Ni Adriana Lastra ni Dolores Delgado son de mi grupo de amigas, pero leyendo hace poco sobre sus renuncias y sus circunstancias personales me las he imaginado enviando uno de esos mensajes de Whatsapp o Instagram que últimamente me intercambio mucho con muchas mujeres: “estoy agotada”, “no puedo más”, “yo también estoy al borde del colapso”, “voy a ver si consigo organizarme mejor”, “he dormido cuatro horas”, “no se me quitan las taquicardias”, “no tengo tiempo de nada”. Más que no tener tiempo de nada, creo que nos referimos a no tener tiempo para vivir fuera de esa rueda de hámster que es trabajar, producir, mostrarse, estar presentes y visibles. Porque es a todo eso a lo que dedicamos tanto tiempo y energía que nos quedamos exhaustas para la vida, que la hay más allá de esa rueda.
La vida también es ir a buscar a tu hijo del colegio, pasar con él una hora que no sea la de desayuna-corre-al cole-corre-cena-a la cama, dedicar tiempo a la gente que quieres, llamar a alguien para preguntar cómo está, tener la energía de recordar un cumpleaños o la fecha en la que operaban al padre de una amiga, dedicar un rato a lo que una quiera o necesite, o hacer la compra en el mercado y no a toda prisa en una página web mientras atiendes algún asunto de trabajo.
La vida también es tener un cuerpo y, a veces, muchas veces, tenerlo roto. La carne y la emoción están aquí para atenderlas. Pero ni tenemos tiempo ni tenemos un mundo diseñado para que podamos hacerlo como deberíamos. La rueda del hámster es poderosa y, seamos realistas, por mucho que se nos llenara la boca con ese 'saldremos mejores' de los primeros meses de la pandemia, hemos vuelto a lo mismo, a las mismas varas de medir, a las mismas exigencias, al mismo dejar de lado la salud mental y las necesidades vitales de las personas.
Cuando eres mujer tienes, además, una dosis de agobio extra en esa rueda de hámster. Si llegas a un puesto de responsabilidad o si consigues reconocimiento y visibilidad en lo que haces, sientes que tienes que correr más rápido, aún más rápido, no vaya a ser que eso se acabe o que no vuelva, no vaya a ser que demos alimento a todos los que dudan, cuchichean, señalan y critican, no vaya a ser que tengan razón, no vaya a ser que el síndrome de la impostora nos devore. Nunca parece suficiente. Hasta que, primero, ves las grietas y, después, poco a poco o de sopetón, te rompes.
Cuando eres mujer tienes una dosis de agobio extra en la rueda de hámster. Si llegas a un puesto de responsabilidad o si consigues reconocimiento, sientes que tienes que correr más rápido, no vaya a ser que demos alimento a todos los que cuchichean
Cuando pienso estos días en Adriana Lastra o en Dolores Delgado, o cuando me escribo el mensaje agotado de turno con compañeras, me pregunto si todos esos cargos y lugares que nos alientan a ocupar como mujeres empoderadas tienen en cuenta que hay vida más allá de la rueda de hámster y que tenemos cuerpos y grietas, propias y ajenas, que atender. Me atrevo a decir que no. Así que el mensaje sigue siendo para nosotras: corre, rápido, corre, sigue, no te bajes, demuestra que puedes más.
Y así es como seguimos atrapadas en un sistema diseñado de espaldas a nuestros cuerpos y a nuestras grietas, pero que nos exige constantemente demostrar que, o no los tenemos, o estamos dispuestas a no atenderlos, dispuestas a renunciar a los cuidados más básicos, a los propios y a los que queremos/debemos proveer. Antes de pedirles a esas mujeres que busquen una manera de continuar, ¿hemos pensado en si les estamos exigiendo a las estructuras (las empresas, los partidos, las instituciones, las organizaciones...) en las que están insertadas que ejerzan la responsabilidad que tienen sobre la salud y la igualdad de las personas que trabajan en ellas?
Habrá veces en que una circunstancia personal sea realmente incompatible con un cargo, un espacio, un lugar. Y luego habrá -hay- muchas ocasiones en las que el diseño de los cargos, espacios, lugares y exigencias está pensado para sujetos que funcionen como seres automáticos que no deben romperse ni desear cuidar(se). Quizá ese agotamiento de tantas tenga algo que ver con esto.
La autora de esta columna es periodistas española y editora de género de elDiario.es
AR