Sergio Massa se asume como un político con capacidad para innovar escenarios en aguas que, en Argentina, son turbulentas por norma. De hecho, logra que muchos de sus pares lo reconozcan como tal, cuya contracara por defecto es el papel de vendedor de humo que le asignan sus críticos y enemigos.
Aun con la confianza de un “optimista del gol”, Massa nunca dejó de barajar la posibilidad de que sus días en el Ministerio de Economía terminaran en un destino amargo. “No quiero reproches”, es el mantra que viene diciendo desde agosto pasado a quienes lo acompañan o quedan involucrados con su gestión en el Palacio de Hacienda. Fue la forma en que el ministro alertó que el puerto de llegada de su periplo podía ser una Siberia que lo dejara no sólo sin candidatura presidencial sino con el crédito agotado para seguir actuando en política.
La inflación se acelera. Massa transita un síndrome similar al de sus predecesores Martín Guzmán, Nicolás Dujovne, Alfonso Prat-Gay y los de los dos mandatos de Cristina Fernández de Kirchner. Todos creían estar viviendo el último pico de inflación mensual que daría lugar a un período descendente. Siempre había una razón excepcional para explicar el alza: el inicio de clases, el impacto de la sequía, una devaluación, las vacaciones, Thomas Griessa, las tarifas de gas y luz, el tomate, el ruido político, etcétera. Economistas tan asertivos para diagnosticar desde afuera, cuando se sentaron en el luminoso despacho del Quinto Piso no supieron distinguir entre excepción y vieja normalidad.
El índice de precios de marzo (7,7%) es 57% superior al de noviembre (4,9%), el mejor registro de Massa, y está por encima del último mes de Guzmán (junio de 2022, 5,3%) y el interregno de Silvina Batakis (julio, 7,4%). Al primer ministro de Economía de Alberto Fernández se le podrá reprochar falta de decisión y espalda política para resistir las aventuras gastadoras del cristinismo sin sustento ni utilidad distributiva. Massa negoció firme, frenó en la cornisa y comenzó a recortar en serio gastos y emisión de dinero, en línea con la receta ortodoxa, acaso la única factible en ese momento, por más que Máximo Kirchner la cuente al revés. La sequía hizo estragos y el Excel del FMI, oh sorpresa, volvió a fallar.
Ante una eventual tasa de inflación de dos cifras mensuales, Massa, Alberto y Cristina serían rostros indisimulables del fracaso de la gestión que asumió en 2019, con todos los legítimos ‘ah… pero’ (Macri, pandemia, guerra, sequía) que se puedan enumerar
Si la progresión inflacionaria sigue su curso, se daría el caso de que las cosas habrían salido rotundamente mal, como advirtió el realista Massa. El destino no está sellado, pero nadie debería descartar otro salto a las puertas de un proceso electoral, con poderes económicos que olieron sangre, una dirigencia política pirómana y tan pocas reservas en el Banco Central. Ante una eventual tasa de inflación de dos cifras mensuales, Massa, Alberto Fernández, Cristina y cualquier dirigente de sus entornos serían rostros indisimulables del fracaso de la gestión que asumió en 2019, con todos los legítimos “ah… pero” (Macri, pandemia, guerra, sequía) que se puedan enumerar.
Es contrafáctico, pero cabe preguntarse cómo estaría plantado el Gobierno ante esos vendavales si hubiera implementado subas más altas a las retenciones al agronegocio y de los impuestos progresivos cuando tuvo capital político, los primeros cien días. O si la vicepresidenta no hubiera bloqueado dos años el cese de la dilapidación de subsidios a las tarifas de gas, agua y electricidad para millones de familias que no los necesitaban. O si el nuevo gasoducto desde Vaca Muerta que aliviará en buena medida la escasez de dólares desde 2024 hubiera estado en funcionamiento hace un año. O si se hubieran establecido controles serios del lucro concentrado de alimenticias y supermercados antes que las soporíferas mesas de diálogo en las que el Estado hace de bobo. O si se hubiera administrado una importación controlada para poner coto a los escandalosos precios de la indumentaria. Hay más, pero se trataría de un Gobierno distinto del que fue.
