Primero fue juntarse para recortar y pegar las revistas masivas de actualidad y “para la mujer”, visibilizando asuntos muy serios como que en las portadas no salimos las mujeres reales, que sobran los efectos artificiales del fotoshop y que cuando aparecemos es porque somos jóvenes, blancas, tirando a nórdicas mejor, con medidas corporales impuestas por el gusto hegemónico, ese que se sostiene igual a sí mismo según un índice de masa corporal determinado en el siglo diecinueve.
Luego llegaron las acciones colectivas impulsadas por Mujeres que no fueron tapa (MQNFT), un movimiento liderado por la artista visual y activista Lala Pasquinelli, que el último verano aprovechó el tradicional Operativo Bikini para oponerle otro que estalló en las redes y en las playas: Hermana Soltá la Panza. Así se llama.
¿De qué se trató? De inundar Instagram con fotos de miles de mujeres en sus casas, las sierras, piletas y playas, personas que en otro tiempo estaban atrapadas en el ocultamiento de sus rollos, detrás de una malla enteriza, un pareo o un poncho -es decir, muuuuy cubiertas- impulsadas ahora a mostrar sus cuerpos en dos piezas que dejaran ver estrías, cesáreas, celulitis, heridas y otras marcas de la vida. Si otrxs se animaban, cada unx podía hacerlo, en un amplio ejercicio de exhibición colectiva.
Parte de esas imágenes se materializaron en una muestra en el Centro Cultural Recoleta, justamente llamada MQNFT, en la que fui testigx placentera de una serie de imágenes de chicas, adultas y viejas que habitan este mundo con la alegría de ir siendo como se les da la gana. Figuras femeninas plenas de emoción y alegría porque han salido de la reclusión obligada o autoimpuesta, ese escondite al que nos llevó (y aún lo sigue haciendo) la dictadura de un cuerpo único, un molde unidimensional, al que todxs debemos parecernos.
Estas escenas plasmadas en una exhibición de la capital argentina, que ojalá empiece a viajar por el país todo (y ya fue objeto de interés periodístico en algunos medios de Europa), las vi casi en simultáneo con la dicha que me dio saber que la actriz Jamie Lee Curtis, en Hollywood, de unos añitos más que yo, se rebeló contra el supuesto cuerpo perfecto. Ella dijo a los cuatro vientos: “Llevo metiendo panza desde los once años” mientras se sacaba y publicaba una fotografía comiendo una galletita. “En el mundo hay una industria, una industria de mil millones, billones de dólares, sobre ocultar cosas. Correctores, moldeadores, rellenos, ropa, accesorios para el cabello. Todo para ocultar la realidad de quienes somos”. Oh, cuántas veces me apreté adentro de una faja elastizada para disimular o que me entrara una prenda que se resistía. ¿Y para qué? Respuesta posible, aunque insuficiente: para tratar de encajar.
Publicó Jamie en un posteo para el que se puso un sweater mostaza brillante (no quería que pasara desapercibida, sin más): “Mi instrucción (para el rodaje de Everything Everywhere All At Once, su última película, donde anima a la inspectora Deirdre Beaubeirdra) fue: ”quiero que nada se oculte. Llevo metiéndome el estómago desde que empecé a ser consciente de los chicos y los cuerpos, y que los jeans son súper ajustados y decidí muy específicamente renunciar y liberar cada músculo que tenía y que solía apretar para ocultar la realidad. Nunca como ahora me he sentido más libre creativa y físicamente“.
Ya había anticipado algo en octubre último cuando aseguró a la revista de diseño y tecnología Fast Company que “la tendencia actual de rellenos y procedimientos estéticos y esta obsesión por los filtros y las cosas que hacemos para ajustar nuestra apariencia en zoom están acabando con generaciones de belleza”.
Su colega, la gran intérprete Emma Thompson, también soltó la lengua en el último festival de Cine de Berlín respecto de las exigencias físicas con las de nuestro género. Respecto de la demanda social en la vida en general y en el cine en particular fue rotunda: “a las mujeres nos han lavado el cerebro para que odiemos nuestros cuerpos”. La declaración fue consecuencia de una escena en la que actuó desnuda en “Good Luck To You”, su último filme. “Es un hecho, todo lo que nos rodea nos recuerda lo imperfectas que somos: todo está mal con nosotras. Todo está mal y tienes que mostrarte de una forma concreta. Intenta ponerte delante de un espejo, quítate la ropa, mírate y no te muevas. No hagas nada, simplemente no te muevas. Aceptalo y no te juzgues. Hice algo que nunca había hecho como actriz”, dijo la protagonista de Lo que queda del día, quien hace un tiempo y pese a tener muchas ofertas de trabajo decidió no residir en Hollywood porque le decían gorda como acoso e insulto. “Durante la filmación de Retorno a Brideshead, los productores le dijeron a una compañera de elenco que bajara de peso”. Thompson los amenazó con que si repetían esos dichos, ella misma dejaría el rodaje. “Lo que está pasando es perverso y sólo está yendo a peor”, se alarmó la actriz y directora, conocida por su activismo en favor de las mujeres, una de las primeras en denunciar públicamente la desigualdad salarial respecto de los hombres.
Pero volvamos a Hermana soltá la panza, una campaña que diagostica el estado de las cosas pero que es propositiva, una invitación a cambiar y que debería durar hasta que no haya un solo ser humano presionando a otrx con el deber ser de su cuerpo. Y que en Recoleta también pude escuchar, ya que había audios con testimonios grabados con las minibiografías de las hermanas que se soltaron.
“Basta a los manuales de supervivencia y guías de vida como: hay que tener panza chata para ponerse una bikini”.
“Me admiro mucho porque la pasé muy mal pero jamás dejé de creer que venían cosas mejores. Vamos por talles reales”.
“¿Con todo lo que comiste vas a pedir postre?. Sí, me encanta y lo voy a disfrutar”
Corporalidades y voces expandidas primero en la virtualidad, ocupando el lugar que necesitan sin tener que acudir a escondites ni restricciones. Amor propio y amor al otrx, al diferente, aceptación de las huellas que ha dejado en cada cuerpo la vida misma con sus alegrías, dolores, malestares y goces. Sin fajas, sin aprietes ni torturas. Sin obligaciones ni forzamientos a alcanzar un ideal imposible, el movimiento de mujeres, feminista y gordx, deconstruye los estereotipos de lo que es bello, desde una consideración de lo estético como construcción histórica y social.
LH