Al final, no era tan así

Milei, Galperín, Musk y el inicio de una era de los “argentinos de bien”

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A partir de este domingo se inicia por fin la era de los “argentinos de bien”. Los buenos dirigentes políticos trabajarán por el bienestar de los compatriotas bien nacidos. Así lo han plateado en reiteradas ocasiones el flamante presidente, Javier Milei, sus principales funcionarios, de Luis Caputo a Diana Mondino, y sus aliados y promotores más leales como el exmandatario Mauricio Macri, el divulgador mediático Eduardo Feinmann y el billonario criollo, Marcos Galperín, por citar solo algunos de ellos.

El planteo puede sonar muy auspicioso, pero si trascendemos el exhibicionismo moralista, lo que encontramos es, en realidad, el caldo de cultivo para cuatro años de gobierno más agrietados que los últimos quince que hemos vivido en Argentina, que ya es mucho decir. 

El psiquiatra español Pablo Malo escribió un libro llamado “Los problemas de la moralidad en el Siglo XXI”, en el que advierte el daño que causa en los regímenes democráticos la moralización de la política, tal como lo está planeando el flamante gobierno libertario. “Si yo creo que matar es malo, no puedo adoptar la postura de que yo no voy a matar pero que mate el que quiera hacerlo. La moral afecta la conducta de los demás. No solo se trata de que nosotros tenemos un mandato moral, de que «debemos» hacer algo, sino que ese mandato obliga también a los demás. Si yo creo que estoy en posesión de la verdad moral, me veo legitimado -es más, obligado, con el «deber»- para recortar las acciones de los demás, sus derechos y libertades”, afirma Malo. 

Es un problema en sí mismo, pero se convierte en uno mucho mayor cuando diferentes personas o grupos creen estar en posesión de la verdad moral. “Es letal para la democracia”, apunta el psicólogo, “se supone que en un régimen democrático existen diferentes visiones de la realidad, todas ellas legítimas, y que votamos o elegimos entre ellas”. “Si moralizamos la política, ya estamos votando entre unas opciones que son 'buenas' moralmente, y otras que son 'malas', y es evidente, por la regla de la obligatoriedad, que con las opciones malas no puedo entenderme ni llegar a acuerdos de ninguna manera”. 

El panorama está claro, pero colabora al entendimiento incluir una cita del sociólogo Niklas Luhmann sobre un discurso que pronunció al recibir el premio Hegel en el año 1988, citado por el propio Malo: “No queremos que el gobierno sea declarado bueno y la oposición estructuralmente mala o, peor, el mal. Esto sería la sentencia de muerte para la democracia”. 

En líneas generales, el investigador español sostiene que las sociedades morales tienden al autoritarismo, la jerarquía, el elitismo y la desigualdad. Otra cosa es que Milei y Macri, estén de acuerdo con ello. Otra cosa también es que ese modelo soporte la convulsión social que late en Argentina desde hace un par de décadas, y que se mantiene al acecho o revienta según se agrava o no la situación económica. 

Otro investigador que trató los problemas de la moralización y la polarización política es el norteamericano Ezra Klein en su libro Why we are polarized. Klein escribió el libro a partir del triunfo de Donald Trump, y se preguntaba cómo un tipo como Trump pudo ganar las elecciones en Estados Unidos. Entre las respuestas a las que llegó, el analista afirma que los votantes trataron a Trump como cualquier otro candidato republicano, en un contexto de enorme polarización política entre demócratas y republicanos.

En los últimos cincuenta años las visiones similares o compartidas que existían entre los dos partidos mayoritarios de Estados Unidos se han reducido a la nada. Hace dos décadas un 39% de lo demócratas y un 26% de los republicanos creían que la discriminación era la causa central del lento ascenso social de los afroamericanos. En 2017, esos números se habían casi duplicado en el caso de los demócratas, 64%, mientras que se habían reducido prácticamente a la mitad entre los republicanos, 14%.

“Estamos tan bloqueados en nuestras identidades políticas que no hay candidato, información o condición, que pueda hacernos cambiar nuestra forma de pensar. Vamos a justificar casi todo o a cualquier persona siempre y cuando ayude a (ganar a) nuestro grupo”, sostiene Klein, en una premisa que linkea perfectamente con la venta de órganos o con aquellos votantes que no podían pagar el boleto de autobús sin subsidios, pero apoyaban a Milei sabiendo que éste los quitaría. 

La génesis del estado actual hay que buscarla en una retroalimentación entre ciudadanos radicalizados y políticos radicalizados que lleva construyéndose desde hace tiempo, y que en Argentina encarnó de forma muy evidente la excandidata presidencial Patricia Bullrich en la campaña electoral reciente: “La lógica, dicho de manera simple, es esta: para apelar a un público más polarizado, las instituciones políticas y los dirigentes políticos se comportan de manera más polarizada. Cuando las instituciones y los actores políticos se vuelven más polarizados, más polarizan al público”.

En este contexto de polarización extrema aparecen los partidos políticos como catalizadores de un ciudadano que no tiene tiempo ni ganas de enterarse qué pasa con el PAMI, las leliqs, el Conicet, o la Inteligencia Artificial y el empleo. Les basta con saber que apoyan al peronismo-kirchnerismo o al macrismolibertario. En esta línea -y más preocupante- Klein explica que esta suscripción ciega a los partidos no sucede por la vía positiva (de apoyo o identificación con los programas o las ideas), sino por la negativa. Por ejemplo, en el caso argento: “voto a Milei para terminar con los K” o “voto a Massa para que no vuelva Macri”.

Un caso de buenismo internacional 

El diablo sabe qué pasará en Argentina a partir de mañana con Milei en la Casa Rosada. El fenómeno de la moralización y la polarización política es global, pero en cada país se expresa de manera particular. En cualquier caso, el planteo entre “buenos” y “malos” nos deja ya ejemplos para ayudarnos a comprender qué se esconde detrás del exhibicionismo moral.

Esta semana, el billonario y enardecido defensor de la libertad para hacer lo que él desea, Elon Musk, mantuvo una conversación con Milei, en la que ambos se lanzaron flores mutuamente. Es probable que el líder libertario haya soñado ya el momento en que inaugura una futurísitca fábrica de Tesla en algún lugar del territorio nacional (independientemente de si el resto del país camina sobre brasas). 

En el mismo momento en que esa llamada con Milei se producía, los países nórdicos -abanderados globales del “bien”-, escalaron su enfrentamiento con el magnate norteamericano al nivel de conflicto regional. Uno de los principales sindicatos automotrices de Dinamarca se plegó a la protesta que mantienen 130 mecánicos suecos contra la empresa del magnate por su derecho a sindicalizarse. 

Musk, se sabe, rechaza cualquier posibilidad de organización gremial en sus empresas. Sin embargo, esa posibilidad existe en esa región del mundo, y ha sido un factor de estabilidad y competitividad, puesto que trabajadores y dueños han acordado las condiciones de trabajo incluso con menores huelgas o problemas que en aquellos países con menos cultura gremial. 

En Noruega, desde donde ven con preocupación lo que pasa en Suecia y Dinamarca, también se plantean la opción de sindicalizarse. Musk ha calificado la protesta de los mecánicos de “demente”, y ha insistido en que los trabajadores no deberían sindicalizarse. Los daneses y suecos creen que se libra una batalla existencial, y que la “solidaridad es clave en la industria automotriz”, por eso planean luchar unidos. ¿Quién representa el bien en este enfrentamiento? ¿Musk o los ciudadanos nórdicos? ¡Gran dilema en Recoleta!

AF