Con su elegancia intacta, nos dejó ayer José Nun, una de las grandes figuras intelectuales de nuestro tiempo. Esa elegancia con la que podía evocar a “Funes el memorioso” en clase, para explicar la importancia de la teoría para las ciencias sociales. O la del magnetismo que producía su tono pausado, sereno, un poco grave con el que podía llevar una conferencia como si fuera un concierto ejecutado con toda precisión. Hace unos días había escrito una columna sobre la renta básica universal, el año pasado uno de sus mejores aportes a la discusión sobre el lugar del trabajo y la explotación en la teoría de Marx. Apenas antes se lanzaba por primera vez a conducir un programa en Radio Nacional como antes había asumido la Secretaría de Cultura durante el gobierno de Néstor Kirchner o la fundación del primer instituto de posgrado en ciencias sociales del país. Nunca alcanzarán estas páginas para reconstruir su trayectoria, su aporte y su legado que sigue vivo en cada una de sus intervenciones.
José Nun fue un espíritu a la vez erudito e incisivo. Nació en Buenos Aires en 1934 y tras estudiar abogacía en la Universidad de Buenos Aires continuó su formación de posgrado en Francia y Estados Unidos para trabajar después como profesor en Canadá. Su biografía político-intelectual es una hoja de ruta para entender las derivas y coyunturas críticas de toda una generación. La militancia universitaria, el compromiso político, la fascinación por el marxismo, las decepciones y el exilio, el entusiasmo democrático y una obsesión permanente por la desigualdad. Atados a una perseverancia y energía remarcables, los legados de Nun son indisociables del diálogo -a la vez cordial e intenso- que mantuvo con sus contemporáneos. Cada uno de sus aportes se enmarcan tanto en la voluntad de calibrar las categorías canónicas de las ciencias sociales como en el placer de la controversia.
Pepe Nun fue un hacedor. En primer lugar un creador de ideas, de las que pueblan y estructuran nuestra tradición como cientistas sociales. Participó de la gestación de muchos de los aportes más perdurables y originales de la sociología y la ciencia política en América Latina. Fue parte de la generación de intelectuales latinoamericanos que repensaron las particularidades de nuestra región a la luz de la teoría política y la escucha atenta de la investigación empírica. Contribuyó a reinterpretar los golpes militares de los países latinoamericanos, subrayando su relación con los procesos de modernización. Poco después acuñó la noción de marginalidad, con la que intentó comprender las particularidades de los sectores populares urbanos en la periferia. Las formas del sentido común, la movilización social y la representación política fueron otras de sus obsesiones plasmadas en un texto -La rebelión del coro- con un caudal de lecturas e influencias inconmensurable. Un puntal de inspiración para innumerables trabajos de investigación sobre culturas populares, movimientos sociales entre otros muchos temas.
Desde comienzos de los ochenta abonó, también, el terreno de los debates sobre la llamada transición democrática, preguntándose una y otra vez cómo era posible construir no ya un régimen político sino una sociedad democrática en tiempos signado por desigualdades sociales agudas y privaciones más dramáticas. Su mirada sobre las relaciones entre régimen social de acumulación y régimen político de gobierno permitieron, y permiten, desplegar los mapas de la más aguda sociología política que descree del desanclaje entre instituciones políticas y relaciones sociales, que critica una visión del régimen político que no se interroga por sus condiciones de posibilidad y alcance.
Quienes tuvimos la dicha de conocerlo, tratarlo y trabajar con él no podremos olvidar su sentido del humor finísimo y el modo en que cultivaba el placer de la charla. En los libros que editó, los proyectos académicos que lideró, las colecciones que respaldó, los espacios que instituyó para el intercambio siempre primó el pluralismo, el respeto mutuo, el valor del conocimiento y la vocación pedagógica. Hizo lo posible porque ese espíritu anidara en las instituciones por las que transitó y dejó su huella. Es la impronta con la que fundó y sostuvo contra viento y marea el Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) en la pantanosa década de 1990. El lugar al que convocó a los profesores en ciencias sociales más destacados del país y donde sentó las bases para el desarrollo de un instituto de investigación en ciencias sociales que hoy continúa su legado de modo tenaz.
Una convocatoria a voces igualmente sólidas y pluralistas acompañaron sus grandes emprendimientos culturales, a los que Pepe asignaba una importancia mayúscula. La colección “Claves para todos”, de la editorial Capital Intelectual, ha sido uno de los proyectos de difusión de las ciencias sociales más ambiciosos que tuvo nuestro país. Un proyecto que reflejó de modo claro una idea de difusión como diálogo, como conversación entre la producción de las ciencias sociales y las grandes preocupaciones y problemas de nuestra sociedad. Un estilo que se desplegó también en su ciclo radial Tenemos que hablar.
Comprometido con los desafíos de su tiempo, Nun fue no solo un observador atento sino un protagonista de los desafíos políticos que atravesaron su vida. Fue uno de los intelectuales que protagonizó la efervescencia y el entusiasmo de la primavera democrática, criticó luego duramente el impacto y las consecuencias de las reformas de mercado del menemismo y las transformaciones del peronismo durante los noventa y acompañó con sus ideas -y desde la gestión- la experiencia de la transversalidad que impulsó Néstor Kirchner, para tomar luego distancia del oficialismo cuando juzgó agotada su propuesta. Coherente en su compromiso de contribuir a la construcción de una sociedad más justa y democrática nunca evitó el desafío de pensar e imaginar el lugar más adecuado para dar esa batalla a la que consagró su vida.