Papers científicos: las nuevas armas de la Grieta 2021

2 de mayo de 2021 01:00 h

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Más que alegría, es una reivindicación, un triunfo y se expone como un trofeo. Un paper de la prestigiosa-revista-Nature dice lo que tantos querían escuchar: el cierre de las escuelas es la segunda medida más eficaz para frenar los contagios de Covid-19. Bravo. La tribuna digital celebra en forma de retuits compulsivos, corazoncitos, los medios afines al cierre lo levantan, le dan lugar destacado. Pero, alto ahí, dicen los derrotados, los ‘perdedores’ del paper, los que lloran el gol en contra: ese paper es de noviembre y evalúa el cierre de las escuelas junto con muchas otras medidas que se dieron en marzo y abril del 2020, no considera la especificidad de los niños frente a los estudiantes universitarios. Los medios afines a abrir las escuelas lo contraponen con otro artículo de otra prestigiosa-revista que dice que el cierre es malo para los chicos y que la evidencia aun no lo justifica. 

Adiós al paper incial, que venga el siguiente. 

Las repercusiones inmediatas de los papers de Covid, que se publican en catarata y a contrarreloj desde que empezamos a escuchar la palabra pangolín a repetición, diseñan un clima de época muy particular: es la era de los artículos científicos pret-a-porter, listos para ser usados en la conversación pública por quien así lo quiera, a favor o en contra de las ideas que se sostenían previamente a la salida de ese escrito, que se revolea como carpetazo orientado a avergonzar al oponente: ¿Viste que Nature me da la razón?

Pero el fenómeno del acceso masivo a literatura científica -que sigue siendo de nicho pero a la vez ahora está disponible- tiene varias aristas más que su combinación con el escenario polarizado que se traga los papers y los regurgita como balas de letras y números contra el otro ideológico/político.

Por ejemplo, la cantidad de datos disponibles. La prestigiosa-revista Nature publicó a fin del año pasado un análisis de cuánto se había escrito sobre Covid: más de 100.000 artículos sobre la pandemia en 2020. Incluso, según una base de datos, podrían haber pasado los 200.000. La escritura compulsiva de papers no llama la atención en un contexto tan inédito, enigmático y desafiante como este. Tampoco, si entendemos la ciencia como carrera: los científicos son evaluados por la calidad y también por la cantidad de producciones, y la academia ha sufrido en las últimas décadas la misma presión mercantilizadora que muchos otros ámbitos de trabajo. La competencia es feroz y la publicación, un imperativo potenciado. 

Diego Golombek es un testigo interesante de esta situación: investigador del Conicet, Doctor en Biología y actualmente director del INET, fue uno de los responsables de la “primera ola” de la divulgación científica en Argentina, que se puede ilustrar bien con el Best Seller de Adrián Paenza en 2005 Matemática... ¿Estás ahí? y con la colección de Editorial Siglo XXI “Ciencia que ladra” que él dirige y que ya cuenta con decenas de libros sobre divulgación científica en su catálogo: “Se está dando un fenómeno muy complejo de la relación de la gente con la ciencia. Por un lado, efectivamente, hay una necesidad de respuestas: decime qué está pasando, qué hago, qué voy a hacer. Y, al mismo tiempo, muchas veces al desconocer el modo de funcionamiento del sistema científico te genera bronca que no haya una respuesta indiscutible, que algo que se decía en un momento ahora haya cambiado o que distintos científicos interpreten los mismos datos de manera distinta”. A la vez, el científico, que compiló el libro Demoliendo papers: la trastienda de las publicaciones científicas, define al artículo científico como un objeto literario: “Hay una retórica del paper, es una historia científica y la contás de la mejor manera posible. Los datos son los datos y los científicos no mienten sobre los datos, pero eligen cómo mostrarlos y cómo contarlos porque necesitan convencer. Primero, a vos internamente, después al editor de una revista y a los árbitros de una revista, con los que hay muchos idas y vueltas en un proceso que en general es muy arduo y también virtuoso. Los papers están destinados a la comunidad científica, no a los tomadores de decisión ni al público general. Pero a mí me parece interesante que en esta pandemia aparezca el paper como palabra autorizada. Aunque, como en toda discusión, hay evidencia ‘a favor’ y ‘en contra’”. 

