La cadena causal que de este mito neoliberal puede resumirse así:
Lo que se hace en este mito es empezar por el final y reconstruir hacia atrás, algo que, como vamos a ver, no soporta un análisis detenido. De arranque nomás, no es cierto que “todos perdemos” con la inflación: pierden más quienes no pueden definir por su cuenta sus ingresos y precios; en cambio, quienes pueden acopiar o controlan sus mercados, pueden obtener incluso mayores ganancias.
Veamos cómo esta cadena está lejos de ser así de lineal, y cómo puede incluso funcionar al revés.
¿Qué es gasto público excesivo?
Para criticar, se presenta al Estado como si anduviera gastando sin ton ni son, yendo más allá de “lo que le corresponde”… pero, ¿cuál sería exactamente ese “exceso”?
Si comparamos lo que el Estado gasta respecto del tamaño de la economía (medido como PBI), la Argentina está parecido al resto de los países de la región, y por debajo de países más desarrollados.
Si miramos para qué se usa la mayor parte del presupuesto, lo que encontramos es que se destina a garantizar derechos humanos básicos. Acceso a salud, educación y justicia, por ejemplo. De hecho, a nivel nacional, las cuentas más relevantes son las que tienen que ver con el sistema previsional. ¿Qué clase de exceso serían estos? ¿La pretensión de vivir dignamente? Recortar ahí significa deteriorar servicios básicos, que afectan la calidad de vida de la mayoría, especialmente, de quienes están en condiciones vulnerables.
Existe otra crítica que apunta a la eficiencia del gasto público: ¿no se podrían hacer mejor las cosas con los mismos recursos? Es una crítica certera: los servicios públicos deben mejorarse siempre. Pero la solución ortodoxa no es mejorar, sino quitar, eliminar. El tema es que así no se soluciona el problema: el gasto sigue siendo excesivo, porque lo es respecto de servicios que ahora son peores.
Un flanco de particular indignación ciudadana suele ser la ineficiencia del “gasto político”. Claro que eliminar la existencia de “políticos” reduciría este costo, pero con el problemita de eliminar con ello la democracia. No hay evidencia que indique que las autocracias sean más eficientes en el uso del dinero público. En todo caso, los pagos de funcionarios representan una porción bastante baja en el gasto público total, de modo que el ahorro sería ínfimo.
Con el gasto suelen aparecer los problemas “de frazada corta”: el debate público se centra en qué servicios recortar o qué impuestos subir dentro de “lo políticamente posible”. Llama la atención que nunca aparezca sobre la mesa la posibilidad de recortar gastos asociados a la deuda, por ejemplo. O que no se pongan en discusión los privilegios fiscales de los sectores poderosos, cuya riqueza se incrementa a costas de no pagar impuestos y tributos, gracias a exenciones, subsidios y otros privilegios que no suele estar claro qué aportan a la sociedad.
¿Todo gasto genera déficit?
Pues no. La ortodoxia busca reducir el gasto y los impuestos a la vez, en una carrera a la baja que no acaba nunca. Muchos gastos del Estado en realidad impulsan la actividad económica, al comprar insumos o contratar empresas, lo que mejora la recaudación. Y al revés, bajar el gasto puede inducir a crisis, que a su vez baje la recaudación, y se termina con déficit… y recesión.
Justamente, la otra cara del gasto es el sistema tributario. El problema está en la gran capacidad de evasión y elusión de los sectores de mayor poder económico, y la elevada informalidad general de la economía. Al pagar menos los más ricos, el sistema se vuelve regresivo, porque recae sobre la población “de a pie”, que percibe que la presión tributaria es excesiva, y la lleva a reclamar por una disminución del gasto. Pero el exceso de impuestos sobre las mayorías no viene del exceso de gasto, sino de la falta de impuestos sobre los que realmente se enriquecen por no pagar.
