Opinión

Huele a espíritu adolescente

25 de diciembre de 2020 22:26 h

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Entrar a la pieza de un adolescente es toda una experiencia. Si bien hay un marco (las paredes, la ventana, una silla, una cama, una mesa), todo lo demás puede estar en el lugar menos esperado, Hay zonas ocultas, pequeños secretos y múltiples desórdenes: ropa tirada, revistas dobladas, Sin embargo, como en los cuadros de Jackson Pollock, hay un orden caótico que se vuelve potente si uno se decide a mirar ese cuarto durante un rato largo. Hay, entonces, algo que surge. Eso hace Luca Guadagnino -el director italiano de Call me by your name- en la serie que dirige y coescribe, We Are Who We Are.

El marco donde transcurre la serie es significativo. Funciona, a primera vista, como restricción. Claro que la restricción puede ser fuente de gran inspiración. ¿Dónde pasa la serie? En una base militar en Chioggia, un pequeño pueblo italiano cercano a Venecia, en el verano de 2016.  Pero lo que se relata ahí no es Top Gun -una película hecha para que la gente después de verla se alistara- sino la vida de unos nómades que viven en la base militar -soldados, asistentes, etcétera- y sus hijos. La base es una pequeña ciudad con escuelas -donde van los chicos- y bares, shoppings y supermercados, una ciudad en miniatura, un enclave del poder colonial de los Estados Unidos, un lugar extraño para crecer.

Guadagnino logra con la elección del lugar un golpe notable: no va a mostrar adolescentes creciendo en un barrio, va a salir de ese estereotipo. La serie es deudora de The Wire (esa obra maestra, gran madre de todas las series buenas) en tanto si bien se centra en dos adolescentes -Frazier y Caitlin, y la relación que forjan-, el director no deja de explorar el lugar como a los personajes secundarios. También tiene algo de Kids, de Larry Clark y mucho de Bella tarea, de Claire Denis, con sus soldados desnudos, musculosos y sensuales, toda esa energía buscando tranformarse en el confinamiento de la base militar. Claro que muchos se van a transformar en polvo y estiércol, abono para las plantas rudas del desierto de Afganistán.

Fluye y nunca se estanca, como no lo hacen las identidades de ese grupo de adolescentes que experimentan que la vida es un poder constante hecho de sonido y de furia, y que las identidades, a veces, son meras convenciones tranquilizadoras.

En el comienzo de We Are Who We Are se muestra como Frazer -el hijo de 14 años de la comandante del lugar- llega y es el nuevo del complejo y de la escuela. Va vestido de manera extraña, es alguien deformado. Tiene el pelo rubio teñido y las uñas pintadas de negro y amarillo. De golpe descubre a un grupo de chicos multiétnico que se la pasan en la playa, bailando y divirtiéndose a la sombra de sus padres militares. Rápidamente establece una relación con Caitlin, quien suele vestirse de hombre, se hace llamar Harper y tiene un novio al que abandona en el segundo o tercer capítulo (acá la trama no importa mucho).

Guadagnino sabe que el mejor espectador es ese que no quiere entender, sino que puede dejarse arrastrar por las imágenes potentes, los diálogos poéticos.

Con la cámara hace lo mismo: fluye a través del complejo militar, a través de los cuartos de los adolescentes, a través de la noche del erotismo. Fluye y nunca se estanca, como no lo hacen las identidades de ese grupo de adolescentes que experimentan que la vida es un poder constante hecho de sonido y de furia, y que las identidades, a veces, son meras convenciones tranquilizadoras. No es un momento solo de la adolescencia: siempre hay algo en uno que no encaja en nada.

En el capítulo dos tenemos una escena hermosa en la que Frazer y Caitlin están en un bote tirados, hamacándose según el viento. Frazer tiene un libro y ella le pregunta por qué lee poesía. Y Frazer le dice: Porque en la poesía cada palabra significa algo. Frazer también está permanentemente enchufado a los auriculares por donde pasa la banda sonora de la serie. Pero, también, esto nos puede hacer pensar en la relación que tenemos con los objetos técnicos. ¿Nosotros somos quienes los constituimos o son ellos los que nos crean a nosotros? ¿Los tanques, los misiles, las computadoras de la base, las alarmas son nuestros hijos o nuestras madres?

Estos dos primeros capítulos ya pagan toda la serie. Algunos críticos dicen que después la serie se cae. Pero, ¿qué vida -incluyendo la de Buda- no tiene capítulos malos?

Se diría que Guadagnino decide estudiar a esos adolescentes que se juntan para descubrir el mundo interno y externo, el sexo, los mandatos sociales, el deseo que suele no tener suplentes, en el momento previo a la individuación. Como expresó en sus textos Gilbert Simondon, cuando habla de la transducción, que es “andar del espíritu que descubre. Este andar consiste en seguir al ser en su génesis, en consumar la génesis del pensamiento al mismo tiempo que se cumple la génesis del objeto”. El ser siempre tiene un excedente, una posibilidad que no permite que nunca sea del todo o que, mejor dicho, sea siempre con la posibilidad de devenir otra cosa. El ser, como los adolescentes de Guadagnino, siempre está desfasado. El proceso de individuación es fruto de tensiones enormes.

Por eso, si les toca estar en una fiesta, y van a opinar de algo, usen esta frase de Gilles Deleuze, gran lector de Simondon: “¿Por qué no puedo opinar de medicina sin ser médico si opino como un perro?” A la palabra medicina la pueden cambiar por política, filosofía, lo que sea.