A Marcos hay que reconocerle una virtud: su compromiso político. No digo que le falten otras, pero esta es muy particular de él. Tengamos en cuenta que es el tipo más rico de la Argentina y podría perfectamente hacerse el gil, comprar periodistas para que digan lo que él piensa, financiar políticos que defiendan sus intereses, mover los hilos de las asociaciones empresarias y esconderse del mundo para seguir acaparando ganancias y disfrutando sus privilegios de clase amena y anónimamente.
Pero no, Marcos va al frente. Habla con su propia voz desde su cuenta de Twitter y en general no evade el debate. Es cierto, son comentarios chabacanos, prejuiciosos, faltos de cualquier cualidad creativa. No revelan, precisamente, altas virtudes intelectuales, artísticas o morales… pero los hace. Sentado arriba de sus millones, gasta al menos una emoción por sus tristes convicciones. Eso lo coloca moralmente por encima de gran parte de la clase económicamente dominante que tira la piedra y esconde la mano. A Galperin todos le conocemos la cara, fiscalizó en las elecciones para la derecha, se juega por un candidato, se expone al escrutinio público. Igual que nosotros. Con algunas seguridades más, con el caballo del comisario al lado, pero se expone. Es un CEO militante.
Mi elogio es sincero. Me parece mucho más honorable su actitud que la de quienes redactaron mediante sus estudios jurídicos el Decreto de Necesidad y Urgencia de Milei, sin dar la cara por su nuevo Escribano Mayor. Es por eso que, aunque su estatus de exiliado fiscal me produce algunas dudas, creo que Marcos Galperin merece el honor de que el Estado que está fundando a su imagen y semejanza se llame Galperonia.
Galperonia no es una democracia representativa, republicana y federal. Es un régimen monárquico corporativo en el que la suma del poder público está depositada en un líder mesiánico, su séquito de castizos redimidos y la gran legislatura de las corporaciones. La narrativa del nuevo régimen consiste básicamente en atribuirle al gran empresario un estatus superior como benefactor social, promotor del progreso colectivo y representante del mérito individual. De ahí deriva su derecho a legislar fuera de las instituciones legislativas, juzgar a través de una magistratura que rubrica fallos redactados por su corpus de escribas y administrar mediante la famosa puerta giratoria de los altos rangos del mundo empresarial.
En Galperonia no se eliminan completamente las libertades democráticas, pero se declara religión de Estado la adoración a las corporaciones. Que se atenga a las consecuencias quien ose criticarlas. Fíjense el caso de la periodista Julia Mengolini, que cometió la herejía de criticar a Globant. Pecadora, no entiende que no hay mayor falta. Si Globant es una empresa exitosa, benefactora y productiva, ¿cómo se atreve?
Los vigilantes de Galperonia y los conversos de Peronia hacen cola para castigarla adecuadamente y mostrar su fuerte vocación de servir al nuevo culto. Los nostálgicos de Peronia, agazapados en nuestras cuevas de orcos, no aceptamos la nueva religión del progreso ni el régimen monárquico-corporativo. Tenemos la osadía de criticar, no solo al Escribano Mayor y su séquito de castizos conversos, sino a las propias deidades del Olimpo empresario.
Aun los que, a diferencia de nuestros hermanos zelotas, aceptamos que Globant es una empresa nacional altamente productiva líder en la industria del conocimiento y el desarrollo de software; aun los que valoramos su existencia como un elemento de progreso, nos negamos a hacer profesión de fe y adorarla. Seguimos afirmando que el éxito de Globant es producto de un esfuerzo colectivo del pueblo y la sociedad. De sus organismos técnico-científicos, las universidades públicas y otras instituciones sufragadas por el conjunto del pueblo. Seguimos afirmando que ser exitoso según los parámetros galperonianos no reviste de infalibilidad los juicios políticos, económicos y morales de accionistas y gerentes. Seguimos sosteniendo que nada exime a las grandes empresas y a las personas que hay detrás de ellas del necesario escrutinio público y social contra los abusos que puedan cometer. Seguimos reivindicando a quien, equivocado o no, se anime a criticar a los verdaderos dueños de este tiempo.
El Founding Father está curtido. Se cargó al titular de la AFIP de la Era del Globo por pretender cobrarle los impuestos de su falso encuadramiento en la Ley del Software anterior. Incluso, durante la era de Peronia, logró introducir los artículos para redimirse de su pecado fiscal en la nueva Ley de Conocimiento de 2020 y obtuvo fácilmente los beneficios de una concesión leonina sobre el terreno público que usufructúa su centro logístico en el Mercado Central. También se mantuvo indemne frente a los delitos ambientales flagrantes de su curtiembre Sadesa en perjuicio de los pueblos orcos de las villas y barriadas del Riachuelo. Galperin sabe que el gobierno no es el poder, pero también sabe que la democracia es un límite que hay que franquear si se busca el esplendor de Galperonia.
Es cierto que el Founding Father de Galperonia da la cara, pero sus hermanos corporativos no han asumido francamente que son ellos los que gobiernan detrás de Milei, redactando sus decretos que, artículo por artículo, benefician a la clase corporativa en su conjunto o a cada grupo en particular. Deberían imitar a su fundador y hacerse cargo porque se nota mucho. Las necesidades y urgencias de Galperonia son la piedra basal del nuevo orden. Por eso, ni diputados ni senadores; se necesita un solo Escribano Mayor para rubricar los pliegos de los escribas galperónicos.
Les dejo un recuadro para que todos podamos contemplar la obra inicial de los legisladores de Galperonia y que, cuando se abran las cuevas de los orcos, desafiando el Protocolo y la Religión Oficial, tengamos registro de quiénes fueron los que verdaderamente gobernaron durante la era monárquico-corporativa.
JG/DTC