La ortodoxia se olvida además que gastos e impuestos tienen efectos sobre qué se produce y cómo se distribuye. Se usan para incentivar algunas actividades o limitar otras, pero también para mejorar la distribución del ingreso.
¿Todo déficit fiscal es malo?
Definitivamente, no.
Existe bastante consenso en que el aumento del gasto público ayuda a la economía a salir de las crisis. La mayoría de las economías desarrolladas funcionan con déficit fiscal como normalidad. Hasta las visiones neoliberales aceptan que cierto déficit no es un problema en sí mismo, si puede ser financiado. Eso no significa que cualquier nivel de déficit fiscal sea tolerable.
¿Cuánto déficit es malo? No se sabe de antemano, ni hay una respuesta única: depende de la capacidad del Estado para recaudar impuestos, para reactivar la economía, para financiarse sin pagar demasiado interés, etc. Pero no hay motivos para suponer que lo mejor sea tener superávit fiscal: de hecho, esto último supone que se recauda más de lo que se gasta, o dicho de otro modo, se “saca” de la economía privada más de lo que se aporta, generando un freno a la actividad.
¿Siempre que hay déficit se financia emitiendo?
Tampoco. Si hay déficit, el gobierno puede requerir al Banco Central que lo financie emitiendo pesos, y el Banco Central analizará si financia o no al gobierno. Pero hay otras vías para financiar el déficit.
El gobierno puede emitir deuda para financiarse. Si los gastos se generaron por invertir más en áreas como educación, salud o infraestructura, entonces el propio crecimiento de la economía facilita el pago de la deuda.
Si la deuda financia deuda previa o colocaciones inútiles –como el atesoramiento o la fuga-, entonces resulta difícil salir de la trampa, pero ese es otro tema.
Hay una tercera vía para financiar el gasto, y es mejorar la capacidad recaudatoria del Estado. En la Argentina, el Estado cobra pocos impuestos a los sectores más ricos de la sociedad. Los impuestos sobre las ganancias –en especial las financieras, las inmobiliarias o las extraordinarias- y sobre el patrimonio –en especial, el inmueble, las colocaciones financieras o las herencias- son una parte mínima de lo que se recauda. Tienen muchas exenciones, se les aplican bajas alícuotas, falta de transparencia y de auditoría sobre las grandes riquezas. Se podría recaudar más y mejor con una estructura impositiva más justa, que dirija los recursos a quienes lo necesitan en lugar de aquellos a quienes les sobra.
¿Siempre que se emite dinero genera inflación?
La relación entre emisión e inflación puede verse como un sistema de vasos comunicantes. A la izquierda tenemos al vaso con el dinero y a la derecha el vaso con el valor de los bienes y servicios (cantidades y precios). La línea roja del vaso derecho marca la capacidad máxima de la economía, el límite de lo que puede producir en un momento.
Si el dinero entra por la izquierda, va a empezar a llenar el vaso derecho también. Ahora, mientras ese vaso esté lejos de la línea roja, la mayor emisión puede impulsar la demanda, incentivando a las empresas a producir más. En ese caso, en lugar de aumentar los precios, aumenta la oferta. Es decir, genera mayor actividad económica. Esto es especialmente cierto si el dinero llega a quienes lo necesitaban para acceder a bienes o servicios básicos.
Si el dinero sigue entrando por la izquierda, eventualmente puede llegarse a la línea roja de la derecha. Esto significa que en el corto plazo no se puede producir más, porque se están utilizando al máximo todos los recursos de la economía (maquinarias, equipos, mano de obra, etcétera). Si se sigue volcando dinero más arriba de esa línea, entonces el efecto solo irá a precios. Es decir, sólo si la “maquinita” de emitir sigue trabajando cuando todas las demás máquinas ya están a pleno, y se empuja a la demanda más allá de lo que se puede producir, entonces sí, la emisión genera inflación. Pero esto no se parece mucho a la realidad de las economías que tienen capacidad de producción sin usar, como la Argentina.
¿Y si la inflación genera emisión?
