Opinión- Economías

La maratón cambiaria

28 de julio de 2022 07:37 h

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Van siete semanas consecutivas en las cuales el peso se deprecia en los mercados paralelos, aumentando la presión al dólar oficial y a un Banco Central con reservas cada vez más exiguas. La corrida más larga en muchísimo tiempo. La cercanía respecto de la última crisis y nuestra vasta historia de estallidos económicos generan comparaciones permanentes a la hora de adivinar la dinámica de la crisis o el desenlace de un nuevo capítulo en la larga saga del derrotero argentino. 

En el peor momento de los dos años y medio que lleva la experiencia del Frente de Todos, son cada vez menos quienes convocan los datos de la macro como un espíritu esperanzador, que redundaría en una mejora para los pesificados de siempre o, al menos, en un ordenamiento de la vida económica. El efecto derrame nacional y popular nunca llegó.

El descontento generalizado hace que sea cada vez más difícil encontrar entre propios y extraños quien defienda la gestión económica o alguien que confíe en revertirlo. No hay clases sociales conformes con el gobierno de los Fernández. 

A los trabajadores les sobran razones para protestar. El salario real de los registrados es aún más bajo que en diciembre del 2019, momento en el cual ya había caído 20% respecto del final del kirchnerismo. La realidad es todavía más adversa para los –y sobre todo las- no registradas que perdieron casi 30% durante el primer tiempo de Macri y, sin paritarias, están padeciendo como pocos el descalabro inflacionario del peronismo.

Ese retroceso se ve, también, en la caída de la participación de los asalariados en el PBI, una consecuencia esperable del retroceso salarial. Lo curioso es que la contracara de ese fenómeno -el crecimiento del porcentaje que se llevan los patrones- no alcanza al gobierno para ganarse el apoyo de una clase empresaria cuyos voceros son notablemente más ruidosos que los de sus empleados. Para muestra vale un botón: la CGT apenas atina a hacer una marcha dentro de tres semanas… para apoyar al gobierno.

Aunque la inflación sea, antes que nada, una confiscación de riqueza extremadamente regresiva, el empresariado tiene su rosario de quejas. Reclaman terminar con el cepo y la brecha cambiaria como su consecuencia más directa, demandan bajar el riesgo país que no le permite tomar deuda en dólares y del cambio permanente de las reglas de juego de parte de un gobierno que no tiene un rumbo claro y al que responsabilizan por los problemas en la producción. La burguesía nacional es además la acreedora de una parte importante de la deuda y trina frente al desplome de los títulos en dólares que cotizan a precios de buitres, ya  que se descuenta una reestructuración antes de empezar a pagar el capital.

De parte del gobierno es cada vez más evidente que no se quiso, ni se supo enfrentar la corrida. Todos los caminos conducen a una devaluación que reclaman los otrora “miserables” y que sobre todo es defendida por el FMI. Aunque se niegue, el ritmo de depreciación en el mercado oficial en las últimas semanas es del orden del 90% anualizado, tal como piden desde Washington. El dólar soja anunciado el martes a la noche no será la última de las concesiones a quienes Alberto dice enfrentar a la tarde para darle a la noche. El dólar a la carta que parece estar gestándose no evitará el traslado a precios.

En este contexto, es difícil pensar que lo peor ya pasó. Especialmente al advertir una situación internacional dominada por la guerra y la post pandemia que colocan al mundo frente a la inflación más importante en décadas y en las vísperas de una recesión mundial. La suba de la tasa de interés en Europa por primera vez en 11 años y la promesa de la FED de llevarla hasta 6% para 2023 no auguran un futuro prometedor para quien agarre la pesada herencia del FdT. 

El viento de frente puede ser determinante para lo que viene, Argentina es un engranaje en medio del mercado mundial. El rodrigazo, una fisionomía de la crisis cada vez más mencionada, no podría entenderse por fuera de la crisis del petróleo de 1973 ni la recuperación durante el gobierno de Kirchner sin la bonanza de los precios internacionales (y la destrucción del salario) que daban lugar a los famosos superávit gemelos.

¿Hay 2023?

Corría el mes de febrero de 2018. Las calles de Buenos Aires transpiraban todavía la tensión de un fin de año turbulento. El oficialismo amarillo, aunque triunfante en las elecciones de medio término apenas cuatro meses atrás, no se percibía victorioso. La reacción popular contra la reforma previsional lo habían obligado a recalcular sus planes. El principio del fin del macrismo coincidía con un estado de deliberación popular que se iría acrecentando los meses siguientes, acelerándose a partir del estallido de mayo, la vuelta del FMI y la historia que ya conocemos. 

Fue ahí cuando el peronismo (partido del orden si los hay) parió la consigna que iría moldeando al frente de todos: hay 2019. El mecanismo resultó ampliamente exitoso, no solo en la contienda electoral, sino especialmente antes de ella. Es que mientras se avanzaba en un proceso de endeudamiento, fuga y caída del poder adquisitivo de características históricas, el principal partido opositor de Argentina contenía el descontento social alejándolo de las calles, como sí ocurría en Chile o en Ecuador. Ese slogan y esa estrategia le permitieron al peronismo hacerse de la presidencia, pero antes que eso le dieron una sobrevida a Macri.

El problema para el peronismo hoy es que no tiene un peronismo que le garantice esa agonía pacífica. No hay una fuerza capaz de contener el descontento popular generando expectativas electorales para el año que viene. En eso consiste el intento del kirchnerismo de despegarse del gobierno, quitándose la responsabilidad de un fracaso que le es propio. Como dijo Larroque “Alberto no puede llevarse el gobierno a la mesita de luz, porque es nuestro”. Es lo que percibe una parte de la sociedad que sin nada que perder, busca que esta crisis, por una vez, no la paguen los de siempre.