Hace una semana murió mi primo Osvaldo Saidón (él usaba la tilde en la ó, yo oscilo), un psicoanalista deleuziano muy reconocido, con una trayectoria importante en la lucha por la (y ahora viene la palabra difícil) “desmanicomialización”. Pero hoy no voy a hablar de Osvaldo, necesito un tiempo más de duelo para escribir sobre él. Asumo esa deuda. Lo traigo aquí, hoy, a cuarenta y siete años del último golpe militar en la Argentina, no solo por su militancia sino porque en una última charla por zoom con colegas que repasaban su trayectoria pronunció la palabra mágica: insilio.
Osvado y su familia habían sufrido el exilio, y en esa charla habló de los que habían quedado en el insilio. Lo dijo al pasar, pero me llamó la atención la coincidencia porque mi plan para esta columna, hoy, era justamente ese: traer ese término que no figura en ningún diccionario (el corrector de Google, de hecho, me sugiere que lo cambie por “insulto” o por “exilio”), pero está instalado, sobre todo en el campo de la historiografía y en el de los Derechos Humanos, por el uso.
Al no haber una definición “oficial” ni consensuada, dispara en muchas direcciones. Yo, por ejemplo, lo usé en mi última novela, Cartas quemadas, para hablar de un tiempo de encierro de la protagonista en pleno siglo XXI. Una colega, la escritora y docente de Gramática, Gloria Peirano, escribió una reseña de ese libro en este diario donde dice: “Se inventa un diccionario de neologismos: el gran hallazgo psicóloga de lágrima, (no de café, no de bar), el hermoso sustantivo insilio, que habría que incorporar al léxico de forma urgente. Y que se define así: Estuve diez años encerrada en la torre. Cuarto propio, cocina propia, baño propio, terraza propia.” (De hecho, en los 70, cuidar “el propio jardín” era algo hippie y estaba mal visto por las militancias de izquierda).
Sé, sin embargo, que insilio es otra cosa. Que se define en oposición a exilio y que se piensa en relación a las personas que tuvieron que trasladarse dentro del país durante la dictadura: migraciones forzadas, exilios internos. Habla de escondites, de militancias truncas o en espera, de miedos, de persecuciones. ¿Fueron insiliadas las personas que se quedaron en sus casas, calladas, susurrando sus ideas? ¿Fuimos insiliades quienes no militamos ni nos expusimos políticamente pero la policía podía interrogarnos por la calle o llevarnos por cualquier motivo? ¿Las familias que protegimos parientes en peligro? ¿Alguien no estaba en peligro entre 1976 y 1983? ¿Y antes? ¿Y después? ¿El insilio se absorbe, se incorpora, genera encierros posteriores?
En 2020, entrevisté a Miriam Lewin con motivo de la reedición de su libro Putas y guerrilleras (Planeta), en coautoría con Olga Wornat, y le pregunté qué le generaba a ella ese nuevo aislamiento obligatorio a ella, que había sufrido el “verdadero” encierro, el más duro, el del campo de concentración, la tortura, la violación. Me dijo: “Me está pasando mucho últimamente, estoy haciendo otra cosa y me invaden los olores, las sensaciones, la angustia. Supongo que en estos días me va a pasar más, esto de estar tan solas, tan con uno mismo, por esto de estar tan aislados y encerrados.” Y me habló de algo que retornaba: el miedo a la muerte.
No figura en ningún diccionario pero en 2006, el escritor y académico sanjuanino Chango Illáñez definió y acuñó el concepto en este artículo, que leyó en una intervención en ocasión de cumplirse los veinte años del golpe. Illáñez comienza hablando del exilio y lo diferencia de la inmigración: “El exilio es una posibilidad de la política”, dice. “No vuelve del mismo modo el exiliado que el inmigrado”. Y caracteriza al insilio como:
- Aquel estar sin ser dentro de la propia patria de uno que a uno se le presenta enajenada, pero no enajenada exclusivamente en lo socioeconómico sino en el sentido, en lo destinal, en el adonde va todo. Una identidad vulnerada porque es una memoria reprimida. El insiliado está en su propia tierra en calidad de desterrado.
