En estos días resurgió la brutal campaña de demonización del pueblo mapuche que la derecha puso en marcha en 2017, cuando se vio en la necesidad de dar explicaciones por la desaparición de Santiago Maldonado. En ese momento, de pronto todos nos enteramos de que existía algo llamado “RAM”, que era una organización mapuche que se disponía a ocupar el territorio argentino. De un día para otro apareció una tremenda amenaza de la que nadie había escuchado siquiera hablar hasta el día anterior. “¡Terroristas!”: el grito de alarma no se escuchaba desde la última dictadura, pero regresó sorpresivamente a las portadas de los diarios. Algún incendio por allí, algún panfleto apócrifo, eran la prueba de la amenaza. Durante algunos días en 2017 la campaña alcanzó ribetes cómicos, si no fuese porque eran siniestros. El diario Clarín nos alertó sobre una guerra inminente y sostuvo que a los mapuches solía apoyarlos el gobierno kirchnerista, que recibían algún fantasmático “financiamiento internacional”, que estuvieron vinculados a las Madres de Plaza de Mayo y a la UBA (?) y que habían recibido entrenamiento de la guerrilla kurda y también de la ETA (otro articulista añadió a la lista a los terroristas del islamismo radical de ISIS). Un dirigente del PRO mandó que también los insurgentes irlandeses del IRA y las FARC de Colombia los entrenaban. Ni siquiera se tomó el trabajo de enterarse de que, para entonces, el IRA ya no existía desde hacía varios años. Tan trucho era todo.
Un día el cuerpo de Santiago Maldonado fue hallado –muerto por ahogamiento, se determinó– y, como por arte de magia, la amenaza de la RAM desapareció de los medios. Ya está, nos olvidamos de que estaban a punto de declararnos la guerra. La absurda campaña de miedo había sido tan intensa que las autoridades de Chubut temieron que espantara a los turistas, por lo que en diciembre de 2017 sacaron un comunicado informando que la RAM ya no andaba por allí y que todo estaba bien. Viaje tranquila, señora. La patraña era tal que incluso La Nación se vio en la necesidad de publicar un articulito –cierto que pequeñísimo– que informaba que un incendio que había atribuido a la RAM había sido ni más ni menos que un montaje. A nadie le interesó profundizar en la noticia, para ver a quiénes les interesaba incendiar algo para culpar a los mapuches.
Adictos al terrorismo
Conviene colocar estos gritos de alarma en contexto. Desde que tuvo en sus manos la seguridad interior, Patricia Bullrich denunció una variedad tal de amenazas “terroristas” que dejaría a Superman sin aliento: que dos “hermanos musulmanes” estaban listos para inmolarse (resultó falso), que una pareja iraní había entrado a la Argentina vaya a saber para qué (nunca se probó nada), que había que deportar a un equipo de futsal por la mala idea de ser pakistaníes y por ello, obvio, terroristas (un papelón internacional), que una pareja de chilenos también lo eran (resultaron arquitectos de viaje), etc. ¿Y cómo olvidar el pollo crudo terrorista que Bullrich hizo detonar en una estación de subte, una de las siete falsas alarmas de bomba que alucinó durante esa misma semana? Como el terrorismo no le alcanzaba, cuando pareció que podía haber saqueos también anunció que resurgía en Argentina la “guerra de guerrillas”. Ni siquiera fuera de la función pública perdió el entusiasmo y llegó a acusar de “casi terrorista” al Dr. Pedro Cahn por advertir sobre el riesgo del Covid.
No hay siquiera evidencias de que la RAM exista –no son pocos quienes sospechan que es una completa invención de los servicios de inteligencia– lo que no es obstáculo para que algunos políticos y periodistas echen mano de ella cada vez que algún reclamo mapuche les molesta. Hoy, que algunas comunidades originarias ponen algún reparo a proyectos de desarrolladores urbanos o de explotación petrolífera o minera que afectan sus tierras, de pronto volvieron a ser terroristas. Con una brutalidad inédita, el principal canal de noticias emitió un programa especial advirtiendo que “los indios están al ataque”, que los mapuches son “los nuevos terroristas” y que pretenden quedarse con “la mitad del territorio argentino”. Todo esto es literal. A cuento de –otra vez– dos incendios con los que los mapuches aseguran que no tuvieron nada que ver y un panfleto casero que justo apareció en la zona. Ni siquiera en el siglo XIX, cuando había malones, se escuchaban dislates semejantes.
Hoy, que algunas comunidades originarias ponen algún reparo a proyectos de desarrolladores urbanos o de explotación petrolífera o minera que afectan sus tierras, de pronto volvieron a ser terroristas.
Indios chilenos y genocidas
La campaña de la derecha fue acompañada, en radios y redes sociales, por la repetición de toda una serie de falsedades sobre el pueblo mapuche. De nuevo se pusieron en marcha los intentos de extranjerizarlos para poder atacarlos mejor. Otra vez el viejo cuento de que son “indios chilenos” que “invadieron” la Argentina. A lo que se agregó, además, que habían causado un “genocidio” al entrar, cuando exterminaron a los tehuelches (esos sí “indios nuestros”). Todo un disparate.