Existen escenarios futuros menos dramáticos para lo que quede del Frente de Todos, como una normalidad de inflación alta como la actual, pero no descontrolada, que proyecte una competencia real en la primera vuelta entre el peronismo, Juntos por el Cambio y Javier Milei. No porque el oficialismo emita señales edificantes, sino porque la coalición conservadora puede tropezarse con sus indefiniciones y demagogia, y llegar a las elecciones traumada ante el acecho de la extrema derecha que supone La Libertad Avanza.
Massa necesitaba un desafío del tamaño del que asumió el 3 de agosto pasado para reconstruir un crédito político que se le había escurrido tan rápido como lo había acumulado, producto de decisiones precipitadas, vaivenes ideológicos y una confianza temeraria en el marketing proselitista. Su designación en el Ministerio le brindaría la oportunidad de reconducir un rompecabezas económico endiablado y una coalición desquiciada por la conducción de los Fernández. De allí a la candidatura presidencial, habría una ilación lógica.
Antes de ingresar al edificio de Hipólito Yrigoyen, Massa no estaba en la banquina. No sólo por su función como presidente de la Cámara de Diputados, sino por su carácter de administrador del “sistema Massa”, en palabras del periodista Diego Genoud, autor de dos libros sobre su figura (La biografía no autorizada, Sudamericana, y el reciente El arribista del poder, Siglo Veintuno). Massa es el político hábil que parece, pero también un sistema de relaciones y representaciones que incluyen fragmentos del peronismo, conglomerados empresarios, camaritas de seguridad, el choripán que le hizo tragar a Rudolph Giuliani, la Embajada, los halcones y las palomas de Washington, un grupo mediático, los WhatsApps con Horacio Rodríguez Larreta, resabios de alianzas son radicales, Tigre.
Bastante influencia, pero alta imagen negativa desde hace años y una pendiente de votos que se aceleraba elección tras elección antes de su integración al Frente de Todos. La apuesta de Massa de asumir en Economía para salir de esa encerrona fue osada, como es propio de un político de raza con ambición presidencial. El resultado de tan arriesgado paso está abierto.
La ilusión de mostrar un bimestre con baja consolidada hacia un número de inflación que comience con 3 o 4 es, a esta altura, sisifeana. Un indicador con 5 ya sería un logro. Aun en caso de no estampida y conservación de capital político, Massa baraja dos escenarios en los que podría verse afuera del Palacio de Hacienda varios meses antes del próximo 10 de diciembre.
Candidatura “incompatible”
El político cauto que asumió las riendas de Economía hace nueve meses tuvo claro que no tenía sentido apresurar definiciones en aguas políticas revueltas, sin liderazgos ni perfiles de coaliciones nítidos, y volatilidad en la opinión pública. Ni siquiera ahora, cuando los tiempos electorales se aceleran y tornan obsoletos los borradores.
Nervios por todos lados, batallas latentes saltan a la intemperie e identidades mediáticas salen del closet. La mejor precampaña posible para un ministro que puso como condición el manejo de toda la botonera consiste en resoluciones, viajes, planes, fotos, acuerdos y anuncios. Más admoniciones de Macri a Larreta, más rinrajes de La Cámpora, más monólogos de Alberto Fernández, más batallas de Berni en la General Paz, más signos de aclamación en los tuits de Vidal y más fogatas de Milei serán contrarrestados con más fotos del ministro en el Banco Mundial, una agencia china, un fondo saudita, un power point en el Palacio de Hacienda, un barrio carenciado de Tucumán, una planta de pollos y una industria bonaerense.
Para su candidatura, que, como se sabe, “es incompatible con ser ministro de Economía”, importan una inflación menos demoledora, ver cómo sale en la foto el resto de los protagonistas en el momento de anotar listas en la Justicia Electoral y un movimiento en particular, el de Cristina, por ahora insondable. Todo ello debe contribuir a una carrera que evite una guerra peronista porque Sergio, avisan quienes lo escuchan, “no se va a desangrar en una interna”.
