La menopausia es un tema maldito en psicoanálisis. Esto quiere decir que está “mal-dicho”, o bien que se lo dice con resquemor. Curiosamente, en los últimos años no se publicó ningún libro sobre el tema y, en jornadas y congresos, no hay ponencias ni mesas redondas sobre la cuestión.
Sería dudoso afirmar que es un tema sobre el cual no es necesario decir mucho, porque concierne a una especialidad médica, como si las modificaciones en el cuerpo no implicaran un correlato psíquico; asimismo, la aparición en últimos años de tratamientos hormonales que eran impensables en la época de Sigmund Freud y demás generaciones pioneras del psicoanálisis, hace que la vacancia de trabajos psicoanalíticos sobre la cuestión sea más llamativa.
Tengo la impresión de que la menopausia se volvió un tabú porque es un tema del que no es posible decir algo sin estar implicado de alguna manera. Quizás en otra época no había tanto reparo entre los analistas para exponer su afectación sobre ciertas cuestiones. Creo que el gran prejuicio que obstaculiza tocar este tema es que impone hablar de la mujer madura, la que más desafía el orden erótico de nuestra cultura.
Hoy, por ejemplo, se habla mucho de la belleza real, pero poco se conmovió el ideal de juventud. Todavía es un halago para una mujer que ronda la cincuentena que le digan que no parece de su edad. El fantasma que hace de la menopausia la antesala de la vejez aún goza de vigencia y, por lo tanto, confronta con un secreto que es preciso ocultar.
Si tuviera que hacer una salvedad respecto de las publicaciones sobre la menopausia, mencionaría el libro de Marie-Christine Laznik titulado El deseo inconcebible. Comentaré en cinco puntos algunas ideas que extraigo de su lectura, con el propósito de contribuir a lo que es un debate incipiente. Comentar ideas e hipótesis es mucho más interesante que pretender decir verdades.
En primer lugar, Laznik sitúa que la menopausia implica una nueva reactualización del complejo de Edipo; es decir, al Edipo infantil y de la pubertad se suma una nueva instancia que confronta con el duelo eventual del deseo de hijo. Podría decir que durante muchos años este objeto (el hijo) fue determinante en la vida anímica de la mujer y su pérdida puede ser vital o estrepitosa, según cómo se la elabore.
En absoluto se trata de creer que una mujer debería haber sido madre para poder hacer el duelo del deseo de hijo. En efecto, el deseo de hijo no se corresponde con la maternidad de un modo necesario. Sí se trata de que ese deseo de hijo haya sido asumido, o bien reconocido en su insuficiencia, para tomar una posición definida. Dicho de otro modo, que no haya sido conservado como algo pendiente.
En segundo lugar, junto con el duelo del deseo de hijo se produce una reelaboración del narcisismo. Para ilustrar este punto, podría recordarse el cuento tradicional de Blancanieves, que comienza con una hermosa reina que consulta al espejo sobre quién es la más linda. Es llamativo que la reina tiene su propia belleza, pero para envenenar a Blancanieves asume la figura de una anciana. En la secuencia fílmica, cuando la anciana pasa junto a unos buitres, estos se burlan de ella.
Esta circunstancia podría esclarecerse del modo siguiente: en la juventud, el conflicto psíquico es entre belleza y fealdad; sin embargo, la menopausia introduce una nueva variable: la maldad. En la fantasía inconsciente, la cesión de narcisismo a la nueva generación impone una nueva elaboración del complejo de la madre mala –esa que, por ejemplo, rivaliza con la hija respecto de los atributos femeninos–.
El narcisismo de una mujer no depende solamente de la mirada social, sino de aquella que proviene de la incorporación de la mirada materna. En mujeres embarazadas de niñas no es rara la preocupación temerosa de que éstas nazcan feas. Y, por cierto, son conocidos casos de mujeres que, desde el punto de vista “objetivo” son hermosas, pero en lo profundo de su ser se sienten horribles.
