro de unos US$35.000 millones a lo largo de los años.
No sólo están las cifras, sino el propio aval de la entonces vicepresidenta en el momento en que se firmaba el acuerdo, en redes sociales y en actos públicos. Hay quienes cuestionan, desde una óptica de mercado, que ese interés para títulos de un país como Argentina es tan bajo que los torna nada atractivos para un inversor financiero. Podrá ser, la cotización de los bonos tras la reestructuración lo confirmaría, pero por las razones opuestas que narra la expresidenta.
Hasta ahora, Cristina no había apuntado contra el acuerdo con los acreedores privados de agosto de 2020 y había concentrado sus misiles en la refinanciación, de marzo de 2022, por los US$44.500 millones del préstamo con el Fondo Monetario Internacional tomado por Macri en 2018.
Allí hay mucho para especular sobre los motivos ocultos de esa ofensiva y dos versiones en pugna. La de Guzmán, que afirma que el acuerdo fue alcanzado tras dos años de discusiones con el Fondo seguidas al pie de la letra por la vicepresidenta, y la de Cristina —dos veces presidenta, exsenadora, gestora de una reestructuración, comandante de mil batallas—, que afirma haber sido engañada por el exministro y docente de las universidades de Columbia y La Plata, cuando éste le presentó, en el último minuto, una renegociación “inflacionaria y recesiva”.
Los dólares siguen faltando
Las divergencias se extienden a la hora de explicar el uso del voluminoso superávit comercial de 2021 y 2022. Si esos dólares se hubieran resguardado en el Banco Central, el Gobierno del Frente de Todos habría terminado muy distinto. Colaboradores de Guzmán, como el exdirector del Banco Central Guillermo Hang, dan a entender que el exministro planteó —y no pudo concretar por la resistencia dentro del Ejecutivo— un desdoblamiento cambiario, de modo de hacer más caras las importaciones de servicios y el pago de deudas corporativas y sus intereses, para así desalentar el apetito por los dólares y los fraudes asociados para hacerse con ellos. Según Cristina, se trató de un manejo displicente de Guzmán y/o del titular del Banco Central, Miguel Pesce. Con la decisión tomada, la responsabilidad les cabe a todos, comenzando por Alberto Fernández.
Hernán Letcher, una de las voces que más escucha Cristina en temas económicos, puntualiza que “a (Nicolás) Caputo y (Luis) Cherñajovski se le adelantaron importaciones por US$500 millones en 2022”, cuando el balance del Banco Central ya estaba colapsado. Esa dupla del mejor amigo de Macri, dueño de Mirgor, y el titular de Newsan son los principales beneficiaros de la aspiradora de dólares que representan las ensambladoras de Tierra del Fuego.
“Si hay una disputa por los dólares y unos sobrefacturan importaciones y otros se pagan deuda intraempresas, es el Estado el que debe administrar los mecanismos de funcionamiento, y no parece haber ocurrido”, dice Letcher. Sobre el déficit fiscal, el economista del CEPA puntualiza que la expresidenta no desatiende su importancia macroeconómica, sino que pone sobre el tapete la “preeminencia” de la disputa por los dólares que faltan y el “endeudamiento compulsivo” como causa principal de la inflación.
La carta de la expresidenta no se detiene en los subsidios inútiles a la energía, que potencian el déficit por el desincentivo a la inversión y la sordidez de la regulación. El cristinismo dio de sí todo para defender esa caja anclada en la Secretaría de Energía, al extremo de forzar una crisis en el Frente de Todos. La aventura salió demasiado cara en dólares para pagar importaciones y en emisión de pesos para cubrir el déficit fiscal.
¿Y sobre Massa, el dólar soja que habilitó un juego extorsivo que los productores mantuvieron hasta el final, las tasas recontraaltas, la regresiva modificación de Ganancias que quitó a los pobres para beneficiar a la elite salarial y la multiplicación de parches aplicados a las apuradas que ahora Milei corta a los hachazos? Ni una palabra de la expresidenta, salvo para decir que la devaluación de 18% forzada por el FMI, el 14 de agosto pasado, al día siguiente de las primarias, campana de largada de una inflación mensual de dos dígitos y condena a una derrota ante Milei, fue a causa de la rigidez del acuerdo firmado por Guzmán dieciocho meses antes.
Total normalidad.
SL/DTC