- Una cultura, es decir, abarca el campo de lo expresivo, y es fuente de conductas políticas, sociales, etc. La superación del insilio es la explicitación pública de la memoria, no sólo individual sino colectiva, muchas veces de modo estético, no siempre de manera política.
En 2022 un grupo de sobrevivientes cordobesas encaró este proyecto con ese nombre, que apunta, también, a la construcción de Memoria.
“Tardaron en reconocerse los exilios en las memorias”, me comenta Cristian Rama, doctor en Historia (UBA), especializado en represión, Memoria y Derechos Humanos. Dice: “Sobre insilios/exilios internos no hay una categoría oficializada ni consensuada, a diferencia de otras con las que se analiza la represión: desaparición forzada, apropiación de bebés, exilios, aunque sea una situación que sufrieron miles de personas. Y, si bien lo que hacemos es compartimentar esas trayectorias en tanto desaparecidos, exiliados, exiliados internos, cesanteados (una gama muy amplia del terrorismo de estado y de la represión), propongo pensar a las víctimas en su integralidad. Un sobreviviente pudo ser un exiliado, un preso político, cesanteado, pudo continuar siendo vigilado para hacer controles tanto desde los aparatos clandestinizados como legalizados”.
El historiador ajusta la definición. Su tesis doctoral estuvo dedicada a los sobrevivientes de la represión clandestina en la Subzona 5.1 (Bahía Blanca, Sur bonaerense y provincia de Río Negro). “Insilios o exilios internos comprende a las migraciones forzadas dentro del territorio. El ciclo de migraciones forzadas lo sitúo en la persecución del 74/75, donde se van reagrupando las militancias en distintos territorios, mucha gente de Bahía Blanca o Viedma se ubica en Mar del Plata, La Plata y Buenos Aires, y viceversa. Con el golpe se nota mucho eso. La gente que estuvo en centros de detención clandestina es aprehendida y cuando salen, la mayoría de los exilios internos o insilios tienen que ver con personas que decidieron quedarse porque no tuvieron forma de exiliarse o tenían algún vínculo en el territorio. Esa sensación de continuar bajo amenaza es la que hace que salgan. Hablamos de personas que vivieron la tortura, que sufrieron en el cuerpo el dolor con las secuelas, migran a otros territorios para mantener un perfil bajo, de anonimato. Eso hace que tengan que romper lazos, dejar de militar por un tiempo y sobrevivir como se puede, porque parte del problema de migrar a lugares donde tienen que empezar de cero es la falta de red.”
Rama trae un caso, el de Patricia, sobreviviente de La Escuelita de Bahía Blanca, que se mudó a La Plata con su pareja después de pasar por ese centro clandestino. “Les allanaron la casa aduciendo que estaban refugiando a chilenos, decidieron ir a Trelew y continuaron siendo vigilados. En las poblaciones con poca cantidad de habitantes son reconocidos los que vienen de afuera. Fueron a interrogatorios en la sede del Ejército, ella en situación de embarazo, vivió con mucha paranoia pensando que le iban a sacar el bebé, y estuvieron con ese miedo aun en el retorno de la democracia porque tenían desconfianza del consolidado en la transición por el poder que ellos entendían que tenían los militares”.
A las personas que estuvieron en el exilio les costó también ser reconocidas como víctimas porque siempre hubo algo de culpa y condena social hacia “los que se habían ido”, como si hubiese sido un lujo o una posibilidad para unos pocos. Hay, de todos modos, una importante producción académica: autoras como Elizabeth Jelin, Marina Franco o Silvina Jensen estudiaron el tema y escribieron libros. Hay palabras para el exilio. Illáñez dice, en cambio, que el insilio se caracteriza por el silencio: “A veces ese silencio es casi total. A veces es un discurso traducido, malversado, revisado al extremo para que no revele huellas de la impronta original y su fundamento. A veces ese silencio es alterado por una cierta expresión que se extiende de un modo sutil y corre siempre el riesgo de ser descubierta”. Dice, además, que no se reduce a la dictadura, también habla de insiliados en democracia neoliberal privatizadora.
Hoy, 24 de marzo, es una buena fecha para problematizar el concepto. Empecemos por hablar de nuestros insilios.
GS