Ahora bien, esta hidráulica, que parece indiscutible, puede funcionar también al revés: que se llene el vaso de la derecha (bienes y servicios) y que esto presione el vaso de la izquierda (dinero). Esto hace que las flechitas del tubo circulen en la dirección contraria. ¿Cuáles pueden ser las causas de un aumento en la cantidad de bienes y servicios y/o de los precios en una economía? Muchas, acá comentamos apenas algunas.
Si la economía está ampliando su capacidad de producir (por ejemplo, por inversión o mejoras tecnológicas), la línea roja se eleva. Si hay más bienes disponibles, se necesita más dinero para adquirirlos.
Si aumentan los costos de producción, aumentarán los precios también. Esto puede darse por varios motivos. Algunos provienen del exterior, de la economía internacional. Por ejemplo, si suben los precios de insumos o maquinarias que se importan para producir, o si suben los precios de bienes que se exportan pero también se usan en el país. No es raro que pase cuando hay una guerra, pandemias o eventos climáticos adversos. Otros motivos son más bien internos. Por ejemplo, si un sector clave llegó a su capacidad máxima de producción, aunque el resto de la economía tenga espacio para crecer, el “cuello de botella” de un sector impulsa la suba de precios al resto. Hay algunos sectores cuyos precios impactan sobre casi toda la economía. Hay un precio que es clave, porque vincula los precios internos y los externos, y es el tipo de cambio. Si por alguna razón el peso pierde valor frente a otras monedas (se devalúa o deprecia), una parte relevante de la producción ve subir sus costos.
Es decir, el aumento de precios puede originarse por muchas razones independientes (no solo la emisión de dinero). Las empresas y las personas se preocupan al notar que hay inflación, pero no tienen por qué saber en qué “vaso” se originó. Con independencia del origen, tiene sentido que hagan lo posible por cubrir sus ingresos. Y eso lo hacen subiendo sus propios precios o salarios. Claro que la capacidad de definir precios no es la misma si se trata de la única empresa que produce acero en el país que si es alguien que vende elementos de limpieza casa por casa. De manera que hay quienes ganan en la carrera y quienes pierden. Se trata de la puja distributiva, que hace que la inflación se acelere.
Como se ve, existen diversas causas que pueden provocar aumentos de precios, y eso que ni siquiera listamos todas acá. Si los precios suben, hace falta más dinero para hacer las mismas operaciones que antes. Es decir, que los vasos se llenan de derecha a izquierda.
¿Y qué pasa si se decide no emitir? Sería como si dejáramos fijo el tamaño del vaso izquierdo. Entonces va a faltar dinero para comprar lo mismo. Se va a terminar comprando menos, lo que significa una recesión. ¿Qué es peor entonces, algo de inflación o recesión? No hay respuestas únicas ni atemporales.
A esto tenemos que añadir que el gobierno no controla plenamente el vaso izquierdo. Si bien regula la cantidad que emite, no determina cuánto dinero quiere la gente, para el día a día o para ahorrar. También es muy importante resaltar que no tiene control absoluto de la cantidad de dinero que vuelcan a la economía las entidades financieras a través de sus préstamos. Los bancos pueden ampliar la cantidad de dinero (vaso izquierdo) más allá de lo que haga el gobierno.
Entonces
¿La inflación se provoca entonces porque el Estado emite para financiar gasto excesivo? No. La inflación se produce por múltiples causas, que dependen del momento y el lugar, y no tiene relación directa, obvia y permanente con el gasto público o su financiamiento.
La serie publicada por elDiarioAR está basada en el manual “Mitos Impuestos: una guía para disputar ideas sobre lo fiscal”, una iniciativa del Espacio de Trabajo Fiscal para la Equidad, con el apoyo de ACIJ y FES Argentina y la edición de Revista Anfibia. Los textos expresan exclusivamente la opinión de las personas autoras sin representar necesariamente las perspectivas de las personas y organizaciones que integran el Espacio.