En escenarios polarizados se empieza a ver más el cherry picking, una expresión que puede traducirse como “seleccionar las cerezas que te convienen”. Se trata de una “falacia de la evidencia incompleta”, o sea, elegir el dato que dice lo que uno quiere y descartar los que lo matizan o discuten. De las decisiones basadas en evidencia a la evidencia utilizada discrecionalmente para justificar decisiones previamente tomadas. Como si en la pandemia, una época de incertidumbre como no se vivía hacía décadas, el “solucionismo tecnológico” del que hablaba Evgeny Morozov -cualquier problema se arregla con tecnología- hubiera virado hacia el “solucionismo de la evidencia”. Y tanto como la tecnología, la evidencia también “es más compleja”. 

Sergio Barberis es Doctor en Filosofía y profesor de Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Buenos Aires y la Universidad de San Andrés. En el último tiempo viene observando lo que pasa con el uso de la ciencia en la conversación pública: “La evidencia en sí misma no habla. Toda evidencia se produce en un contexto que vos tenés que interpretar y además buena parte de la ciencia del siglo XXI se basa en modelos. El cherry picking es una práctica que ya conocían los griegos. Es un tipo de razonamiento que tiene la apariencia de validez o corrección pero que en realidad no es un razonamiento conducente a la verdad porque toma un conjunto parcial de la evidencia disponible para poder decir ‘la ciencia está de mi lado’”. 

Con el Covid pasa algo más: al ser un problema nuevo y áspero, que surge en una era hiperconectada, el cherry picking también tiene que ver con la inmediatez en que se comunica un resultado científico que es parcial y no es concluyente, y con la necesidad de tomar decisiones urgentes: “El proceso científico lleva mucho tiempo– agrega Barberis–. Lo ideal es tomar una decisión teniendo en cuenta toda la evidencia disponible, pero ese es un ideal. En el otro extremo está el cherry picking. Estamos en el medio, en general no tenemos toda la evidencia completa. Y especialmente en un fenómeno científico reciente como el Coronavirus”.

La “evidencia” alimenta entonces breaking news, hilos de Twitter y presentaciones ante la Corte. Disponible y “comprensible”, las conclusiones de esos artículos son usadas de inmediato tanto por científicos pro o anti establishment que manejan sus cuentas de Twitter con intensidad, por no científicos y por funcionarios. Se convirtió, además, en un discurso legitimado desde el cual hablar. Golombek mira este fenómeno con interés: “Si bien puede haber cherry picking, si bien puede que esta información sea usada intencionadamente o por gente que no conoce del todo cómo funciona la producción del conocimiento, creo que el balance es positivo: ir a buscar opiniones expertas, aunque sea para pelearlas, me parece una victoria frente a la opinología”.

El caso de la presencialidad escolar es interesante justamente porque involucra a actores muy variados y es una cuestión urgente que polariza a las personas y a los dirigentes y cruza lo que se sabe y lo que no se sabe. Más allá de todos los papers que podamos leer y citar -la enormísima mayoría producidos en países desarrollados- el problema es tan complejo que no hay una respuesta unívoca incuestionable. Dice Barberis: 

–Hasta que sepamos si la evidencia se inclina en una dirección u otra falta tiempo. Para saber qué hay que hacer con las escuelas científicamente falta, pero vos tenés que decidir abrir o cerrar ahora. Y la sociedad no es un laboratorio, no podés hacer experimentos. En el caso de las escuelas hay una ruptura del diálogo. Unos dicen ‘debemos mantener la escuela abierta hasta que se demuestre que las escuelas son inseguras’; otros dicen ‘hay que mantener las escuelas cerradas hasta que se demuestre que es seguro para el resto de la sociedad, no sólo para los chicos’. Pero ninguna de esas dos posturas se va a definir ahora porque la evidencia va a tardar en consolidarse. La decisión de cerrar o abrir las escuelas no es científica: es política. No sólo tiene en cuenta la evidencia sino también principios normativos, es decir, lo que se debe o no se debe hacer.

Paradojas de la pandemia: la era de la abundancia de datos y acceso ilimitado a papers listos para usar convive con un gigante e insoportable signo de pregunta. 

NS