Si el manual de la consultoría de Cambiemos se basó en la idea de que era necesario correr “el ruido” de la política y la ideología del medio, puede decirse que el manual de la derecha radical encabezada por Javier Milei es en ese sentido el contrario.
Si Macri desplazó los planos largos y los encuadres masivos del kirchnerismo por primeros planos e imágenes controladas, Milei desacomoda las pautas estéticas y proyecta un mensaje cargado de ideología con un léxico descarnado y brutal que tiene su propia
dimensión de la lógica política del espectáculo.
Una expresividad que suena novedosa para una sociedad que parece tener la huella política gastada y haber perdido la brújula de sus puntos de encuentro, más allá de los discursos de unidad.
Asistimos al reestreno del uso reivindicativo del término “derecha” y la habilitación de las ideas de “ajuste” y “esfuerzo” que años atrás parecían todavía corridos de los márgenes de lo posible en el discurso político argentino.
Del pop y los globos a La Renga y los leones. De un perrito llamado Balcarce del que después no se tuvieron mayores noticias subido al sillón presidencial, a “los hijos de 4 patas” y una motosierra en la mano.
De los timbreos y las imágenes únicas de Cambiemos a las caminatas de campaña y las imágenes múltiples que se propagan de forma aparentemente orgánica en el ecosistema digital del actual presidente.
Su comunicación es confusionista y a la vez directa. Durante la campaña los intentos que se hicieron por señalar las contradicciones en el discurso de Milei fueron como tratar de agarrar agua con un colador. Nunca terminaron de hacer mella y funcionaron como un especie de agujero negro para sus ideas políticas.
Después de las contradicciones apareció el apuro. El nuevo Poder Ejecutivo llegó y firmó un DNU modificatorio de más de 300 leyes y mandó al Congreso un proyecto de Ley que el propio presidente evaluó fundamental para su gobierno y que algunos constitucionalistas consideraron una reforma constitucional encubierta.
Sin embargo si se busca una explicación de las medidas, no se encontrará más que una cadena nacional con un diagnóstico y un punteo de los principales ejes del decreto, y algunas fotos, videos y declaraciones sobre el proyecto de ley con nombre alberdiano.
Tal vez sea una decisión que en el contexto de lo que probablemente sea una de las mayores reformas legales propuestas por un gobierno en las últimas décadas, la comunicación gubernamental no explique en qué y cómo cada una de esas reformas le va a cambiar la vida a la gente.
La comunicación digital oficial también parece tocar su propia melodía.
En la biografía de las redes presidenciales, en donde se suele poner “Presidente de la Nación” sigue diciendo “economista”. Las redes sociales de la Casa Rosada, que eran uno de los principales vasos comunicantes institucionales de las medidas de gobierno, parecen casi abandonadas si se las compara con las nuevas redes de la “Oficina del presidente de la República Argentina” que emula a la idea de la “Oficina del presidente” de Estados Unidos y parece perfilarse como una especie de narrador omnisciente de las decisiones presidenciales.
Con el estrés social en ascenso la ministra de Capital Humano sólo habló para anunciar que los que cortaran las calles perderían los planes sociales, y en la temporada pico para la prevención de lo que podría ser la antesala de un brote de dengue, el ministerio de Salud retomó la comunicación de riesgo sobre el tema recién en enero.
Los ministerios de Seguridad y Defensa, con los equipos más aceitados de Bullrich y Petri en cambio siguieron con una comunicación digital clásica de publicidad de gestión, es decir, con un tono más electoral que de gobierno.
Sin demasiada conciencia de su rol de Estado, lo poco que comunican las principales áreas de gobierno hasta el momento parece orientado solo a nutrir su propia narrativa política.
Ni explicar, ni acercarse, ni construir puentes institucionales, ni construir organización, sino ofrecer soluciones discursivas opacas y a la vez aparentemente macizas para enlazar con una lógica ideológica y antagónica a sectores sociales que estaban al margen de la representación política.
A cambio de la “solución definitiva” que ofrece, Milei pide un sacrificio que durará entre 15 a 45 años.
Como decía Anne Doufourmantelle, “para no entrar en la terrible lógica del sacrificio (hay que ser capaz) de dar cuerpo a un sufrimiento que hace estrago, pero que salva si se puede afrontar”.
Salir del Panic Show tal vez se trate de dar cuerpo a las demandas sociales, y la historia indica que la única forma posible de hacerlo es a través de la política.
JW/JJD