Una dinámica electoral fuera de su alcance
La hipótesis no sólo remite a un deterioro económico agudo sino también a una propuesta peronista que excluya a Massa como actor relevante, fuere por una decisión de Cristina de construir una candidatura de su propio ADN, o por un armado autónomo del cristinismo ortodoxo en torno a un postulante que sea disfuncional para el ministro.
Con treinta años en política y década y media en grandes ligas, Massa sabe mejor que nadie que la Argentina ingresará en cuestión de semanas a un período en el que pesarán más las decisiones de campaña que las elucubraciones de los tecnócratas del Ministerio. No quedan, por otra parte, demasiados canjes de deuda por anunciar, ni margen para plantarse al FMI para reestructurar el préstamo de Macri, más allá de recalibrar metas para evitar el precipicio. Tampoco hay margen para aumentos significativos del salario real, ni forma de vencer la avaricia de los sojeros, ni bolsillos sin vaciar, ni estrofas para inventar.
Con treinta años en política, Massa sabe mejor que nadie que la Argentina ingresará en cuestión de semanas a un período en el que pesarán más las decisiones de campaña que las elucubraciones de los tecnócratas del Ministerio
En marzo de 1989, a dos meses de las presidenciales, al ministro de Raúl Alfonsín Juan Vital Sourrouille lo sacó una declaración de Eduardo César Angeloz, el candidato de la UCR que aspiraba a ganarle a Carlos Menem. Massa no sólo no admite para sí el papel de fusible para que un tercero construya sobre su debilidad, sino que tampoco avala un cuadro más amigable en el que las decisiones económicas no pasen por su órbita. Por ejemplo, un candidato que, puesto a prometer, anuncie la inminente reestructuración del préstamo del FMI regalado a la reelección de Cambiemos, como enunció Cristina, dejaría a Massa como una figura decorativa en el segundo semestre del año, en el mejor de los casos.
Si el optimismo del gol tiene asidero, la inflación se sosiega un poco y el peronismo acuerda un camino realizable, Massa puede darse el rol de quien trabaja para la victoria de otro y guardarse un crédito valioso para los años por venir. Sería raro, pero forma parte de la alternativa que hizo más pública el propio ministro. Habrá que ver la letra chica de esa convivencia.
¿Y si el candidato de la milagrosa reinvención del Frente de Todos es Daniel Scioli, enemigo íntimo del exintendente de Tigre? ¿Se daría el caso de que el embajador en Brasil milite su candidatura con fe y optimismo, mientras coordina medidas con el mismo ministro que le mostró la puerta de salida no bien puso un pie en el Palacio? Mejor ni preguntar.
La hora de las urnas
En estas horas, algunas de las ingenierías electorales que consultores y periodistas dibujan en el aire podrán quedar en la nada, o cobrarán visos de realidad. Comienzan las elecciones provinciales en serio. Hoy es el turno de Río Negro y Neuquén, el 7 de mayo toca a Jujuy, La Rioja y Misiones, y el 14, a Tucumán, Salta, San Juan y La Pampa.
La experiencia indica que los resultados de las elecciones provinciales, sujetas a lógicas y tradiciones propias, no son determinantes, ni siquiera orientativos de lo que puede pasar en la Nación. Tampoco son inocuos. Un caso. Milei tejió alianzas con personalidades visibles en distritos como Neuquén (Carlos Eguía), Tucumán (Ricardo Bussi) y La Rioja (Martín Menem).
Si el apoyo del libertario dispara significativamente la adhesión a algunos o todos ellos, será un indicio de que el proceso de “subida libre” de Milei en el interior del país que señalan algunos consultores tiene real fortaleza. Habrá que echar una mirada esta noche a la performance del periodista Eguía en Neuquén, por quien Elisa Carrió hizo campaña en las legislativas nacionales de 2021 porque era “el único que va a luchar para sacar a todos los corruptos”. Sacó entonces 14% de los votos. Hoy, en una elección de otro tipo, podrá calibrarse qué capacidad de transferencia tiene el auspicio del extremista.
Buenos motivos para comprender que el cauto Massa no se precipite en medio del río revuelto.
SL