Existe hoy en el mundo una tendencia economicista que además, cuenta con grupos de poder que influyen con fuerza para que todo se resuelva desde categorías puramente económicas. Esta perspectiva, que llega a contemplar inclusive la posibilidad de comerciar órganos o niños, reduce a la persona humana a su mínima expresión y peor todavía, la descarta.
Estamos sin duda en un cambio de época, un cambio cultural de tal magnitud, que todo entra en crisis, también los sistemas políticos y económicos que, con sus más y con sus menos, parecían tener respuesta para la vida cotidiana: el trabajo, la educación y la salud. Estos bienes necesarios para todos son cada vez más difíciles de garantizar y se corre el riesgo que sean un privilegio para algunos pocos. Esto podría ser el paso a una civilización menos civilizada.
No se trata de una cuestión de hemisferios, de norte y sur, sino que, todo el mundo está implicado en un cambio que deja a la deriva a millones de seres humanos que no son un mero número, son personas concretas, hijas e hijos de Dios, con una historia particular, con deseos, sueños y proyectos. Como todo ser humano tienen el derecho de tener y alcanzar.
En esta etapa de la historia, especialmente los líderes, deberíamos sentirnos responsables de que las mayorías humanas estén sometidas a situaciones anti-humanas de guerra, de explotación, de esclavitud, de migración forzada, de trata, de droga y narcotráfico. No estamos como estamos por casualidad. Somos responsables.
El Papa Francisco es el único líder del mundo que tiene la posibilidad de ver toda esa realidad y no sólo una parte. Escucha a todos, especialmente a los pobres y por eso, alza su voz en favor de ellos, de cada persona, de las mayorías indefensas y trabaja incansablemente para sembrar una semilla de humanidad, de dignidad y de vida para todos. Lo repito, para todos.
El Papa no está atrapado en ningún sistema político e ideológico; no está atado, ni actúa por los intereses propios de los poderosos. Nuestro Papa, tiene la libertad de hablar desde el Evangelio de Jesús y lo hace sin miedo, enfrentándose a cualquier tipo de poder que pretenda callarlo. Es la voz profética de la Iglesia que en nombre de todos nosotros se atreve a hacer lo que hizo Jesús, defender a cada persona y a la humanidad de los males que les quitan la poca vida que les queda. También se enfrenta al Mal del mundo con mayúsculas, ese que no se ve, pero que como una telaraña nos envuelve en la mentira, en la injusticia y en la muerte. Nuestro Papa reza mucho, por nosotros y por todos y su oración, es también una manera de luchar contra el Mal. Además, trabaja incansablemente para que Dios esté presente en nuestra Casa Común y podamos todos sentarnos en la mesa de la vida, con la misma dignidad. Francisco trabaja denodadamente por la Paz del mundo. Responde al llamado de Dios de ser “mensajero de la Paz”.
Es una desconexión con la realidad e injusto que se lo maltrate, difame, agreda y se le falte el respeto. Quisiera pensar que el que así actúa, no lo conoce ni a él, ni lo que dice, ni lo que hace. Posiblemente se queda con retazos parcializados de su mensaje que muchas veces se difunden y viralizan de manera intencionada sembrando más confusión a la ya existente.
Quien maltrata al Santo Padre Francisco, de alguna manera nos maltrata a todos nosotros, la comunidad católica, que como él y con él a la cabeza, intentamos seguir a Jesús, vivir su Evangelio y ponernos al servicio de la vida.
En la misa que la Iglesia celebra cada día en todos los continentes y países, rezamos por él. Esto es algo original, no sucede con nadie, sólo con el Santo Padre Francisco. Estoy seguro que la oración del Santo Pueblo fiel de Dios, hace que el Señor lo cuide, lo ilumine, le de fuerzas y lo mantenga así como lo vemos, con esa paz propia de quien tiene a Dios en su corazón.
Debemos sentirnos orgullosos de nuestro Papa Francisco y deseamos que pueda venir a la Argentina. Lo recibiremos con alegría, dispuestos a escuchar su palabra de Pastor bueno y con los brazos abiertos para acoger a este Padre y Hermano universal, del que tenemos la certeza, que ha sido el mismo Dios quien lo puso entre nosotros.