¿Quién de los siguientes candidatos presidenciales citó en su discurso de cierre de campaña al presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt?
A. José Tamborini (Unión Democrática, 1946)
B. Arturo Frondizi (UCRI, 1958)
C. Juan Perón (Laborista, 1946)
D. Arturo Humberto Illia (UCRP,1963)
E. Nadie, nunca
La mitad lo sabe, la otra mitad lo buscó en internet. Así no hay misterio.
Pero lo cierto es que el 12 de febrero de 1946, en el mismísimo discurso en el que convocó a los argentinos a elegir entre él y Spruille Braden, Perón dedicó un rato a asociar su proyecto con el legado del New Deal. Y como no era tonto, eligió citar el discurso de Roosevelt durante su segunda inauguración en 1937, la más aguerrida de sus tres juras, cuando enfrentaba a medio mundo a la vez y aseguraba haber colocado a “las potencias autócratas privadas en su lugar, las hemos subordinado al gobierno del pueblo.”
Es probable que Perón buscara varias cosas a la vez: despegar del linaje nacionalista asociado al fascismo del que provenía, descolocar a una oposición públicamente sponsoreada por Estados Unidos, pero también, de forma más sencilla, situarse en línea con el formato que el New Deal había impreso a Estados Unidos una década atrás. No era el único: al año siguiente, un informe de 20 páginas del Departamento del Tesoro sobre la economía argentina sugería que el plan del gobierno “tiene muchas características similares a las del New Deal en nuestro país.”
Algo más modesto pero en la misma dirección fue lo que hizo esta semana Cristina Kirchner en una serie de twits destacando los méritos del discurso de Biden ante el Congreso. Lo mismo que hizo luego el Presidente Alberto Fernández al referirse al presidente norteamericano como “Juan Domingo Biden”. ¿El eje de la comparación? Una reforma impositiva progresiva y una defensa férrea de la sindicalización como centro de una reactivación económica justa, dos temas de la agenda argentina. En los próximos días, alguien leerá la decisión de Biden de apoyar la suspensión de las patentes de las vacunas contra el COVID como un gesto típicamente peronista (la injerencia del Papa en este asunto sólo alimentará esa imaginación).
Puede que estos gestos sean más efímeros que el de Perón, un valor twiteril como las redes en las que se reproducen. Incluso que pequen de alguna auto referencialidad. O que se alimenten del clima de “descongelamiento” que el gobierno argentino promovió en el trato que le ofreció hace poco al asistente especial del presidente norteamericano y Director Principal del Consejo de Seguridad para el Hemisferio Occidental, Juan Sebastián González.
Las asociaciones de este tipo tienen menos valor analítico que metafórico, del mismo modo que la advertencia sobre la transformación de Argentina se está convirtiendo en Venezuela no supone que los porteños puedan disfrutar en poco tiempo de una Isla Margarita en medio del Río de la Plata. Responderle a Alberto Fernández que Biden, de hecho, no se parece a Perón, es más corto de miras que la comparación misma. En todo caso, son metáforas con las que distintos dirigentes -aquí y en el mundo- buscan ubicar sus propias ideas en el mapa. En este caso en particular, también expresan una idea generalizada entre un grupo disparatado de dirigentes de casi todo el mundo, desde Trump a Evo Morales y de Pablo Iglesias a Biden: el colapso de un punto del discurso globalizador que enfatiza la inevitabilidad de los procesos económicos, y la necesidad de restaurar la idea de que podemos recuperar alguna incidencia sobre el destino de nuestras propias vidas. No es tan descabellado.
Gesto atrevido ese de volver a acercarse a un país que últimamente sólo es referente de las derechas radicalizadas. Para los muy pocos que conocemos de manera presencial (y que aún estamos vivos) la primera reunión entre Cristina Kirchner y Biden durante la Convención Demócrata en Boston, un encuentro que duró menos de lo previsto y descarriló antes de la primera curva, lo más llamativo de este giro es la versatilidad de la vicepresidenta argentina y su capacidad para sobrellevar disgustos cuando se trata de producir nuevas asociaciones políticas (los detalles de esa reunión están anotados en una servilleta guardada en el huequito de un chocolatín Jack para ser abierto el 28 de julio de 2104).
Y como atrevimiento también es riesgoso. Cristina Kirchner también se entusiasmó tanto y más con Barack Obama (a quien se lo hizo saber personalmente, de forma menos pública que a Biden, también trayendo a colación la experiencia peronista de posguerra) luego de que el presidente norteamericano declarara en abril del 2009 la estatización -parcial, temporaria- de General Motors y Chrysler. El tiempo demostró que el entusiasmo produce espejismos formidables, y que las asociaciones entre Perón y Obama eran menos sólidas que el entusiasmo con el que lo abrazaron los jóvenes obamistas de Cambiemos. No es que Biden vaya a ofrecer al mundo en seis meses la misma decepción que nos regaló Obama en su momento, nada es lo mismo, nunca. Nada está escrito. Pero estas asociaciones efímeras sólo adquieren valor con el tiempo.
Faltan unos 10 segundos para que algún analista de Estados Unidos compare el discurso de Biden con las políticas de Perón, convirtiéndose así en el tercer presidente norteamericano consecutivo en ser asociado con el General. En el 2009, minutos antes de aquella medida que entusiasmó tanto a Cristina Kirchner, el exitoso periodista conservador (y fallecido el años pasado) Rush Limbaugh, dijo en su programa de radio que “en unos pocos minutos, el presidente de los Estados Unidos, Barack Perón, anunciará una toma de control ‘a la Argentina’ de Chrysler.” Su sucesor, Donald Trump, fue comparado con Perón más veces que Perón mismo.
¡Qué obsesión con Perón! Sobran las razones para entender qué puede movilizar a Cristina Kirchner o Alberto Fernández a mirar a Biden, a mimar a González. Pero qué necesidad de los analistas norteamericanos de ir tan atrás hasta Perón y tan lejos hasta Argentina para pensarse a sí mismos. Una parte de esa ubicuidad es la vejez: La política -no todos, y no necesariamente los más viejos- sigue pensándose a sí misma en los términos de la posguerra. La política es vieja, imagina poco, impone sobre la sociedad opciones irreales: intervención del Estado, impuestos, sindicatos y una serie de alquimias propias del momento ascendente de los Estados nación tras la Segunda Guerra Mundial. Basta leer aquí cualquier nota de Alejandro Galliano para saber que los desafíos de hoy son resistentes a los instrumentos de ayer. Pero en ese espejismo añejo, Perón puede representar las esperanzas o temores -según el caso- de un mundo que ya no está.
Pero quizás, la recurrencia a Perón también señale otra continuidad más profunda como es la de las distintas formas de imaginar una sociedad más justa y las distintas reacciones que ese sueño despierta. Ahora que la tasa de fertilidad desciende precipitadamente a cero, ahora que la temperatura global asciende a mil, ahora que la humanidad enfrenta su propia extinción en manos de fuerzas cada vez más lejos de su control, ahora que la soberanía nacional significa poco ante un mundo que se achica, la justicia para los desposeídos se juega menos en crear una empresa pública o aumentar un impuesto y más en imaginar formas de vida que no le pongan fin a la misma. Pero en la lucha por ese nuevo mundo volverán a enfrentarse aspiraciones de igualdad y justicia con ambiciones de libertad mezquina y propiedad despótica. Y quizás ahí, Juan Domingo Biden vuelva a tener algo que decir.