Por lo tanto, una parte de la cuestión de la belleza es posible que se pueda explicar en términos de construcción social, pero la singular incorporación de la mirada de la madre –tema articulado al complejo de la madre mala– no se puede despreciar, porque es en función de ella que se juega el desprecio o el efecto aterrador de sentir el paso de los años. Solo resta agregar que cuando hablo de la madre mala no me refiero a la madre real, sino a una instancia psíquica.
En tercer lugar, quisiera destacar otro complejo, el que Laznik llama “de Yocasta” y que consiste en una especie de Edipo invertido. Así como Edipo es un niño o joven que se enamora de la madre, también es dable pensar en lo que ocurre cuando una mujer trasciende la mediana edad y se encuentra con la excitación que le despiertan jóvenes que podrían ser sus hijos –si es que no lo son.
Como anécdota divertida para ilustrar este punto, podría recordar la situación que me contó un muchacho que trabajó como stripper durante un tiempo y, en cierta ocasión, le tocó ir a una fiesta de divorcio de una mujer. Hizo su show y, al rato, el grupo de mujeres le estaba ofreciendo de comer sándwiches de miga, le preguntaban si además estudiaba. Por esta vía es pensable cómo la posición materna puede ser una defensa indeclinable respecto del erotismo.
Como contrapunto, tenemos la situación de mujeres que atraviesan duelos profundos en ocasión del crecimiento de sus hijos; quizás en un pasaje que podría situar con las palabras de aquella mujer que me contó que, con el tiempo, “una deja de ser madre, para ser una mujer con hijos”. Tampoco son extrañas las circunstancias en que la menopausia es la ocasión para que algunas mujeres vuelvan a verse con novios o parejas de la juventud, con la intención de reencontrarse con aquellas que fueron antes de recibir la determinación de lo materno.
Como cuarto punto, sería interesante pensar si la menopausia no impacta también en el lazo entre mujeres, al punto de producir una modificación en una estructura como la amistad. Laznik subraya que, en este punto, se distienden las relaciones de rivalidad y, en particular, la hipoteca psíquica de la “mejor amiga”: aquella que sabe todo, con la que funciona un ideal de transparencia como formación reactiva ante una traición (“¿Cómo no me dijiste que…?”).
Por último, con la menopausia y el duelo del deseo de hijo se juega un pasaje entre las generaciones que reactualiza el duelo por la propia madre. No es infrecuente que en mujeres de esta edad sea un elemento central hablar de la muerte de la madre, ocurrida o por venir. Algunas mujeres incluso han dedicado su vida a cuidar a sus madres, luego de haber tenido hijos o una relación afectiva duradera.
En este punto, la pregunta es si no es llamativo que sea tan tardíamente que este tema se instala en los análisis. Lo cierto es que no. Este es el momento crucial. Antes no hubiera sido posible, salvo muerte prematura de la madre. Asimismo, esta coordenada permite situar una diferencia entre la muerte del padre, que cuenta con una fantasía específica (el parricidio, que ordena la sucesión y la filiación) y la muerte de la madre que, para algunas personas, es la fuente de su relación con la realidad –al punto de que hay quienes pueden tomar decisiones y desestimarlas (por ejemplo, una separación) hasta que llega el momento de comunicarlas a la madre. ¿Cómo se sigue cuando ya no hay una madre a la que contarle (y ocultarle) las cosas?
Estas líneas distan de haber querido ser exhaustivas. Cada uno de estos cinco puntos, lejos de agotar el tema, lo amplifican y seguramente podría complementarse con otros más. Mi interés no fue otro que, a través del comentario de un libro, traer a la luz un tema sobre el que se escribe muy poco y se relega a la ciencia médica como si no tuviera implicaciones en lo anímico y el psicoanálisis no fuese una disciplina para conocer los complejos propios de esta etapa de la vida.
En última instancia, si se trata de desarticular el fantasma que une la menopausia con el inicio de la vejez, plantear y elaborar las transiciones que apuntan a una liberación del deseo –en la medida en que no impongan renuncias– es la chance de tener una versión alternativa de la madurez en la mujer.
LL