En estos días releí el artículo en que Félix Deutsch narra su encuentro con Dora, la paciente que Freud atendió de joven y que, para ese entonces, ya es una mujer mayor.
Dora vive obsesionada con su hijo –que ya no es un niño pequeño, precisamente–. Esto escribe Deutsch: “Su hijo la trajo de Francia a los Estados Unidos. Contrariamente a lo que ella esperaba, el hijo triunfó en la vida como un renombrado músico. Dora se aferró a él con los mismos reproches y exigencias que había hecho a su esposo, que había muerto de una enfermedad coronaria, desdeñado y torturado por la conducta casi paranoide de ella.”
Esta observación permite pensar una distinción que va más allá del caso puntual. La distinción es la siguiente: una cosa es que el hijo sea un objeto psíquico, con el que se establece una relación de objeto, otra cosa es que sea un contenido de pensamiento.
En un primer momento, es claro que el niño (en calidad de bebé) debe ser un contenido de pensamiento. De acuerdo con lo que Wilfred Bion llama función de rêverie, puede decirse que la madre piensa los pensamientos del hijo. Esta estructura, fundamental y constitutiva en un inicio, con el tiempo debe dejar lugar a otro tipo de vínculo.
Pocas veces ocurre de manera completa y muchas más queda un saldo residual. “Siempre vas a ser mi bebé” dicen muchas madres, con lo que quieren decir –lo sepan o no– que viven los procesos mentales de sus hijos en clave personal. En esto consiste que un hijo sea un contenido de pensamiento.
Y esto explica la necesidad de muchas mujeres que son madres, en análisis, de hablarnos de sus hijos. No hablan de sus hijos como objetos con los que tienen una relación, sino de procesos psíquicos delegados.
Por ejemplo, una mujer nos cuenta que le molesta que el padre del hijo se haya enojado con este por tal o cual motivo y lo haya castigado. Lo cuenta con especial fastidio, molestia o dolor. No nos está hablando del vínculo entre dos personas, del que está excluida, sino de una vivencia personal, en la que ella siente en carne propia lo que siente el hijo o, mejor dicho, lo que quizás el hijo no siente –porque ella lo siente en su lugar–.
Quizá la consulta de esta mujer –como suele ser frecuente– es porque el hijo no se hace responsable y tiende a negar sus procesos afectivos. Hablar de madre sobreprotectora, de estrago materno y esas cosas sería inútil; es una perspectiva valorativa y no clínica.
Esta estructura se muestra mejor en el vínculo entre madre e hijo, pero también se la puede escuchar cuando algunas mujeres hablan de parejas y hasta incluso de sus mascotas. No se trata de relaciones de objeto, sino de un tipo de pensamiento que se desvía de sus propios fines y toma los procesos psíquicos de otro objeto como necesarios.
Seguramente hay una explicación histórica para esto, porque no es casual que esto les ocurra más a las mujeres que a los varones, pero eso lo tiene que explicar la sociología y no la clínica psicoanalítica.
Esta última tiene que dar cuenta del mecanismo psíquico y su forma de tratamiento cuando este es patológico –porque en principio es un mecanismo normal, lo desajustado puede ser su extensión por fuera de la relación temprana–.
A algunas de estas mujeres, desde otra orientación psicoterapéutica, se las diagnostica como obsesivas, o bien se les atribuyen pensamientos rumiantes o parasitarios. Sus personas cercanas suelen escucharlas con cansancio: “Otra vez se va a poner a hablar de su hijo-novio-perro-gato”.
El analista escucha la delegación de procesos psíquicos, lo que muchas veces obstaculiza poder vivir procesos propios en relación con síntomas que estas mujeres tienen, a veces muy graves –como los que nota Deutsch en Dora–, pero que no se pueden pensar.
Esta delegación tiene que ser distinguida de la identificación histérica, en la medida en que esta última supone la relación de objeto constituida. No es raro igualmente que en casos de histeria que no fueron analizados esta estructura tienda a tener prevalencia en la adultez y eventualmente implique un anquilosamiento psíquico.
Comentario crítico de Verónica Buchanan
Quizás con una forma defensiva personal, pensaba que esa característica no tiene un motivo solamente histórico para ser más preponderante en mujeres. Creo que es algo que caracteriza a lo femenino del aparato psíquico, poder constituirse como abierto.
Esto es lo que toma la forma que vos desarrollás como una delegación de procesos psíquicos, que consiste en tener en sus pensamientos los procesos psíquicos de su hijo, obstaculizando que este los viva y obstaculizando vivir los propios.
Pero hay otra faz de este rasgo abierto, que podría ser el núcleo de que un grupo de gente que vive junta sea una familia y no “un hotel”. La capacidad, no ya de vivir en el pensamiento el proceso o la experiencia de otro, sino de expandir el aparato psíquico incluyendo a otros. Ahí es clave la distinción entre objeto y contenido de pensamiento. Quizás también ahí está el problema que encuentran algunos hombres para poder tener una familia con sus hijos sin esa disposición psíquica de la madre.
LL/MF