Aunque sea agotador, permítanme volver a reponer información muy conocida. Los mapuches son un pueblo que preexiste a la ocupación blanca del cono sur. No tiene ningún sentido discutir si fueron originariamente “chilenos” o “argentinos”: están aquí desde antes de que hubiera argentinos o chilenos. Y están allí tanto como aquí. La cordillera de los Andes, antes de la época moderna, no era una frontera. Sólo lo es desde que Chile y Argentina la trazaron. La evidencia arqueológica muestra que las comunidades originarias tenían estrechos contactos a uno y otro lado y sabemos fehacientemente que al menos desde el siglo XVIII había parcialidades mapuches viviendo de este lado de los Andes. Es decir, estaban en el territorio que hoy se llama “Argentina” antes de que existiese ese nombre. Y los que estaban de otro lado no eran “chilenos” porque Chile no existía.
Por añadidura, varias de las comunidades mapuches que subsisten actualmente ya estaban en los lugares que hoy ocupan antes de que el Estado argentino tuviese presencia en la Patagonia. Debe recordarse que la Patagonia nunca fue dominio colonial español y que cuando las Provincias Unidas de Sud América declararon su independencia en 1816 a nadie se le pasaba por la mente que ese territorio perteneciese a ellas. Los mapas de Argentina de la primera mitad del siglo XIX no la incluían. El Estado argentino ocupó la Patagonia por la fuerza luego de 1879. Pero ni siquiera entonces estuvo claro que pertenecía legalmente a la Argentina: Chile la consideraba propia y sólo se saldó el diferendo por el tratado que en 1881 firmaron ambos países. Absurdo entonces decir que los mapuches son o fueron “chilenos”.
Por otro lado, la idea de que hubo un “genocidio tehuelche” es completamente inventada. No sólo no hay absolutamente ninguna evidencia en ese sentido, sino que, por el contrario, hay abundantes pruebas de que ambos pueblos mantuvieron una larga convivencia e intercambios de todo tipo (lo que no excluye, por supuesto, que a veces pudiesen tener conflictos o enfrentamientos). Una convivencia que, dicho sea de paso, se mantiene hasta hoy; hace algunos años, de hecho, la Coordinadora del Parlamento Mapuche de Río Negro pasó a denominarse Coordinadora del Parlamento Mapuche-Tehuelche, en reconocimiento de la alianza y confluencia de ambos. Quienes esgrimen la falacia del “exterminio tehuelche” violentan la historia y la realidad de los dos pueblos.
Lo que sí sabemos
Los mapuches llevan décadas reclamando la devolución de tierras ancestrales que les fueron arrebatadas en diversos episodios, desde la Campaña del Desierto hasta múltiples usurpaciones recientes a manos de privados. Agréguese además que el negocio inmobiliario, la minería y el desarrollo petrolífero presionan cada vez con más intensidad sobre las pocas tierras que los mapuches sí tenían reconocidas como propias. Lo que hoy tenemos es, además de la demanda de reconocimiento cultural, un conflicto por el recurso tierra. La demonización de la que son objeto los mapuches está directamente relacionada con eso.
La impaciencia de los intereses extractivistas e inmobiliarios de los blancos se agudiza en especial porque no toleran que el Estado no esté siempre y cada vez de su lado. Entiéndase bien: el Estado argentino se ha puesto sistemáticamente del lado de los blancos. Pero así y todo, en las últimas décadas los pueblos originarios lograron algunos avances que hoy molestan. La Constitución de 1994 los reconoció como pueblos preexistentes y, por ello, dotados de derechos especiales. La ley manda al Estado a hacer un mapeo de los territorios que les corresponden y avanzar en su devolución. Nada de eso ocurrió, pero las comunidades siguen en la lucha y logran, a veces, algunos avances. Su reclamo es legítimo, tiene base legal y constitucional. Es el Estado el que los está violentando y eso está claro. En los últimos años algunas comunidades lograron, además, algunas victorias judiciales frente a los usurpadores blancos. Eso es algo que no pueden tolerar.
La catarata de violencia racista que hoy deben soportar los mapuches se entiende bajo esa luz. Nuestra derecha (la del PRO, pero también la de sectores del peronismo como Miguel Pichetto y algunos otros dirigentes provinciales) no es en eso para nada original. El divide y reinarás –poner a algunos grupos étnicos contra otros, invitar a los blancos a sentirse superiores– forma parte de un repertorio de métodos de control social bien conocidos en todas partes. En todo tiempo y lugar las derechas autoritarias necesitaron, además, agitar amenazas imaginarias a la nación para justificar su autoritarismo. Ojalá no lo olvidemos otra vez.
EA